Especial

por Maria de Lurdes Duarte

Nuevo año, nuevas resoluciones

Más un año finalizado, por lo menos para quien sigue el calendario gregoriano, en vigor en la gran mayoría de los países del mundo. Un ciclo más se cierra, 365 días de oportunidades que fueron surgiendo a lo largo del camino, bien aprovechadas o no, productivas o no, repletos de planes concretos algunos, que quedarón perdidos en el camino, muchos, mal comenzados y puestos de lado, tal vez muchos también. Algunos, con toda la certeza, aplazados para mejores oportunidades. Pensamos nosotros. Porque, si es característico del ser humano el renovar continuo de esperanzas a través de la delineación de planes para el futuro, es también una de las más fuertes características de nuestra humanidad imperfecta la costumbre de aplazar y adelantar la concreción de todo para un futuro más o menos inalcanzable. Vivimos olvidados de que el futuro poco significa porque el instante actual es lo único que tenemos para concretar aquello que nos proponemos. En el preciso momento en que nos distraemos, ya es pasado, perdido y sin retorno. No hay, pues, mejor oportunidad que aquella en que nos situamos, sea cual fuera el tenor de las realizaciones a que nos proponemos.

Con esta seguridad, cerremos este ciclo. Hagamos la necesaria reflexión sobre el aprovechamiento que demos a las oportunidades que este trozo de camino nos proporcionó y sigamos adelante. Sigamos el camino, que la propuesta es larga y no nos compete perder tiempo.

Nuevo año se inició. Nuevas, o simplemente renovadas, no debemos olvidar que las decisiones siempre serán nuestras y solo nuestras. Apenas a nosotros cabe cumplir el plan mayor que trazamos o ayudamos a trazar rumbo al progreso espiritual. Es ese el objetivo de nuestra presencia actual en este planeta, y será su mayor o menor cumplimiento que delineará otros rumbos que continuarán para dirigir nuestros pasos para la infinitud y la perfección prometida por Jesús. El camino es nuestro y nadie lo hará por nosotros. Las resoluciones son nuestras y nadie podrá trabajar por ellas a no ser nosotros mismos. Y es caminando que se hace el camino. No es esperando eternamente por el futuro, que no pasa de un concepto quimérico e intangible.

El camino del progreso tiene que ser recorrido paso a paso, sin vacilaciones. Cada grado de la escalera evolutiva exige una terapéutica espiritual de limpieza del interior, una capacidad de exclusión de todo lo que traba nuestra ascensión personal. Cada etapa conquistada es fruto de mucho trabajo interno, hecho en el día a día de nuestras vidas, mucho trabajo de adquisición de hábitos saludables que puedan sustituir las imperfecciones que vamos limando. Tal vez la única manera de inculcar en nosotros una rutina de hábitos saludables sea incluso esta: la sustitución de todo lo que causa dolor por aquello que nos hace felices. Cuando hablamos de hábitos saludables, lo hacemos de una forma integral, desde la preservación de nuestro cuerpo, templo santo del espíritu, los hábitos sociales de convivencia con nuestros hermanos de caminata, la armonización de nuestros pensamientos y actitudes y tudo lo que contribuya para la conformidad de nuestra vida con las Leyes del Padre Eterno.

Nadie gusta de vivir en el dolor. La infelicidad no es el objetivo de la Creación. Muy por el contrario, Dios nos creó para ser felices y, si aun no conquistamos ese nível de contentamiento, es porque colocamos el pedestal en aspectos que, en realidad, no son capaces de alcanzarnos a ese bien supremo. En cuanto buscamos apenas y por encima de todo las conquistas materiales, la felicidad continuará siendo un sueño inalcanzáble. Ya debíamos haber percibido, porque es ya bien largo el camino recorrido a lo largo de milenios, que no es en la materia pura y simple que vamos a alcanzar lo que deseamos. Es nuestra esencia que debemos procurar el camino. Allá, bien dentro de nosotros, si buscamos bien, vamos a encontrar la semillita del Bien que Dios colocó en cada uno de nosotros, lista para crecer y fructificar.

Somos dioses, como fue dicho en Salmos (81:6) y Jesús refiriendo a (Juan, 10:34), tenemos la esencia divina en nosotros, somos un pedacito de ese Amor con que el Padre Infinito nos “moldeó”. Un día, la simiente crecerá, si fuimos capaces de cuidar de ella y ese crecimiento nos transformará en seres mejores, capaces de mejorar tanto nuestro mundo interior como el mundo que nos rodea. Porque, como anunció el Maestro, podremos hacer lo que Él hace y mucho más (Juan, 14:12).

Pero... ¿qué era eso que Jesús hacía y que nosotros podremos “hacer eso y mucho más”?

Atendamos Su mensaje de Amor y tendremos todas las respuestas. Jesús fue, en Su pasaje por la Tierra, el Amor en toda su plenitud. Fue ese Amor transformador Su verdadero legado. Ese Amor, si hubiese sido siempre tenido en serio, por lo menos por Sus seguidores, los dichos cristianos, habría conseguido, hace mucho, alzando a la humanidad a un nível de felicidad bien distante de aquel en que nos situamos. Pero la humanidad no ha contribuido con su parte, hizo ovídos sordos y ojos ciegos, y continua la búsqueda de la ventura lejos de la condición espiritual que es su destino. Y como el Amor, tal como dice Pablo (Coríntios; 13:4), es paciente y bondadoso, Jesús, nuestro Hermano Mayor, profundamente conocedor de la humanidad terrena, porque ha estado al timón de este barco desde el primer instante de su creación, espera pacientemente por nosotros en el camino, consciente de que llegará el momento en que habremos de despertar para lo que es esencial.

En base de estas certezas, ¿cuáles deberán, entonces, ser nuestros propósitos para este nuevo ciclo, ahora de 366 días, acabadito de nacer? ¿Valdrá la pena tomar nuevas resoluciones, expresar nuevos anhelos, una vez más, ¿cómo hacemos año tras año? Con toda la certeza que sí. Es siempre legítimo trazar nuevos planes, incluso que los anteriores no hayan sido llevados hasta el fin. Ya dice el pueblo que “no adelanta llorar por la leche derramada” (dicho popular). Lo que pasó es pasado. Bien o mal hecho, sabemos que los frutos de la siembra no dejará de facerse sentir. Como dice Jesús, “La siembra es libre, pero la cosecha es obligatoria”. Pero no podemos olvidar también que, según Su promesa, sea lo que fuera, “... habiendo sido sembrado, crece” (Marcos, 4:32). Quiera esto decir que debemos continuar insistiendo en los buenos propósitos y en las buenas resoluciones porque, a partir del momento en que nos empeñamos en la siembra del Bien, el Amor fructificará en bayas dulces y venturosas que llenarán nuestra vida, y el mundo en que vivimos, de la felicidad que deseamos.

¿Qué nos impide, en ese caso, de intentar siempre una y otra vez más? ¿Qué hacer con y a pesar de las caídas constantes? Una y una más cosa nos resta hacer: levantarnos. Y si volvemos a caer, nos levantamos una vez más. Levantémonos una y otra vez, hasta que hayamos alcanzado fuerzas suficientes para mantenernos de pie. Pensemos siempre que no estamos solos. Por mucho que nos parezca andar a la deriva, y por mucho que nos parezca que el mundo está cada vez más confuso y sin alternativa, eso no es verdad, pues tenemos a Jesús al timón, desde que la Tierra existe. Desde mucho antes del ingreso de la humanidad en el planeta. Cuando vinimos a habitarlo, ya el Creador y Jesús lo tenían preparado para recibirnos. Sepan que estaría lejos el día en que nos volveremos capaces de caminar con alguna autonomía espiritual, pero, una vez más repetimos, “El Amor es paciente y bondadoso”. La Naturaleza no da saltos y la evolución espiritual tampoco no. Y cuando referimos cuan lejos estarí el momento del despertar de la conciencia espiritual en nosotros, conviene también recordar que el tiempo es algo relativo, la eternidad se hace de instantes múltiples, de lo que muchas veces ni nos damos cuenta, en la inconsciencia de la búsqueda de la ventura engañosa en la materia.

Jesús estuvo con nosotros, desde entonces, y continua con nosotros, siempre. Busquemos algo consistente para tejer los propósitos de este Nuevo Año. Busquemos esa consistencia en Sus enseñanzas. Pensemos siempre cómo obraría Él delante de uno y otro problema que tengamos que enfrentar, en una y otra resolución que tengamos que tomar, o sea, busquemos en Él el ejemplo, el modelo de vida, la referencia para nuestras vidas. ¿Qué pensaría Él? ¿Qué haría? ¿Qué diría? ¿Será que lo que pretendo para mi vida, este año, está de acuerdo con lo que Él espera de mí? ¿Estará de acuerdo con lo que Él enseñó? ¿O, por lo contrario, se apartará de Su mensaje? ¿Será que mis propósitos, mis sueños y anhelos, mis deseos, me traerán aquella Armonía, Paz, Equilibrio, Felicidad, que Él nos delineó en sus enseñanzas?

Son todo reflexiones que importa hacer en este inicio de año, mirando bien para dentro de nosotros, autoanalizándonos lo más profundamente que sepamos y después… confiar y caminar. Serán 366 días para vivir, 366 oportunidades, o muchas más, tal vez, si un año más se completara en nuestra existencia terrena. Oportunidades a nuestra espera que no podemos perder, bajo pena de dejar pasar el tiempo de la siembra, sin la cual no tendremos frutos que coger.

Somos señores de nuestro propio destino. Como nos advierten Emmanuel y André Luiz, en la obra Opinión Espírita (capítulo 27), psicografiada por Chico Xavier, “Fuera de ti mismo, nadie te decide el destino”. Tomemos, entonces las riendas de nuestro propio destino, tomemos resoluciones serias para este nuevo Año y lancémonos al camino, con el firme propósito de ponerlas en práctica, que el tiempo urge y la hora es de sembrar.

Que Bendiciones de mucha Paz y la Luz del Amor desciendan de lo Alto y nos iluminen la caminata, haciendo de este año un tiempo de buenas siembra.


María de Lurdes Duarte reside en Arouca, Portugal.

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita