Tema: Orgullo
El lobo orgulloso
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Cierta mañana, un lobo que tenía mucha hambre
vio un árbol cargado de pequeñas frutas. En la
cima del árbol, un mono tití, una ardilla y
varios
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pajaritos comían las frutas, satisfechos. El
lobo tuvo ganas de comerlas también, pero él no
sabía subir a los árboles. |
Había muchas frutas caídas en el piso, pero él no quería
comerlas. Algunas estaban muy maduras, pero otras
estaban podridas, picoteadas o mordidas.
“¡Yo soy más grande y más fuerte que ese montón de
animalitos insignificantes! No voy a comer las frutas
caídas mientras que ellos devoran las buenas allá
arriba, como unos muertos de hambre”, pensaba el lobo.
El estómago del lobo rugía y su boca salivaba. Pero,
incluso así, él no comió las frutitas. Continuó su
camino, con la cabeza erguida, fingiendo despreciar las
frutas tanto como despreciaba a los animalitos.
Viendo al lobo alejarse, doña Paloma, que era muy buena
y le gustaba ayudar, lo llamó:
- Señor Lobo, ¿no quiere comer algunas frutas? Están
bien dulces. Puedo lanzarle algunas a usted.
El lobo ni respondió y se fue.
“¿Quién se cree que es esa paloma para querer humillarme
de esa forma? Se imagina que yo necesito algún favor de
ella. Voy a hallar algo mucho mejor para comer. Algo de
mi nivel”, dijo el lobo para sí mismo.
Sucede que el lobo anduvo todo el día y no encontró
ningún alimento. Su hambre era cada vez más grande y ya
comenzaba a sentirse débil.
Al final de la tarde, ya cansado, el lobo se dio cuenta
de que pronto quedaría oscuro y ya no podría continuar
buscando comida. Tendría que pasar toda la noche con
hambre y volver a comenzar su búsqueda al día siguiente.
Ese pensamiento dejó al lobo desesperado. “Dios mío, no
voy a poder esperar tanto,
¡voy a morir de hambre! Necesito
comida”, pensó.
El lobo, con bastante dificultad, caminó de regreso
hasta el árbol. Llegó allá exhausto y comenzó a comer
todas las frutas caídas, sin siquiera ver cómo estaban.
Las sintió a todas deliciosas y dio gracias a Dios
porque estuvieran todavía ahí.
Cuando ya había comido bastante, se acordó de los
animalitos. Levantó la vista y vio que todavía estaban
allí, mirándolo, sorprendidos.
El lobo estaba tan abatido que ya ni siquiera se
preocupaba por ellos. Para él, ya no era importante ser
el más grande, ni el más fuerte. Simplemente poder comer
y recuperar energías. Después de comer todo lo que pudo,
el lobo se acostó allí mismo cerca al árbol y durmió
profundamente.
A la mañana siguiente, cuando despertó, se encontraba
muy bien. Se sentía animado y feliz por haber logrado
superar la dificultad del día anterior. No le fue
difícil comprender que su orgullo era lo que había
causado su mal, pues si hubiera comido en la mañana, no
habría pasado por todo lo que pasó.
El lobo decidió firmemente cambiar de actitud. Pensar
que era mejor que los demás no le hacía mejor que ellos.
Los rayos del sol ya coloreaban el día. Los pájaros y
otros animalitos ya se alimentaban animadamente en las
ramas del árbol.
El lobo se acercó y les dio los buenos días, con
amabilidad. Le devolvieron el saludo y doña Paloma dijo:
— Qué hermoso día, ¿no, señor Lobo? ¿Le gustaría algunas
frutitas maduras de aquí arriba?
— ¡Por supuesto, le agradecería si pudiera lanzarme
algunas! Estas de aquí abajo ya están buenas, pero las
de allá deben estar perfectas.
Doña Paloma, amable como era, le lanzó varias frutitas
muy maduras. El lobo apreció mucho su sabor como el
gesto de la palomita.
El lobo, que había aprendido a tener humildad, empezó a
vivir mejor, hizo nuevos amigos y fue mucho más feliz.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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