Carlitos, un niño muy
travieso, entró en la
casa sintiéndose muy
enfadado. Estaba en la
hacienda jugando con la
pelota con los amigos y,
sin querer, rompió el
cristal de una de las
ventanas.
El padre, que leía el
periódico en el porche,
notó lo que había pasado.
Se levantó en ese
momento y fue a llamar
la atención del hijo:
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- ¡Hijo mío, ten
cuidado! No golpees la
pelota con tanta fuerza.
Tú rompiste un cristal
de nuestra ventana. ¿Y
si fuese de la casa del
vecino? ¡Tú padre
tendría que pagarla! ¿Y
si tú hubieses golpeado
a alguien?
- ¡Pero, papá, yo no
tuve la culpa!
- Sea como sea, tu
causaste un perjuicio y
te lo descontare de tu
paga.
Entrando en la cocina,
Carlitos se sento en una
silla, |
rebelde. María,
la empleada de su madre,
que lavaba unos platos,
preguntó: |
- ¿Qué pasó esta vez,
Carlitos?
- Mi padre peleo conmigo
sólo porque rompí el
cristal de una ventana.
Dijo que lo va a
descontar de mi paga. ¡Siempre
la culpa es mía! ¡Todo
yo! ¡Todo yo!
María, a la que le
gustaba mucho el niño,
con cariño respondió:
- Carlitos, todos
tenemos que ser
responsables por
nuestras acciones. Y tú
padre está sólo
intentando enseñarte la
responsabilidad,
disciplina y respeto a
las cosas ajenas.
- ¡María, pero el pelea
conmigo todo el tiempo!
Para tomar el baño,
hacer las tareas de la
escuela, arreglar los
juguetes. ¡Uf! ¡Estoy
cansado! Me gustaría
tener otro padre.
Mira, María, creo que no
voy a darle el regalo en
el día del Padre.
- Él hace eso por amor,
Carlitos. Y no es verdad
que tu padre te llame la
atención todo el tiempo.
¡Piénsalo bien!
Carlitos, ya más
calmado, pensó un poco y
estuvo de acuerdo.
Se acordó de todas las
veces que el padre lo
había llevado para
pasear, pescar, tomar un
helado, andar en
bicicleta, al parque de
atracciones. Todas las
veces que el padre había
llegado cansado del
trabajo, pero se había
sentado para enseñarle
los deberes de la
escuela, que él no
conseguía hacerlo solo.
Más aun: se acordó de
las veces que el padre
había entrado de
puntillas en su
habitación para desearle
buenas noches.
- Tu tienes razón, María.
Mi padre se preocupa
conmigo.
Y María, que era una
mujer muy sufrida, puso
la mano en la cabeza de
él, se sentó a su lado y
dijo:
- Voy a contarte una
historia, Carlitos.
Había un niño que, desde
pequeño, fue muy vago,
hacía cosas equivocadas,
peleaba con los vecinos,
no respetaba a las
personas, sin embargo
nunca tuvo a nadie que
lo enseñase. La madre lo
amaba mucho y, como el
niño ya no tenía padre,
ella no quería que él
sufriese. Y así, siempre
disculpaba todo lo que
él hacía, rodeándole de
cuidados y de atenciones.
Nunca creía en las
profesoras de la escuela
y ni a a las personas
que veían a alertarla
sobre el mal
comportamiento del hijo.
Un día, él comenzó a
robar. Al principio,
eran pequeños hurtos,
después pasó a robar
cosas mayores, aparatos
de sonido, televisores,
y hasta coches.
Carlito oía con los ojos
abiertos de espanto:
- ¿Y después? – preguntó
interesado.
- Después, acabó siendo
apresado. La madre
lamenta hasta hoy no
haber dado la educación
que el necesitaba.
El niño estaba
impresionado.
- ¿Tú lo conoces, María?
Con los ojos humedos
ella respondió:
- Lo conozco sí, Carlito.
Ese muchacho es mí hijo.
Solamente en aquel
momento el muchacho notó
que, aunque María
trabajase en su casa
desde que él había
nacido, no sabía nada
sobre la vida de ella.
María paró de hablar,
enjugó los ojos con el
delantal, y completó:
- Por eso, Carlitos,
agradece a Dios todos
los días por tener un
padre que se preocupa
contigo y que te ama
mucho. Si yo me hubiese
preocupado en dar una
buena educación y
orientación religiosa a
mi hijo, probablemente
hoy él sería diferente.
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Carlito, muy serio,
recordó: |
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- Es por eso que el papá
y la mamá siempre dicen
que el Evangelio de
Jesús nos ayudará a ser
mejores personas.
- Eso mismo, Carlitos.
Sin embargo, en esa
época, yo no lo sabía.
Volviendo de las
compras, la madre entró
en la casa y Carlito
corrió a su encuentro.
- ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Necesitamos
comprar el regalo de
papá!
- ¡Calma, hijo mío!
¿Pero que ocurrió para
que estés así tan
ansioso?
- ¡Es que descubrí que
tengo un padre
maravilloso! ¡EL MEJOR
PADRE DEL MUNDO!
Tía Célia
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