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Nuevo año,
nuevas
resoluciones |
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Más un año finalizado, por lo menos para quien sigue el
calendario gregoriano, en vigor en la gran mayoría de
los países del mundo. Un ciclo más se cierra, 365 días
de oportunidades que fueron surgiendo a lo largo del
camino, bien aprovechadas o no, productivas o no,
repletos de planes concretos algunos, que quedarón
perdidos en el camino, muchos, mal comenzados y puestos
de lado, tal vez muchos también. Algunos, con toda la
certeza, aplazados para mejores oportunidades. Pensamos
nosotros. Porque, si es característico del ser humano el
renovar continuo de esperanzas a través de la
delineación de planes para el futuro, es también una de
las más fuertes características de nuestra humanidad
imperfecta la costumbre de aplazar y adelantar la
concreción de todo para un futuro más o menos
inalcanzable. Vivimos olvidados de que el futuro poco
significa porque el instante actual es lo único que
tenemos para concretar aquello que nos proponemos. En el
preciso momento en que nos distraemos, ya es pasado,
perdido y sin retorno. No hay, pues, mejor oportunidad
que aquella en que nos situamos, sea cual fuera el tenor
de las realizaciones a que nos proponemos.
Con esta seguridad, cerremos este ciclo. Hagamos la
necesaria reflexión sobre el aprovechamiento que demos a
las oportunidades que este trozo de camino nos
proporcionó y sigamos adelante. Sigamos el camino, que
la propuesta es larga y no nos compete perder tiempo.
Nuevo año se inició. Nuevas, o simplemente renovadas, no
debemos olvidar que las decisiones siempre serán
nuestras y solo nuestras. Apenas a nosotros cabe cumplir
el plan mayor que trazamos o ayudamos a trazar rumbo al
progreso espiritual. Es ese el objetivo de nuestra
presencia actual en este planeta, y será su mayor o
menor cumplimiento que delineará otros rumbos que
continuarán para dirigir nuestros pasos para la
infinitud y la perfección prometida por Jesús. El camino
es nuestro y nadie lo hará por nosotros. Las
resoluciones son nuestras y nadie podrá trabajar por
ellas a no ser nosotros mismos. Y es caminando que se
hace el camino. No es esperando eternamente por el
futuro, que no pasa de un concepto quimérico e
intangible.
El camino del progreso tiene que ser recorrido paso a
paso, sin vacilaciones. Cada grado de la escalera
evolutiva exige una terapéutica espiritual de limpieza
del interior, una capacidad de exclusión de todo lo que
traba nuestra ascensión personal. Cada etapa conquistada
es fruto de mucho trabajo interno, hecho en el día a día
de nuestras vidas, mucho trabajo de adquisición de
hábitos saludables que puedan sustituir las
imperfecciones que vamos limando. Tal vez la única
manera de inculcar en nosotros una rutina de hábitos
saludables sea incluso esta: la sustitución de todo lo
que causa dolor por aquello que nos hace felices. Cuando
hablamos de hábitos saludables, lo hacemos de una forma
integral, desde la preservación de nuestro cuerpo,
templo santo del espíritu, los hábitos sociales de
convivencia con nuestros hermanos de caminata, la
armonización de nuestros pensamientos y actitudes y tudo
lo que contribuya para la conformidad de nuestra vida
con las Leyes del Padre Eterno.
Nadie gusta de vivir en el dolor. La infelicidad no es
el objetivo de la Creación. Muy por el contrario, Dios
nos creó para ser felices y, si aun no conquistamos ese
nível de contentamiento, es porque colocamos el pedestal
en aspectos que, en realidad, no son capaces de
alcanzarnos a ese bien supremo. En cuanto buscamos
apenas y por encima de todo las conquistas materiales,
la felicidad continuará siendo un sueño inalcanzáble. Ya
debíamos haber percibido, porque es ya bien largo el
camino recorrido a lo largo de milenios, que no es en la
materia pura y simple que vamos a alcanzar lo que
deseamos. Es nuestra esencia que debemos procurar el
camino. Allá, bien dentro de nosotros, si buscamos bien,
vamos a encontrar la semillita del Bien que Dios colocó
en cada uno de nosotros, lista para crecer y
fructificar.
Somos dioses, como fue dicho en Salmos (81:6) y Jesús
refiriendo a (Juan, 10:34), tenemos la esencia divina en
nosotros, somos un pedacito de ese Amor con que el Padre
Infinito nos “moldeó”. Un día, la simiente crecerá, si
fuimos capaces de cuidar de ella y ese crecimiento nos
transformará en seres mejores, capaces de mejorar tanto
nuestro mundo interior como el mundo que nos rodea.
Porque, como anunció el Maestro, podremos hacer lo que
Él hace y mucho más (Juan, 14:12).
Pero... ¿qué era eso que Jesús hacía y que nosotros
podremos “hacer eso y mucho más”?
Atendamos Su mensaje de Amor y tendremos todas las
respuestas. Jesús fue, en Su pasaje por la Tierra, el
Amor en toda su plenitud. Fue ese Amor transformador Su
verdadero legado. Ese Amor, si hubiese sido siempre
tenido en serio, por lo menos por Sus seguidores, los
dichos cristianos, habría conseguido, hace mucho,
alzando a la humanidad a un nível de felicidad bien
distante de aquel en que nos situamos. Pero la humanidad
no ha contribuido con su parte, hizo ovídos sordos y
ojos ciegos, y continua la búsqueda de la ventura lejos
de la condición espiritual que es su destino. Y como el
Amor, tal como dice Pablo (Coríntios; 13:4), es paciente
y bondadoso, Jesús, nuestro Hermano Mayor, profundamente
conocedor de la humanidad terrena, porque ha estado al
timón de este barco desde el primer instante de su
creación, espera pacientemente por nosotros en el
camino, consciente de que llegará el momento en que
habremos de despertar para lo que es esencial.
En base de estas certezas, ¿cuáles deberán, entonces,
ser nuestros propósitos para este nuevo ciclo, ahora de
366 días, acabadito de nacer? ¿Valdrá la pena tomar
nuevas resoluciones, expresar nuevos anhelos, una vez
más, ¿cómo hacemos año tras año? Con toda la certeza que
sí. Es siempre legítimo trazar nuevos planes, incluso
que los anteriores no hayan sido llevados hasta el fin.
Ya dice el pueblo que “no adelanta llorar por la leche
derramada” (dicho popular). Lo que pasó es pasado. Bien
o mal hecho, sabemos que los frutos de la siembra no
dejará de facerse sentir. Como dice Jesús, “La siembra
es libre, pero la cosecha es obligatoria”. Pero no
podemos olvidar también que, según Su promesa, sea lo
que fuera, “... habiendo sido sembrado, crece” (Marcos,
4:32). Quiera esto decir que debemos continuar
insistiendo en los buenos propósitos y en las buenas
resoluciones porque, a partir del momento en que nos
empeñamos en la siembra del Bien, el Amor fructificará
en bayas dulces y venturosas que llenarán nuestra vida,
y el mundo en que vivimos, de la felicidad que deseamos.
¿Qué nos impide, en ese caso, de intentar siempre una y
otra vez más? ¿Qué hacer con y a pesar de las caídas
constantes? Una y una más cosa nos resta hacer:
levantarnos. Y si volvemos a caer, nos levantamos una
vez más. Levantémonos una y otra vez, hasta que hayamos
alcanzado fuerzas suficientes para mantenernos de pie.
Pensemos siempre que no estamos solos. Por mucho que nos
parezca andar a la deriva, y por mucho que nos parezca
que el mundo está cada vez más confuso y sin
alternativa, eso no es verdad, pues tenemos a Jesús al
timón, desde que la Tierra existe. Desde mucho antes del
ingreso de la humanidad en el planeta. Cuando vinimos a
habitarlo, ya el Creador y Jesús lo tenían preparado
para recibirnos. Sepan que estaría lejos el día en que
nos volveremos capaces de caminar con alguna autonomía
espiritual, pero, una vez más repetimos, “El Amor es
paciente y bondadoso”. La Naturaleza no da saltos y la
evolución espiritual tampoco no. Y cuando referimos cuan
lejos estarí el momento del despertar de la conciencia
espiritual en nosotros, conviene también recordar que el
tiempo es algo relativo, la eternidad se hace de
instantes múltiples, de lo que muchas veces ni nos damos
cuenta, en la inconsciencia de la búsqueda de la ventura
engañosa en la materia.
Jesús estuvo con nosotros, desde entonces, y continua
con nosotros, siempre. Busquemos algo consistente para
tejer los propósitos de este Nuevo Año. Busquemos esa
consistencia en Sus enseñanzas. Pensemos siempre cómo
obraría Él delante de uno y otro problema que tengamos
que enfrentar, en una y otra resolución que tengamos que
tomar, o sea, busquemos en Él el ejemplo, el modelo de
vida, la referencia para nuestras vidas. ¿Qué pensaría
Él? ¿Qué haría? ¿Qué diría? ¿Será que lo que pretendo
para mi vida, este año, está de acuerdo con lo que Él
espera de mí? ¿Estará de acuerdo con lo que Él enseñó?
¿O, por lo contrario, se apartará de Su mensaje? ¿Será
que mis propósitos, mis sueños y anhelos, mis deseos, me
traerán aquella Armonía, Paz, Equilibrio, Felicidad, que
Él nos delineó en sus enseñanzas?
Son todo reflexiones que importa hacer en este inicio de
año, mirando bien para dentro de nosotros,
autoanalizándonos lo más profundamente que sepamos y
después… confiar y caminar. Serán 366 días para vivir,
366 oportunidades, o muchas más, tal vez, si un año más
se completara en nuestra existencia terrena.
Oportunidades a nuestra espera que no podemos perder,
bajo pena de dejar pasar el tiempo de la siembra, sin la
cual no tendremos frutos que coger.
Somos señores de nuestro propio destino. Como nos
advierten Emmanuel y André Luiz, en la obra Opinión
Espírita (capítulo 27), psicografiada por Chico
Xavier, “Fuera de ti mismo, nadie te decide el destino”.
Tomemos, entonces las riendas de nuestro propio destino,
tomemos resoluciones serias para este nuevo Año y
lancémonos al camino, con el firme propósito de ponerlas
en práctica, que el tiempo urge y la hora es de sembrar.
Que Bendiciones de mucha Paz y la Luz del Amor
desciendan de lo Alto y nos iluminen la caminata,
haciendo de este año un tiempo de buenas siembra.
María de Lurdes Duarte reside en
Arouca, Portugal.