Afortunado o sin
gloria, nuestro
futuro depende
solamente
de
nosotros
El asunto
central del
artículo escrito
por el cofrade
Felinto Elízio
Duarte Campelo,
es uno de los
relieves de la
presente
edición, nuestro
pasado, nuestro
presente y
nuestro futuro
presentan íntima
correlación,
como eslabones
que componen una
misma cadena -
la corriente de
la vida, que
jamás cesa.
Uno de los
hechos de
difícil
explicación en
la vida de
muchas familias,
si excluyéramos
del análisis las
enseñanzas
espiritas, es la
repulsa
instintiva y
mismo el odio
que se notan en
ciertos niños,
sea con relación
al padre, sea
con relación a
la madre. Al fin
y al cabo, si el
alma del niño es
nueva y está
llegando por
primera vez a la
vida corpórea,
¿por qué
presenta
preferencias?
¿No sería lógico
ser ella
accesible y
afectuosa a
todos de su
casa?
Iguales
preguntas pueden
ser hechas
también cuando
es lo contrario
que se pasa, o
sea, la repulsa
no parte del
niño, pero de su
padre o de su
madre, hecho que
en muchas
ocasiones se
extiende a lo
largo de la
vida, revelando
una u otra clara
preferencia por
determinado hijo
o hija.
La concepción
espirita de la
vida, que nos
enseña que las
existencias
corpóreas nada
más son que los
eslabones que
forman una misma
cadena,
permitiéndonos
comprender por
qué tales hechos
ocurren.
En mensaje
constante del
capítulo XIV,
ítem 9, d’ El
Evangelio según
el Espiritismo,
San Agustín
(Espíritu)
examinó tal
cuestión.
Según él, cuando
un Espíritu
retorna a la
esfera
espiritual,
lleva consigo
las pasiones o
las virtudes
inherentes a su
naturaleza.
Muchos parten de
este mundo lleno
de odio y
deseoso de
venganza. A
algunos de ellos
es dado, sin
embargo, ver una
partícula de la
verdad, cuando
entonces
perciben las
funestas
consecuencias de
sus pasiones y
son estimulados
a tomar buenas
resoluciones.
Comprenden,
entonces, que
para llegar a
Dios existe una
única clave: la
caridad, y que
no existe
caridad sin
perdón, sin
olvido de los
ultrajes y de
las injurias. En
razón de eso,
mediante
inaudito
esfuerzo,
consiguen tales
Espíritus
observar las
personas a quien
odiaron en la
Tierra; no
obstante, al
verlas, la
animosidad se
les despierta de
nuevo y ellos se
rebelan a la
idea de perdonar
y de abdicar de
sí mismos, sobre
todo a la idea
de amar
personas que
les destruyeron
los haberes, la
honra, la
familia.
El tiempo pasa,
su corazón se
afloja, ellos
hesitan y
vacilan,
agitados por
sentimientos
contrarios,
hasta que,
recordándose de
la buena
resolución que
habían tomado,
oran a Dios e
imploran a los
bienhechores
espirituales que
les den fuerzas,
en el momento
más decisivo de
la prueba.
Entonces,
después de años
de meditación y
oraciones,
reencarnan en el
seno de la
familia de
aquellos a quien
detestaron.
¿Cuál será su
procedimiento en
la familia donde
renacieron?
Dependerá eso de
su mayor o menor
persistencia en
las buenas
resoluciones que
tomaron, porque
el incesante
contacto con
seres a quien
odiaron
constituirá
prueba terrible
bajo la cual no
raro sucumben,
si no tienen
bastante fuerte
la voluntad. De
esta manera,
conforme
prevalezca o no
la buena
resolución
tomada en la
esfera
espiritual,
podrán ser
amigos o
enemigos de
aquellos entre
los cuales
fueron llamados
a vivir.
Es así – afirma
San Agustín –
que se explican
esos odios, esas
repulsiones
instintivas que
se notan de
parte de ciertos
niños y también
de los adultos
que con ellas
conviven, un
hecho que
solamente el
amor es capaz de
revertir, como
nos dan cuenta
innúmeros casos
relatados en la
literatura
espirita.
Ante el
expuesto, no es
difícil, por lo
tanto, concluir
que nuestro
futuro será
afortunado o sin
gloria, de
acuerdo con lo
que hacemos de
nuestra vida,
aquí y ahora, y
eso dependerá
tan solamente de
nosotros mismos.
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