Cierto
día Rafael, de cuatro
años, vio movimiento en
la casa y quedó
inquieto.
El padre
lo colocó en el pecho y
le avisó:
— Mi
hijo, yo voy a llevar a
la mamá al médico, pero
volveremos
inmediatamente.
—
¡Quiero ir también!
¡Quiero ir también!
— No,
Rafael. Quedas con la
tía Edir, ¿está bien?
Rafael
no quedó satisfecho,
pensando: ¿Por qué él no
podía ir con ellos? ¿Qué
estaría ocurriendo con
su madre?
Se sentó
en el sofá de la sala y
no salió de allá hasta
que los padres volvieron
para casa. No sirvió que
la tía Edir lo invitara
para pasear, comer un
dulce, tomar un helado.
Contra todas las
probabilidades, él nada
aceptó, continuando
enterrado en el sofá.
Al oír
la puerta de la calle
abrirse, Rafael corrió
al encuentro de los
padres.
Los
padres lo abrazaron y,
especialmente la madre
lo envolvió en sus
brazos con amor,
diciendo:
— ¡Mi
hijo, tú no te quedarás
más solo en casa!
— ¿No?
— No. Tú
vas a tener un
hermanito. ¡¿No es
bueno?!...
El niño
pensó, pensó, pensó. No
le había gustado mucho
la idea. Como Rafael
continuaba callado, ella
preguntó:
—
Finalmente, ¿qué
pensaste de la noticia
de tener a un compañero
para jugar contigo?
— Me
gustó.
La madre
no vio firmeza en la
respuesta. Pero la
verdad es que Rafael no
estaba realmente
convencido de que sería
bueno tener un hermano.
Tendría que dividir sus
juguetes, sus ropas, sus
libros de historias, la
atención de los padres y
todo lo demás...
Con el
pasar de los meses, el
estado de ánimo de
Rafael fue empeorando
cada día. La mamá lo
llevaba para hacer
compras... para el bebé.
Salían para escoger una
nueva cuna... para el
bebé. Comprar un
carrito... para el bebé.
¡Todo para el bebé!
Rafael
no aguantaba más.
Siempre que la madre lo
invitaba para salir, era
pensando en el bebé que
iba a nacer. ¡Uf! ¡Que
sujetiño más pesado!
Estaba confundiendo su
vida aún incluso antes
de nacer. Imagine
después.
Cierto
día, Rafael estaba
sentado en la alfombra
de la sala jugando con
un cochecito, cuando la
mamá dio un grito:
—
¡Ay!... ¡Rafael, tu
hermanito se movió!
¡Coloca la manita aquí y
tú lo vas a sentir!
Vamos, no tengas
miedo.
La madre
insistió tanto que él se
levantó y fue hasta
cerca de ella. La madre
cogió la manita de
Rafael y la colocó en su
barriga. El niño sintió
el
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calorcito
gustoso que
venía de ahí. |
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— Mamá,
él está golpeándome. Yo
creo que él no quiere
que yo ponga la mano en
él.
Sin
embargo, de repente,
Rafael quedó quietecito,
bien quietecito. Y sin
entender cómo eso
pasaba, comenzó a ver el
bebé dentro de la
barriga de la mamá. Él
tenía los ojos cerrados
y estaba con la mano en
la boca. ¡Fue una
experiencia increible!
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Sorprendido, el niño
gritó: |
— Mamá,
no es un niño. ¡Es
una niña!...
La
madrecita sonrió y
explicó:
— Aún no
es posible saber si es
niño o niña, mi hijo.
— Pues
yo tengo seguridad,
mamá. ¡Es una niña!
Extrañamente, Rafael ya
no tenía celos ni rabia
del bebé que venía para
tomar su espacio. Ahora
él sabía que el bebé no
haría nada de eso: no
cogería sus cochecitos,
sus ropas, sus libros.
¡Era una niña y las
niñas juegan con cosas
diferentes de los niños!
La madre
se extrañó, pero no dijo
nada. El hijo hablaba
con tamaña convicción
que ella no quiso
contradecirlo. Quince
días después, ella fue
al médico y el examen lo
confirmó: era una niña.
Llegando
a la casa, la madre
preguntó a Rafael:
— ¿Cómo
supiste tú que era una
niña, hijo?
— Ya lo
conté, mamá. Yo vi una
niña en tu barriga, ¿lo
olvidaste?
— No, no
lo olvidé, mi hijo.
¡Sólo no entiendo como
pudiste saber que era
una niña!
Rafael
sonrió y explicó:
— ¡Ah!
Es porque ella dijo que
es una niña, y me dijo
hasta su nombre: ¡Maria
Clara!...
Emocionada, la madre
abrazó al hijo que no
podría haber imaginado
esas cosas y pensó.
Nunca se había
preocupado mucho con la
inmortalidad del alma,
ni creía en la vida
después de la muerte,
pero ahora necesitaba
comenzar a pensar en el
asunto porque la verdad
es que ella y el marido,
escogiendo el nombre
para el bebé, habían
resuelto que, si fuera
niño sería Álvaro, y se
fuera niña, Maria Clara.
Sin
embargo, Rafael no tenía
conocimiento de esa
decisión de los padres,
lo que los dejó muy
impresionados.
Algunos
días después de ella
haber conversado con el
marido, fueron ambos a
buscar a Saulo, un amigo
de ellos que era
espírita, y que podría
darles todas las
explicaciones
necesarias.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em junho de
2013.)
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