Tema: Buena voluntad; servir a Dios
Las luces
Había una vez una luciérnaga que vivía en un campo con
mucha vegetación y muchos otros insectos también. Este
lugar estaba lejos de las ciudades. Allí no había
presencia del hombre ni de sus inventos.
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En aquel campo, la luciérnaga era el único
insecto que tenía luz. Su lucecita verdosa era
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admirada por todos. Durante el día vivía como
los otros insectos, pero por la noche,
literalmente, brillaba. |
Su luz no sólo era bonita sino también muy útil. Muchas
veces sus amigos le pedían ayuda para encontrar algo en
la oscuridad o para encontrar una cría que no había
regresado a casa antes del anochecer.
La luciérnaga conocía su condición especial y estaba
feliz por ello. No porque fuera vanidosa sino porque se
sentía útil. Sabía que podía colaborar mucho con sus
amigos y vecinos.
Un día, la amiga libélula, que vuela rápido y por muchos
lugares, trajo noticias. Ella había visto un lugar
construido por hombres y contó que había cosas muy
diferentes allá.
Los animalitos sintieron curiosidad y organizaron una
excursión para descubrir también las cosas increíbles de
las que había hablado la libélula.
El día señalado, llegó la libélula y guio a los amigos
hasta la granja de los hombres.
El viaje fue largo, pero valió la pena.
Había muchas cosas nuevas: la casa, la cerca, el pozo,
las herramientas... La
libélula tenía razón. Eran cosas increíbles.
Los insectos se quedaron todo el día aprendiendo sobre
los inventos de los hombres. Les pareció todo tan
interesante que decidieron pasar la noche allí y
regresar al día siguiente.
Esperaban simplemente descansar, pero la noche también
les trajo sorpresas increíbles. Tan pronto como
oscureció, comenzaron a aparecer luces que los insectos
nunca habían visto.
En lo alto de un poste, se encendió una lámpara que
iluminó todo a su alrededor. Dentro de la casa se
encendió una chimenea que, además del calor, iluminaba y
aportaba calidez a toda la sala. En la habitación había
una vela sobre la cómoda, que dejó a los animalitos
encantados. No pasó mucho tiempo cuando un hombre llegó
a la casa con un farol que podía iluminar todo el camino
de tierra.
Los insectos quedaron muy impresionados. Conocían la luz
del sol, de la luna y de las estrellas; luces que
brillaban en el cielo. De cerca, la única luz que habían
visto era la de la luciérnaga.
A la mañana siguiente regresaron a casa muy emocionados
y contaron a todo el mundo lo que habían conocido.
La luciérnaga, sin embargo, a pesar de intentar
ocultarlo, no estaba animada como los demás. Incluso
estaba un poco triste. El escarabajo, que la conocía muy
bien, se dio cuenta y quiso saber qué estaba pasando.
– Amigo escarabajo – dijo la luciérnaga – vimos tantas
luces hermosas y poderosas. Pensé que yo era importante
por poder emitir luz. Pero mi luz no se compara con la
de la lámpara, ni con la de la chimenea, ni con la del
farol, ni siquiera con la de la vela, que era la más
pequeña de todas.
– Me di cuenta de que mi luz es insignificante –
prosiguió – y que ustedes estarían mucho mejor con
cualquier otra luz, que conmigo.
– Luciérnaga, ¿dónde están la lámpara, la chimenea, el
farol y la vela? ¿Ves a alguno de ellos aquí? – preguntó
el escarabajo. – No tienes tanta luz como ellos, pero
eres tú quien está a nuestro lado. Fuiste tú a quien
Dios puso aquí para ayudarnos. Lo que Él espera es que
sigas ayudando, con buena voluntad, ¡tal como eres!
– No te molestes porque hay luces más brillantes que la
tuya – continuó el escarabajo. – Para nosotros, lo
importante es saber que eres nuestro amigo y que
estás dispuesto a ayudarnos cuando lo necesitemos. ¿Y
entonces? ¿Podemos seguir contando contigo?
La luciérnaga sonrió y dijo:
- ¡Por supuesto que sí, amigo! Tienes razón, ¡gracias!
El escarabajo le dio un abrazo a la luciérnaga y todo
volvió a estar bien.
Allí, en aquel campo, la luciérnaga seguía llevando su
luz a todos. No era la luz más grande que existía, pero
con ella podía hacer mucho bien a todos.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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