Considerando las aun inmensas e inequívocas
demostraciones actuales de desvíos morales de los seres
humanos en todos los cuadrantes del planeta que, además,
causan muchas desgracias y flagelos, se vuelve forzoso,
para no sucumbir, apegándonos a algo superior que llena
nuestros corazones y mentes con sensaciones positivas y
cuidadoras. A pesar de el noticiario diario ser
invariablemente repleto de episodios siniestros y
tragedias sin cuenta, clara señal de que los “tiempos
son llegados”, tenemos que avanzar. De hecho, no podemos
parar en medio del camino redentor.
Es llegada la hora de mostrar nuestro real valor delante
de Dios, a fin de permanecer unidos a ese orbe. Y apoyar
en ese duro embate tenemos, más allá de nuestra fe
particular y esperanzas, la grandeza y la profundidad
del mensaje espiritual trasmitida personalmente por
Jesús. En ese remolino de acontecimientos sombrios,
tengamos la certeza de que los supuestos vencedores de
hoy, que vuelven deliberadamente nuestras cruces aun más
pesadas, serán los grandes derrotados de mañana.
Como criaturas desviadas de la luz siembran sufrimientos
inenarrables para sí mismos. Los descalabros por ellos
protagonizados estonces debidamente registrados en los
anales de la espiritualidad, y, siendo así, los aguarda
un futuro repleto de “llanto y crujir de dientes”, como
puntua, además, el Evangelio. O sea, un premio natural y
merecido a los que se recuestan en la práctica del mal y
de actitudes desequilibradas. Por otro lado, para
nosotros que ya mucho erramos, y ahora finalmente
despertamos, el desafio colocado es el de ser mejores.
Esa es, sin duda, la propuesta divina para todos los que
anhela por tener la conciencia pacificada y libre de
manchas.
De ese modo, buscando responder a las indagaciones de
arriba que da título al texto, sugerimos, antes de nada
más, introducir a Dios en nuestras vidas. Además, mucho
se dice presentemente que nosotros, humanos, “perdemos
el alma”, esto es, los buenos sentimientos, la
sensibilidad, el sentido de respeto etc. Puesto esto, es
preciso, entonces, rescatar la presencia del Señor en
nuestro camino. Conectarse al Creador con frecuencia por
medio de la oración y de las meditaciones nos trae
alivio y paz interior. Apelar para su sabiduría en los
momentos más críticos rogandole fuerzas e inspiración,
es siempre un sabio procedimiento.
Por más paradoja que sea, hay que también considerar que
muchos humanos no se conociesen verdaderamente. En otras
palabras, no se descubrieran. No profundizar en la
búsqueda del autoconocimiento, no revuelven el interior
del ser para encontrar ciertas explicaciones al respecto
de la propia conducta. De ese modo, se descubre es
esencialmente entender lo que somos y nos motiva.
Es un proceso catártico que demanda mucho coraje, pues a
través de el se puede eventualmente descubrir aspectos
perturbadores que aun nos dominan. Implica igualmente en
aceptar que precisamos ser rigurosos con nosotros,
admitiendo, en muchas ocasiones, que precisamos mejorar
nuestra casa interior, reformandola para que nuevos
valores y aspiraciones la embellecen. Ya no debe
constituir novedad saber que cargamos muchas
deficiencias de carácter y comportamiento necesitando de
reparos y superación que solo el autodescubrimiento
puede proporcionar. Una buena medida en ese particular
es prestar atención en lo que pensamos.
Es un hecho innegable que damos poca atención a las
cosas de cuño espiritual. De modo general, no buscamos
descubrir nuestro origen, así como las razones de estar
viviendo aquí en esa dimensión tan conturbada y caótica.
Pero aun, investigar y meditar sobre asuntos
trascendentales no forman parte de la rutina de la
mayoría de las personas. No obstante, la cuestión es que
somos Espíritus momentaneamente encarnados en un mundo
de pruebas y expiaciones. La vida, así, funciona como
una extraordinária escuela proveedora de excepcionales
oportunidades de aprendizaje y perfeccionamiento.
Tenemos en ella la condición de poner en práctica
nuestro mejor (talento, capacidades, virtudes y
sentimientos) a favor del mundo que nos acoge y
colaborar, al mismo tiempo, con el Creador. De ese modo,
estudiar nuestra propia esencia (espiritual), es una
providencia indispensable nuestra evolución.
Vale recordar que en El Evangelio Según el
Espiritismo hay una vehementemente recomendación
del Espíritu de la Verdad con relación a la
necesidad de estudiar. O sea, “[...] Instruiros
en la preciosa doctrina que disipa el error de las
revueltas y os muestra el sublime objetivo de la prueba
humana. Así como el viento barre el polvo, que también
el soplo de los Espíritus disipe vuestros despechos
contra los ricos del mundo, que son, no es raro, muy
miserables, por cuanto se hallan sujetas a pruebas más
peligrosas que las vuestras. Estoy con vosotros y mi
apóstol os instruye. Bebed en la fuente viva del amor y
preparaos, cautivos de la vida, a lanzaros un día,
libres y alegres, en el seno de aquel que os creó
débiles para volveros perfectibles y que quiere modeleis
vosotros mismos vuestra maleable arcilla, a fin de ser
los artífices de vuestra inmortalidad”.
No hay, por tanto, otro camino mejor para vislumbrar la
sabiduría divina, así como las posibilidades de
crecimiento espiritual delineadas para nosotros.
Tengamos en mente que estudiar es el medio más apropiado
para conocer al Creador y su amor infinito. Estudiar es
el instrumento para disipar el mal que aun hay dentro de
nosotros, pues él nos faculta los elementos primordiales
a la elevación de nuestro raciocinio. No obstante,
continuamos movimiéndonos en el mundo como si no hubiese
un mañana, “absolutamente distraidos de las verdades
eternas”, según observa Telésforo, sabio mentor
espiritual mencionado en la obra Los Mensajeros (dictada
por el Espíritu André Luiz y psicografiada por el médium
Francisco Cândido Xavier).
Muchos otros son víctimas de la propia ignorancia, o
sea, la llamada “madre de las miserias, de las
flaquezas, de los crímenes”, como muy bien pondera
también él. En suma, el desconocimiento del alcance y de
la incomensurable sabiduría de los estatutos divinos nos
impiden de observar los presupuestos para alcanzar la
real felicidad. Puesto esto, estudiar es un paso
imprescindible para conocer las verdades eternas resonar
por el Maestro Jesús, y garantía de victoria, si bien
asimiladas, sobre nuestras imperfecciones. Es curioso
notar que ciertas personas declaran tener dificultades
en emprender un mínimo esfuerzo de lectura edificante,
que les podría saciar el alma con otras adquisiciones
del conocimiento.
Infelizmente, conocí a muchos individuos en esa
autolimitante situación a lo largo de la vida. Algunos
de ellos, para mi sorpresa, asumieron informarse
exclusivamente por la televisión, mientras otros
insinuaron la preferencia por el audio book. Claro que
se tratan de alternativas válidas de aprendizaje e
información; no obstante, jamás sustituyen la
profundidad analítico-descriptiva de un buen libro.
Hasta incluso el fenomenal recurso del cine, en que pese
a mi sincera admiración y encanto por tal forma de arte,
no consigue reproducir con la debida riqueza el volumen
de diálogos y esclarecimientos que solo los buenos
libros pueden proporcionar.
De ese modo, estudiar nuestra personalidad y tendencias
exige intensa reflexión, comparaciones y contrapuntos.
En mi modesta visión, apenas un buen libro puede
ofrecernos tales elementos. El Espiritismo es
extremadamente generoso en el provisión de tales
posibilidades que, cuando es bien aprovechadas, nos
permiten avanzar a través de la precisa identificación
de los puntos, en nuestra forma de ser, obrar y pensar,
que requieren mejorias.
La manera como nos relacionamos con otros también es un
punto crítico a ser examinado. A propósito, recordemos
siempre: no estamos solos en el mundo. En ese sentido,
precisamos de nuestros semejantes, tal vez hasta más de
lo que ellos precisan de nosotros. Somos una raza
gregaria que trabaja por la propia preservación. Nuestra
ancestralidad claramente resalta el relieve de tal
característica. En términos espirituales, se vuelve
imperioso que sepamos cultivar la paz y benevolencia con
nuestros hermanos de jornada, si deseamos, de hecho,
nuestra ascensión. En la familia enfrentamos, casi
siempre, enormes desafios en ese particular, pues en
ellas están abrigados por los lazos consanguíneos
desafectos o enemigos del pasado. Felizmente, Dios nos
concede el breve olvido, pero nos reune nuevamente para
que nuestros antagonismos sean transformados por los
sentimientos recíprocos de amor y tolerancia. Por tanto,
ser mejor en esta dimensión significa trabajar
diariamente para que nuestras relaciones sean bendecidas
por la comprensión y buena voluntad. Es evidente que no
siempre encontramos en la vida individuos dispuestos a
demostrar las mismas inclinaciones en relación a
nosotros. Todavía, hagamos nuestra parte tratando a
todos con mucho respeto y consideración, y si algo
insatisfactorio ocurriera, que no sea provocado por
nosotros.
Por fin, la fuerza de la caridad debe servir de estímulo
a la acción concreta. La visión espírita va mucho más
allá de distribuir limosnas, pues esa es muchas veces
mecánica y destituída de sentinos más apurados. Conforme
observa Allan Kardec, también en “El Evangelio Según
el Espiritismo,” ”la verdadera caridad es modesta,
simple e indulgente”. Tal vez el más importante aspecto
de esta virtud sea el de dirigir a otro una mirada
comprensiva. En efecto, muchos están desperdiciando la
presente encarnación de forma lamentable, aumentando aun
más sus pasivos delante de la espiritualidad. Como seres
alineados al mal, ciertamente tendrá un larguísimo
camino que recorrer hasta que sus conciencias
despierten. Lo observamos como almas enfermas, es un
acto genuino de caridad. Recordemos que el malhechor, el
criminal, el villano, en fin, también poseen el ADN
divino aguardando el momento aplazado para despertar.
Jesús siempre tenía una mirada compasiva, caritativa a
los que lo buscaban, y así les donaba plenamente su
amor. En los momentos más dramáticos de su crucifixión
aun tuvo la caridad de perdonar a los que le infligían
el sufrimiento inicuo. De nuestra parte, podemos y
debemos ser caritativos, evitando el ácido de la crítica
impiadosa o de la actitud inclemente y radical. Nosotros
también mucho erramos. Nuestro pasado es generalmente
comprometedor, y si hoy algo adquirimos en el campo del
autoconocimiento, es porque los mayorales de la
espiritualidad nos acogieron por la via de la asistencia
fraternal en algún momento. Recuperados parcialmente de
nuestra ceguera, ahora estamos trabajando por
perfeccionarnos ante las leyes cósmicas que rigen la
vida. Concluyendo, todos nosotros podemos y debemos ser
mejores. Todos los días tenemos esa oportunidad,
entonces, manos a la obra.