Hace mucho tiempo vivía
en Palestina, tierra
donde Jesús nació, un
pastor que poseía cien
ovejas.
Ese hombre era muy bueno
y cuidaba siempre con
cuidado de sus ovejitas,
dándoles agua fresca y
limpia y llevándolas a
pastar a campos verdes y
soleados.
A las ovejitas les
gustaba mucho su pastor,
pues él era siempre
cariñoso y amable con
ellas.
Cierto día una ovejita
decidió huir de casa.
Estaba cansada de ver
siempre las mismas caras
y el mismo pasto.
Deseaba conocer el
mundo, ver otros
lugares, otras personas
y no tener que obedecer
a nadie. ¿Quién sabe si
además de aquellos
campos donde vivía
encontraría pastos mejor
y más rico?
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¿Saben lo que ella hizo?
Después que volvieron
para casa y la noche
cayó sobre la Tierra,
esperó que todo el
rebaño adormeciera y
huyó sin hacer ruido. No
quería despertar a su
dueño ni a sus
hermanitas.
No pensó que podría
encontrar peligros en
una noche oscura y por
caminos
desconocidos. No
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pensó siquiera
que podría
encontrar algún
lobo malvado y
hambriento en el
camino. No. Ella
quería ser
libre, correr
por los campos,
comer cuando
tuviera gana, no
tener que
obedecer órdenes
y no tener a
nadie vigilando
sus pasos.
¡Pobrecita! |
El día siguiente, el
pastor, que me gustaba
mucho de sus ovejas y
tenía cuidado con ellas,
notó la falta de la
ovejita. En el aprisco,
lugar donde quedan las
ovejas, él contó, contó
y contó... ¡Pero sólo
había noventa y nueve
ovejas!
¿Saben lo que él hizo?
Muy triste y preocupado,
dejó las noventa y nueve
ovejas en seguridad y
partió en busca de la
ovejita huída.
Anduvo, anduvo,
anduvo... ¡Buscó por
todos los lugares donde
sabía que a ella le
gustaba esconderse,
pero nada! Anduvo por
los campos, por los
montes, en el margen de
los riachos, pero no
consiguió hallarla.
¡Cuando ya estaba
cansado de tanto buscar,
acabó por encontrarla!
¡Se sintió muy feliz!
Ciertamente, ella había
resbalado en las piedras
y había caído en un
agujero, en medio de un
espinar. Estaba toda
golpeada, cansada de
tanto berrear y pedir
ayuda. La pobrecita
estaba sufriendo
bastante; sentía frío,
hambre y sed.
Se sintió muy contenta
cuando vio a su buen
pastor que venía a
salvarla. Estaba
bastante arrepentida de
haber huido de casa
El pastor, con mucho
cariño, le dio agua, la
curó de sus heridas y
después, con cuidado, la
cogió en los brazos
amorosos y la llevó para
la casa muy feliz de la
vida.
Al llegar a casa, lleno
de alegría, llamó a sus
vecinos y amigos,
diciéndoles:
— ¡Vean! ¡Encontré a mi
ovejita perdida!
Alégrense conmigo.
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Y la ovejita, también
feliz por estar de
vuelta a casa y segura,
nunca más pensó en huir.
¡Al final, nuestro hogar
es el mejor lugar para
vivir!
Esta parábola fue
contada por Jesús para
mostrarnos la bondad de
Dios, nuestro Padre.
El pastor es Jesús, que
tiene tantos cuidados
para con nosotros, que
somos sus ovejitas.
Lejos del amparo de
Jesús, nosotros sólo
encontraremos
sufrimientos, peligros y
miseria.
Como la ovejita de la
parábola, también
nosotros, muchas veces,
deseamos huir de casa,
de nuestras
obligaciones, de los
cuidados del papá y de
la mamá, que nos llaman
la atención cuando
hacemos algo equivocado.
Pero... todo lo que
hacen es por nuestro
bienestar.
La parábola nos muestra
que siempre
encontraremos amparo y
asistencia en Jesús. No
importa lo que hayamos
hecho, siempre podremos
arrepentirnos, volver
atrás en nuestras
decisiones, y seremos
muy bien recibidos, como
la ovejita huída.
Y si así actuáramos,
daremos mucha alegría a
todos aquellos que nos
aman, familiares,
amigos, nuestros ángeles
de la guarda — que son
Espíritus muy elevados
que velan por nosotros
—, y también para Jesús,
que es nuestro amigo de
corazón.
(La adaptación de la
Parábola de la Oveja
Perdida, de Mateo, 18:12
a 14, y Lucas, 15: 3 a
7.)
Tía Célia
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