Especial

por Anselmo Ferreira Vasconcelos

¿Cómo ser mejor?

Considerando las aun inmensas e inequívocas demostraciones actuales de desvíos morales de los seres humanos en todos los cuadrantes del planeta que, además, causan muchas desgracias y flagelos, se vuelve forzoso, para no sucumbir, apegándonos a algo superior que llena nuestros corazones y mentes con sensaciones positivas y cuidadoras. A pesar de el noticiario diario ser invariablemente repleto de episodios siniestros y tragedias sin cuenta, clara señal de que los “tiempos son llegados”, tenemos que avanzar. De hecho, no podemos parar en medio del camino redentor.

Es llegada la hora de mostrar nuestro real valor delante de Dios, a fin de permanecer unidos a ese orbe. Y apoyar en ese duro embate tenemos, más allá de nuestra fe particular y esperanzas, la grandeza y la profundidad del mensaje espiritual trasmitida personalmente por Jesús. En ese remolino de acontecimientos sombrios, tengamos la certeza de que los supuestos vencedores de hoy, que vuelven deliberadamente nuestras cruces aun más pesadas, serán los grandes derrotados de mañana.

Como criaturas desviadas de la luz siembran sufrimientos inenarrables para sí mismos. Los descalabros por ellos protagonizados estonces debidamente registrados en los anales de la espiritualidad, y, siendo así, los aguarda un futuro repleto de “llanto y crujir de dientes”, como puntua, además, el Evangelio. O sea, un premio natural y merecido a los que se recuestan en la práctica del mal y de actitudes desequilibradas. Por otro lado, para nosotros que ya mucho erramos, y ahora finalmente despertamos, el desafio colocado es el de ser mejores. Esa es, sin duda, la propuesta divina para todos los que anhela por tener la conciencia pacificada y libre de manchas.

De ese modo, buscando responder a las indagaciones de arriba que da título al texto, sugerimos, antes de nada más, introducir a Dios en nuestras vidas. Además, mucho se dice presentemente que nosotros, humanos, “perdemos el alma”, esto es, los buenos sentimientos, la sensibilidad, el sentido de respeto etc. Puesto esto, es preciso, entonces, rescatar la presencia del Señor en nuestro camino. Conectarse al Creador con frecuencia por medio de la oración y de las meditaciones nos trae alivio y paz interior. Apelar para su sabiduría en los momentos más críticos rogandole fuerzas e inspiración, es siempre un sabio procedimiento.

Por más paradoja que sea, hay que también considerar que muchos humanos no se conociesen verdaderamente. En otras palabras, no se descubrieran. No profundizar en la búsqueda del autoconocimiento, no revuelven el interior del ser para encontrar ciertas explicaciones al respecto de la propia conducta. De ese modo, se descubre es esencialmente entender lo que somos y nos motiva.

Es un proceso catártico que demanda mucho coraje, pues a través de el se puede eventualmente descubrir aspectos perturbadores que aun nos dominan. Implica igualmente en aceptar que precisamos ser rigurosos con nosotros, admitiendo, en muchas ocasiones, que precisamos mejorar nuestra casa interior, reformandola para que nuevos valores y aspiraciones la embellecen. Ya no debe constituir novedad saber que cargamos muchas deficiencias de carácter y comportamiento necesitando de reparos y superación que solo el autodescubrimiento puede proporcionar. Una buena medida en ese particular es prestar atención en lo que pensamos.

Es un hecho innegable que damos poca atención a las cosas de cuño espiritual. De modo general, no buscamos descubrir nuestro origen, así como las razones de estar viviendo aquí en esa dimensión tan conturbada y caótica. Pero aun, investigar y meditar sobre asuntos trascendentales no forman parte de la rutina de la mayoría de las personas. No obstante, la cuestión es que somos Espíritus momentaneamente encarnados en un mundo de pruebas y expiaciones. La vida, así, funciona como una extraordinária escuela proveedora de excepcionales oportunidades de aprendizaje y perfeccionamiento. Tenemos en ella la condición de poner en práctica nuestro mejor (talento, capacidades, virtudes y sentimientos) a favor del mundo que nos acoge y colaborar, al mismo tiempo, con el Creador. De ese modo, estudiar nuestra propia esencia (espiritual), es una providencia indispensable nuestra evolución.

Vale recordar que en El Evangelio Según el Espiritismo hay una vehementemente recomendación del Espíritu de la Verdad con relación a la necesidad de estudiar. O sea, “[...] Instruiros en la preciosa doctrina que disipa el error de las revueltas y os muestra el sublime objetivo de la prueba humana. Así como el viento barre el polvo, que también el soplo de los Espíritus disipe vuestros despechos contra los ricos del mundo, que son, no es raro, muy miserables, por cuanto se hallan sujetas a pruebas más peligrosas que las vuestras. Estoy con vosotros y mi apóstol os instruye. Bebed en la fuente viva del amor y preparaos, cautivos de la vida, a lanzaros un día, libres y alegres, en el seno de aquel que os creó débiles para volveros perfectibles y que quiere modeleis vosotros mismos vuestra maleable arcilla, a fin de ser los artífices de  vuestra inmortalidad”.

No hay, por tanto, otro camino mejor para vislumbrar la sabiduría divina, así como las posibilidades de crecimiento espiritual delineadas para nosotros. Tengamos en mente que estudiar es el medio más apropiado para conocer al Creador y su amor infinito. Estudiar es el instrumento para disipar el mal que aun hay dentro de nosotros, pues él nos faculta los elementos primordiales a la elevación de nuestro raciocinio. No obstante, continuamos movimiéndonos en el mundo como si no hubiese un mañana, “absolutamente distraidos de las verdades eternas”, según observa Telésforo, sabio mentor espiritual mencionado en la obra Los Mensajeros (dictada por el Espíritu André Luiz y psicografiada por el médium Francisco Cândido Xavier).

Muchos otros son víctimas de la propia ignorancia, o sea, la llamada “madre de las miserias, de las flaquezas, de los crímenes”, como muy bien pondera también él. En suma, el desconocimiento del alcance y de la incomensurable sabiduría de los estatutos divinos nos impiden de observar los presupuestos para alcanzar la real felicidad. Puesto esto, estudiar es un paso imprescindible para conocer las verdades eternas resonar por el Maestro Jesús, y garantía de victoria, si bien asimiladas, sobre nuestras imperfecciones. Es curioso notar que ciertas personas declaran tener dificultades en emprender un mínimo esfuerzo de lectura edificante, que les podría saciar el alma con otras adquisiciones del conocimiento.

Infelizmente, conocí a muchos individuos en esa autolimitante situación a lo largo de la vida. Algunos de ellos, para mi sorpresa, asumieron informarse exclusivamente por la televisión, mientras otros insinuaron la preferencia por el audio book. Claro que se tratan de alternativas válidas de aprendizaje e información; no obstante, jamás sustituyen la profundidad analítico-descriptiva de un buen libro. Hasta incluso el fenomenal recurso del cine, en que pese a mi sincera admiración y encanto por tal forma de arte, no consigue reproducir con la debida riqueza el volumen de diálogos y esclarecimientos que solo los buenos libros pueden proporcionar.

De ese modo, estudiar nuestra personalidad y tendencias exige intensa reflexión, comparaciones y contrapuntos. En mi modesta visión, apenas un buen libro puede ofrecernos tales elementos. El Espiritismo es extremadamente generoso en el provisión de tales posibilidades que, cuando es bien aprovechadas, nos permiten avanzar a través de la precisa identificación de los puntos, en nuestra forma de ser, obrar y pensar, que requieren mejorias.  

La manera como nos relacionamos con otros también es un punto crítico a ser examinado. A propósito, recordemos siempre: no estamos solos en el mundo. En ese sentido, precisamos de nuestros semejantes, tal vez hasta más de lo que ellos precisan de nosotros. Somos una raza gregaria que trabaja por la propia preservación. Nuestra ancestralidad claramente resalta el relieve de tal característica. En términos espirituales, se vuelve imperioso que sepamos cultivar la paz y benevolencia con nuestros hermanos de jornada, si deseamos, de hecho, nuestra ascensión. En la familia enfrentamos, casi siempre, enormes desafios en ese particular, pues en ellas están abrigados por los lazos consanguíneos desafectos o enemigos del pasado. Felizmente, Dios nos concede el breve olvido, pero nos reune nuevamente para que nuestros antagonismos sean transformados por los sentimientos recíprocos de amor y tolerancia. Por tanto, ser mejor en esta dimensión significa trabajar diariamente para que nuestras relaciones sean bendecidas por la comprensión y buena voluntad. Es evidente que no siempre encontramos en la vida individuos dispuestos a demostrar las mismas inclinaciones en relación a nosotros. Todavía, hagamos  nuestra parte tratando a todos con mucho respeto y consideración, y si algo insatisfactorio ocurriera, que no sea provocado por nosotros.

Por fin, la fuerza de la caridad debe servir de estímulo a la acción concreta. La visión espírita va mucho más allá de distribuir limosnas, pues esa es muchas veces mecánica y destituída de sentinos más apurados. Conforme observa Allan Kardec, también en “El Evangelio Según el Espiritismo,” ”la verdadera caridad es modesta, simple e indulgente”. Tal vez el más importante aspecto de esta virtud sea el de dirigir a otro una mirada comprensiva. En efecto, muchos están desperdiciando la presente encarnación de forma lamentable, aumentando aun más sus pasivos delante de la espiritualidad. Como seres alineados al mal, ciertamente tendrá un larguísimo camino que recorrer hasta que sus conciencias despierten. Lo observamos como almas enfermas, es un acto genuino de caridad. Recordemos que el malhechor, el criminal, el villano, en fin, también poseen el ADN divino aguardando el momento aplazado para despertar.

Jesús siempre tenía una mirada compasiva, caritativa a los que lo buscaban, y así les donaba plenamente su amor. En los momentos más dramáticos de su crucifixión aun tuvo la caridad de perdonar a los que le infligían el sufrimiento inicuo. De nuestra parte, podemos y debemos ser caritativos, evitando el ácido de la crítica impiadosa o de la actitud inclemente y radical. Nosotros también mucho erramos. Nuestro pasado es generalmente comprometedor, y si hoy algo adquirimos en el campo del autoconocimiento, es porque los mayorales de la espiritualidad nos acogieron por la via de la asistencia fraternal en algún momento. Recuperados parcialmente de nuestra ceguera, ahora estamos trabajando por perfeccionarnos ante las leyes cósmicas que rigen la vida. Concluyendo, todos nosotros podemos y debemos ser mejores. Todos los días tenemos esa oportunidad, entonces, manos a la obra. 

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita