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El choque entre
la nostalgia y la modernidad |
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La revista Veja (Vea) publicó recientemente un
artículo mínimo inductor sobre el enfrentamiento entre
el sentimiento de nostalgía y la realidad actual.
Basados en varios estudios, los autores dejaron entrever
que, actualmente, prevalece un cuadro en el cual el
pasado emerge como algo romántico y añorado, en cuanto
el presente es impregnado de pesimismo e insatisfacción.
Como suele ocurrir, asuntos como este están sujetos a
las más variadas interpretaciones y opiniones, a
depender del observador. En lo general, hay la
convicción – fundamentada o no - de que las cosas eran
mucho mejores en tiempos remotos.
Dicho esto, es consensual, por ejemplo, la opinión sobre
los avances extraordinarios obtenidos en el campo
tecnológico en las últimas décadas, pero ellos no
significan que la vida mejoró. De hecho, en el pasado
había una simplicidad inexistente hoy, pues, en ese
particular, cabe recordar que tenemos que tener ahora
señas para todo, y ellas no nos garantizan la deseada
seguridad. Además, en muchos casos se observa lo
contrario. ¿Para ilustrar mi razonamiento, quién ya no
pasó por la experiencia de llamar para el SAC de una
empresa y sentirse, en un momento dado, abandonado y/o
descuidado? La desagradable sensación de teclear un
menú, que no dispone con rapidez y solicitud el
atendimiento por otro ser humano a nuestras necesidades,
no es apenas y tan solamente expresión nostálgica, sino
la constatación de que no somos suficientemente
relevantes. Muchas empresas, aun, literalmente nos
empujan para los omnipresentes chats o Apps para la
búsqueda de solución – que no siempre ocurre - de
nuestros problemas.
De ese modo, una conclusión asoma con mucha claridad en
esa comparación: en los tiempos presentes poco valor se
da efectivamente al aspecto relativo, a la conversación
franca y personal y, por extensión, al auténtico
intercambio entre las criaturas humanas en el cual se
puede siempre apreciar las verdaderas emociones y
expresiones faciales subyacentes. No es por otra razón
que se vuelve cada vez más difícil conocer el interior
del otro, así como lo que le va, de hecho, en el alma.
Todo ese amplio aparato tecnológico que hoy nos “sirve”
trajo, paradojamente, elevado distanciamiento entre las
personas, como nunca antes ocurrió. Definitivamente, tal
conclusión no es en nada positiva por la perspectiva del
Espíritu inmortal.
Avanzando en el análisis, para los miembros de la
generación baby boomers (nacidos entre 1945 y
1964) como yo, era más o menos implícito en nuestra
juventud seguir el siguiente ruta: trabajar mucho,
ayudar a la familia, estudiar y conducirnos con
corrección. Si hiciéramos bien nuestra parte, salvo
algún accidente de itinerario, subiríamos en la vida.
Sentíamos que el mundo estaba totalmente abierto para
nosotros.
No obstante, las nuevas generaciones ya no tiene esa
certeza. Muchos ya saben que cursar una facultad no les
dará necesariamente pasaporte para el éxito profesional.
De hecho, hay ocupaciones seriamente amenazadas por la
proliferación de la inteligencia artificial, al punto de
buscarse una moratoria, como se vio recientemente. En el
pasado era normal que un joven ascendiera en la carrera,
conquistar su independencia financiera, salir de la casa
de los padres y formar su propia familia como procesos
naturales. Infelizmente, el mismo ciclo saludable ya no
es totalmente observable en la actualidad, pues muchos
jóvenes no consiguen avanzar o encontrar un camino. Tal
resultado, convengamos, no es indicador de prosperidad y
avance social.
Por otro lado, me acuerdo de mí madre como figura
central en la composición de la armonía del hogar,
siempre presente a dar consejos y orientaciones. El
mismo cuadro yo observaba, a propósito, en la familia de
mis amigos. Pero es igualmente hecho incontestable que
la realidad moderna contrasta flagrantemente con la del
pasado, en la cual la mujer se dedicaba en tiempo
integral al hogar, dándole, sin duda, más solidez. Por
varias razones, la mujer se introdujo en el mercado de
trabajo, cambiando dramáticamente esa situación, hasta
porque el patriarca moderno ya no consigue obtener, como
otrora, una renta suficiente para sustentar solo a su
familia. Algunos argumentan que tal cambio causó cierta
desestructuración en los hogares, ya que las madres no
están más totalmente disponibles para los cuidados de la
familia como ocurria antes. Paralelamente, ya es tema de
amplio debate la frialdad en las comidas en familia por
causa del uso intensivo del celular. Algunas, además,
hay la expresa prohibición del uso de esos aparatos en
tales ocasiones, de modo que los saludables diálogos
ocurran entre los miembros.
También no es simplemente nostalgía el hecho de que las
personas eran más discretas en su conducta sexual.
Tenían el recato de guardar ciertas cosas solamente para
sí, diferente de la actualidad en la cual se abren
determinados temas e inclinaciones. Además, muchos
artistas y celebridades exponen hoy, con la mayor
naturalidad y sin ceremonias, sus preferencias y gustos
que harían ruborizar hasta al Marqués de Sade. Hay
innegablemente una necesidad frenética de exhibición de
los cuerpos enteramente o parcialmente – en la mejor de
las hipótesis – desnudos, como si viviéramos en pleno
Jardín del Eden.
Otros, aun, se sienten impulsados a opinar sobre
cualquier asunto sin cualquier freno ético, conocimiento
o capacitación para tal. O sea, vivimos en un contexto
donde el erotismo y la ignorancia asumieron papel
preponderantes, llegando a la bera del mal gusto y el
libertinaje. A propósito, hablar palabrotas o abusar de
lenguaje grosero se volvió cosa absolutamente común,
inclusive – ¡valgame Dios! - en algunos programas
periodísticos, antiguo bastión de la letra. En el mundo
moderno, hay poco aprecio por la elegancia en el
lenguaje, por el estilo recatado y sereno en el proceder
y por el equilibrio comportamental. En el mundo
contemporáneo hay gran división entre las criaturas
prevaleciendo poco respeto y tolerancia a la opinión
ajena.
Aun por el lado comportamental, vale mencionar que una
de las investigaciones, que sirvió de base al artículo
arriba citado, ostenta el preocupante dato de que
200.000 escuchas a lo largo de una década declararon que
hubo un retroceso ético y moral en el 84% de las
cuestiones puestas. En efecto, se trata ahí de un pilar
en el desenvolvimiento espiritual de las personas. Al
final de cuentas, sin una clara y sana dirección en ese
particular, ciertamente el individuo cogerá resultados
amargos en su trayectoría de vida.
En ese sentido, cabe resaltar que las instituciones –
pilares de la sociedad – están en profunda crisis y sus
propuestos solo la profundizan, ya que sus
intervenciones son generalmente desastrosas. Sus
palabras y actitudes denotan, no es raro, completo
descontrol e incompatibilidad con la posición que
ocupan. Vale recordar que un conocido comentarista
periodista expresó su descontento con ese estado de
cosas atribuyéndolo a la falta de ética y moralidad
vigentes. Es verdad que siempre dejamos – en cuanto
nación – a desear en esas importantísimas dimensiones,
inclusive en el pasado. Pero en el cuadro actual, es
innegable que ellas alcanzarón otro espacio de
“degradación moral”, en las palabras del citado
profesional de emprensa.
Para intentar explicar tal percepción sombría, se puede
conjeturar que tal vez esté faltando en los tiempos
actuales el necesario énfasis de que hay también cosas
buenas ocurriendo. Es evidente que sí. Todavía, ellas
parecen no conseguir sobrepujar las percepciones
contrarias de pesimismo y desaliento. Sea como fuera, el
asunto es complejo demandando más análisis, que
ciertamente cansarían al lector en un único artículo. No
obstante, “... llegados son
los tiempos de hacer que los hombres conozcan la
verdad”, conforme otrora afirmó Allan Kardec. Esa
verdad, que abarca la realidad del Espíritu inmortal,
nos llama a la realización de cambios en nuestra manera
de ver y ser.
Siendo así, es llegada la hora de mirar más críticamente
para nuestro yo interior e indagar si estamos realmente
contribuyendo para un mundo mejor. En ese sentido,
tengamos en mente que Dios espera (siempre) de nosotros
acciones y actitudes volcadas al bien mayor para que el
planeta pueda ser, en fin, regenerado y la vida, por
extensión, cada vez mejor para todos.