Especial

por Arleir Bellieny

La Navidad y la frecuencia del amor

Las campanas resuena una vez más para avisar que la Navidad volvió. Con ella, los deseos del niño que mantenemos vivo dentro de nosotros, a la espera de ser agraciados por el buen viejito, con nuestro “regalo de Navidad”.

No es mi propósito disertar aquí sobre las leyendas navideñas, pero, sí, promover algunas reflexiones sobre este periodo en el calendario cristiano: ¿De qué estamos necesitando de hecho? ¿Qué pediríamos, en una cartita, para que el buen viejito nos atienda?

En el trascurrir de un año conturbado en nuestro planeta, pandemia aun en fase de alerta y cuidados médico-sanitarios; las guerras aun arrasan vidas; personas insatisfechas con resultados de las historias de vida; la población mundial aumentando significativamente, concentrada en las metrópolis de las naciones como pronóstico de ausencia de víveres para sobrevivencia; el odio tomando cuenta de los debates; discusiones y reseñas sociales sobreponiendose a las luchas de clases; familias en desajustes emocionales o en conflictos severos; padres e hijos esgrimiéndose priorizando el antagonismo, causando profundas heridas psíquicas en los núcleos socioeducativos, alcanzando a las familias como célula máxima, suman apenas algunos de los motivos para reflexionar sobre las cuestiones propuestas.

Me parece que el legítimo homenajeado ciertamente se encuentra forzado con el que hicimos con sus simientes de amor, que Él dejó plantadas en todo el orbe, en especial en nuestras conciencias, pero que aun no germinaron lo suficiente para sobreponerse a tantos comportamientos equivocados.

Su efecto, cantado en versos y prosa, parece no haber alcanzado el propósito fin, que es el de volver el alma humana mejor que en el tiempo en que Él, el Maestro, estuvo caminando entre nosotros en el cuerpo de hombre, en este increible Planeta.

¿Qué será qué está ocurriendo con nosotros?

¿El atento lector ya hizo esta breve reflexión? Parece que una parte de la humanidad, o sea, nosotros, no estamos haciendo “el deber de casa”. Tanto jóvenes en cuanto adultos y longevos, en su mayoría, se encuentran en desequilibrio emocional, necesitados de urgente terapéutica psicoespiritual,  para retomar el camino de los ajustes del comportamiento humano humanizado, en la dirección apuntada por los evangelios y tan bien explicada por Pablo de Tarso en 1º Corintios, 13: “El amor es paciente, es bondadoso; el amor no es envidioso, no es arrogante, no se enorgullece, no es ambicioso, no busca sus propios intereses, no se irrita, no guarda resentimiento por el mal sufrido, no se alegra con la injusticia, mas se regocija con la verdad; todo disculpa, todo cree, todo espera, todo soporta”.

La palabra “amor” surgió ciertamente con Jesús, al dar un significado específico para esa energía que transforma personas redireccionando caminos y propósitos. Cuando el Maestro Jesús nos dejó el gran mandamiento de la Ley, en respuesta al fariseo que lo interrogó: “Ame el señor a su Dios, de todo su corazón, de toda su alma y de todo su entendimiento. Este es el gran y primer mandamiento. Y el segundo, semejante a este, es: Ame a su prójimo como usted ama a sí mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas (Mateo, 22:37 a 40).

Quedó caracterizado se trata de una vibración que hasta entonces era desconocida en la Tierra. La ciencia, cada vez más ajustada en las investigaciones, ha ofrecido un vasto material para nuestra comprensión y entendimiento de lo que es invisible a nuestros ojos físicos, sin embargo perceptible a los sentimientos y las emociones. En la actualidad es posible establecer valores numéricos en las energías que vibran a partir de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, gracias al Dr. David Hawkins, médico psiquiatra y escritor estadounidense, que desde 1970 dedicó su vida al estudio de las emociones humanas, construyendo una escala de valores que mide las frecuencias vibracionales de cada emoción humana en valor numérico medido en Hertz (Hz).

En la escala citada, la frecuencia del amor mide 528 Hertz, que investigaciones apuntan tener poder curativo y por eso es utilizada por sacerdotes de la iglesia y curanderos de civilizaciones antiguas para el alcance de los “milagros”. En Mateo,15:30 y 31, encontramos la siguiente cita: Y vinieron a Él muchas multitudes trayendo consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos otros y los dejaron junto a los pies de Jesús; y Él los curó. El pueblo quedó maravillado al ver que los mudos hablaban, los lisiados recuperaban la salud, los cojos andaban y los ciegos veían. Y glorificaban al Dios de Israel. Lo que nos hace creer que las curas y los milagros promovidos por Jesús y enseñado a los apóstoles fueron obtenidos utilizando los recursos de la ciencia hasta entonces desconocida por los hombres. En la cura de la suegra de Pedro, Él apenas la cogió por la mano y la fiebre la dejó. Ella se levantó y pasó a servirlo (Mateo, 8:15). 

La literatura espírita está atravesada de cuentos y hechos que confirman las curas alcanzadas por personas que recorrieron a esa praxis, con fe y confianza. En el libro Lindos casos de Bezerra de Menezes, Ramiro Gama describe el siguiente episodio ocurrido en la salida del consultorio del Dr. Bezerra: un hombre que había llevado a su esposa para consulta por la mañana, lo aguardó hasta el fin del día. Llorando, interpela al Dr. Bezerra diciendo: No tengo dinero para comprar los medicamentos que el señor preparó en la receta. Mi mujer está ardiendo de fiebre. ¡Por misericordia, doctor, ayúdeme! Nuestro amoroso Dr. Bezerra, tomado por la emoción del momento, dice a aquel hombre: No tengo monedas para darle. Las últimas quedaron con el último cliente atendido. Sin embargo, lleve para ella este abrazo y diga que es en nombre de Jesús. El hombre salió envuelto en la frecuencia de la cura, después transmitida a su mujer, que ciertamente quedó curada.

En mi parecer, queda caracterizado que el antídoto trata en el combate a todos los males aparentes y ocultos, que en la actualidad son elementos desagregadores de la buena convivencia y conflictos sociales, tiene nombre sellado por nuestro guía y modelo, Jesús: ¡se llama AMOR! Esa frecuencia vibracional de que la humanidad se encuentra olvidada o negando su existencia.

La Ciencia y la Religión ciertamente ya están conectadas. Resta ahora colocarnos en práctica diaria en nuestros hábitos esos nuevos conceptos, rescatando el Amor en su esencia mayor, tal cual nos fue enseñado y prácticado por Jesús hace dos mil años.

Queda registrada entonces, aquí, nuestra sugestión para la cartita que deberíamos enviar a Papá Noel: “¡En esta Navidad, quiero como regalo recibir y presentar Amor!”

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita