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La
Navidad y la frecuencia
del amor |
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Las campanas resuena una vez más para avisar que la
Navidad volvió. Con ella, los deseos del niño que
mantenemos vivo dentro de nosotros, a la espera de ser
agraciados por el buen viejito, con nuestro “regalo de
Navidad”.
No es mi propósito disertar aquí sobre las leyendas
navideñas, pero, sí, promover algunas reflexiones sobre
este periodo en el calendario cristiano: ¿De qué estamos
necesitando de hecho? ¿Qué pediríamos, en una cartita,
para que el buen viejito nos atienda?
En el trascurrir de un año conturbado en nuestro
planeta, pandemia aun en fase de alerta y cuidados
médico-sanitarios; las guerras aun arrasan vidas;
personas insatisfechas con resultados de las historias
de vida; la población mundial aumentando
significativamente, concentrada en las metrópolis de las
naciones como pronóstico de ausencia de víveres para
sobrevivencia; el odio tomando cuenta de los debates;
discusiones y reseñas sociales sobreponiendose a las
luchas de clases; familias en desajustes emocionales o
en conflictos severos; padres e hijos esgrimiéndose
priorizando el antagonismo, causando profundas heridas
psíquicas en los núcleos socioeducativos, alcanzando a
las familias como célula máxima, suman apenas algunos de
los motivos para reflexionar sobre las cuestiones
propuestas.
Me parece que el legítimo homenajeado ciertamente se
encuentra forzado con el que hicimos con sus simientes
de amor, que Él dejó plantadas en todo el orbe, en
especial en nuestras conciencias, pero que aun no
germinaron lo suficiente para sobreponerse a tantos
comportamientos equivocados.
Su efecto, cantado en versos y prosa, parece no haber
alcanzado el propósito fin, que es el de volver el alma
humana mejor que en el tiempo en que Él, el Maestro,
estuvo caminando entre nosotros en el cuerpo de hombre,
en este increible Planeta.
¿Qué será qué está ocurriendo con nosotros?
¿El atento lector ya hizo esta breve reflexión? Parece
que una parte de la humanidad, o sea, nosotros, no
estamos haciendo “el deber de casa”. Tanto jóvenes en
cuanto adultos y longevos, en su mayoría, se encuentran
en desequilibrio emocional, necesitados de urgente
terapéutica psicoespiritual, para retomar el camino de
los ajustes del comportamiento humano humanizado, en la
dirección apuntada por los evangelios y tan bien
explicada por Pablo de Tarso en 1º Corintios, 13: “El
amor es paciente, es bondadoso; el amor no es envidioso,
no es arrogante, no se enorgullece, no es ambicioso, no
busca sus propios intereses, no se irrita, no guarda
resentimiento por el mal sufrido, no se alegra con la
injusticia, mas se regocija con la verdad; todo
disculpa, todo cree, todo espera, todo soporta”.
La palabra “amor” surgió ciertamente con Jesús, al dar
un significado específico para esa energía que
transforma personas redireccionando caminos y
propósitos. Cuando el Maestro Jesús nos dejó el gran
mandamiento de la Ley, en respuesta al fariseo que lo
interrogó: “Ame el señor a su Dios, de todo su corazón,
de toda su alma y de todo su entendimiento. Este es el
gran y primer mandamiento. Y el segundo, semejante a
este, es: Ame a su prójimo como usted ama a sí mismo”.
De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los
profetas (Mateo, 22:37 a 40).
Quedó caracterizado se trata de una vibración que hasta
entonces era desconocida en la Tierra. La ciencia, cada
vez más ajustada en las investigaciones, ha ofrecido un
vasto material para nuestra comprensión y entendimiento
de lo que es invisible a nuestros ojos físicos, sin
embargo perceptible a los sentimientos y las emociones.
En la actualidad es posible establecer valores numéricos
en las energías que vibran a partir de nuestros
pensamientos, sentimientos y emociones, gracias al Dr.
David Hawkins, médico psiquiatra y escritor
estadounidense, que desde 1970 dedicó su vida al estudio
de las emociones humanas, construyendo una escala de
valores que mide las frecuencias vibracionales de cada
emoción humana en valor numérico medido en Hertz (Hz).
En la escala citada, la frecuencia del amor mide 528
Hertz, que investigaciones apuntan tener poder curativo
y por eso es utilizada por sacerdotes de la iglesia y
curanderos de civilizaciones antiguas para el alcance de
los “milagros”. En Mateo,15:30 y 31, encontramos la
siguiente cita: Y vinieron a Él muchas multitudes
trayendo consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos
otros y los dejaron junto a los pies de Jesús; y Él los
curó. El pueblo quedó maravillado al ver que los mudos
hablaban, los lisiados recuperaban la salud, los cojos
andaban y los ciegos veían. Y glorificaban al Dios de
Israel. Lo que nos hace creer que las curas y los
milagros promovidos por Jesús y enseñado a los apóstoles
fueron obtenidos utilizando los recursos de la ciencia
hasta entonces desconocida por los hombres. En la cura
de la suegra de Pedro, Él apenas la cogió por la mano y
la fiebre la dejó. Ella se levantó y pasó a servirlo
(Mateo, 8:15).
La literatura espírita está atravesada de cuentos y
hechos que confirman las curas alcanzadas por personas
que recorrieron a esa praxis, con fe y confianza. En el
libro Lindos casos de Bezerra de Menezes, Ramiro
Gama describe el siguiente episodio ocurrido en la
salida del consultorio del Dr. Bezerra: un hombre que
había llevado a su esposa para consulta por la mañana,
lo aguardó hasta el fin del día. Llorando, interpela al
Dr. Bezerra diciendo: No tengo dinero para comprar los
medicamentos que el señor preparó en la receta. Mi mujer
está ardiendo de fiebre. ¡Por misericordia, doctor,
ayúdeme! Nuestro amoroso Dr. Bezerra, tomado por la
emoción del momento, dice a aquel hombre: No tengo
monedas para darle. Las últimas quedaron con el último
cliente atendido. Sin embargo, lleve para ella este
abrazo y diga que es en nombre de Jesús. El hombre salió
envuelto en la frecuencia de la cura, después
transmitida a su mujer, que ciertamente quedó curada.
En mi parecer, queda caracterizado que el antídoto trata
en el combate a todos los males aparentes y ocultos, que
en la actualidad son elementos desagregadores de la
buena convivencia y conflictos sociales, tiene nombre
sellado por nuestro guía y modelo, Jesús: ¡se llama
AMOR! Esa frecuencia vibracional de que la humanidad se
encuentra olvidada o negando su existencia.
La Ciencia y la Religión ciertamente ya están
conectadas. Resta ahora colocarnos en práctica diaria en
nuestros hábitos esos nuevos conceptos, rescatando el
Amor en su esencia mayor, tal cual nos fue enseñado y
prácticado por Jesús hace dos mil años.
Queda registrada entonces, aquí, nuestra sugestión para
la cartita que deberíamos enviar a Papá Noel: “¡En esta
Navidad, quiero como regalo recibir y presentar Amor!”