La historia que pasamos
a narrar fue inspirada
en un cuento del Hermano
X cuyo título y nombre
del libro se nos fue de
la memoria. Nos
acordamos sólo de la
preciosa enseñanza
dejada y del desenlace
del caso. Introduzcamos,
entonces, algunas ideas
para dar cuerpo a
nuestro trabajo. Quién
conoce el texto original
no juzgue que
pretendamos plagiar al
autor de tan alto nivel
intelectual y
espiritual. Nos movió
tan solamente el
propósito de divulgar un
mensaje de esperanza en
un futuro redentor para
todos los que andamos
por los tortuosos
caminos del desamor, del
error, de la desilusión.
Temido malhechor por
donde pasaba esparcía el
terror asaltando
personas, saqueando
villas, violando
hogares, cortando vidas.
Su fama de perverso
corría acelerada entre
las aldeas de la región
en que habitaba y,
cuando se aproximaba, el
pueblo, en pánico,
buscaba ocultarse
huyendo de su alcance.
Cierta fecha, después
del pillaje de un
lugarejo, se detuvo en
una esquina donde un
niño hambriento le
extendía las manos
suplicando auxilio. No
sólo las personas que
acechaban por detrás de
las ventanas como sus
propios colegas
recelaron por la suerte
del niño que había osado
dirigirse al insensible
criminal.
Con fría indiferencia,
exhibiendo una
sarcástica sonrisa de
superioridad a realzarle
la rudeza del corazón,
contrariando aún toda y
cualquier expectativa,
tiró un pedazo de pan
para mitigar el hambre
del sufrido chico. El
alma endurecida de aquel
hombre, tal vez
inconscientemente, por
primera y única vez,
practicó un acto de
bondad.
Transcurrido algún
tiempo, el facineroso
desencarnó, yendo su
Espíritu a purgar en el
valle del dolor, en las
más densas tinieblas
donde los años se
desplegaban en penoso
sufrimiento.
Nada veía; sin embargo,
oía aterrorizado los
gemidos y maldiciones de
sus incontables víctimas
hasta que las primeras
expresiones de
arrepentimiento
aflorasen de su corazón
embrutecido.
Aquella criatura de
pasado infame vertia
gruesas lágrimas
En ese instante, a pesar
de la total oscuridad en
que se hallaba, pudo
divisar un lejano punto
luminoso a irradiar
resplandeciente en
dirección a su ser tan
atribulado. Aquella luz
que venía a traerle
aliento y esperanza
brotaba de las plegarias
del niño desde aquel día
memorable,
elevadas a los cielos en
favor de aquel que, con
un único gesto benévolo
en toda su vida, saciara
su hambre.
Aquella criatura de
pasado infamante vertia
gruesas lágrimas, como
brasas a recalentarle el
rostro deformado por la
experimentación de
tantos dolores y
desesperación. Era todo
el remordimiento y
pesar.
Él fue la vivencia del
mal; pero rezaba ahora,
en profundo y respetuoso
recogimiento, al Padre
Celestial. Reexamina su
criminal PASADO
de tristes
reminiscencias, ocasión
en que propagó en la
Tierra el pavor, la
orfandad, la viudez y
contrajo pesados
débitos, atrayendo para
sí odios y rencores.
Medita acerca de su
PRESENTE de
padecimientos y
expiaciones donde
verdugos desalmados le
cobran sin compasión los
males practicados.
Contempla embobado el
FUTURO, cuando podrá
redimirse de sus
transgresiones a las
Leyes del todo Poderoso
por medio de
reencarnaciones
regeneradoras.
Prosiguiendo en su
oración, pide perdón a
Dios, la oportunidad de
liberarse de la carga de
sus culpas en sucesivas
vidas de trabajo,
dedicación y sacrificios
en pro de la humanidad.
Pero, mortificado, se
pregunta: ¿quién podría
voluntariamente y de
buen grado recibirlo
como hijo? Él, que fue
el mensajero del miedo,
odiado y rechazado, no
encontraría brazos
acogedores.
De pronto, cual estrella
del alba brillando en
las tibias madrugadas de
verano, el punto
luminoso creció en
tamaño y esplendor,
esparciendo sus
plateados rayos en el
corazón que meditaba
latiendo en armonía con
el bien y el amor.
Inmediatamente, se
estableció un cordón
fluídico, plateado,
entre el Espíritu que
aspiraba a progresar y
la humilde casa de probo
obrero de mediana edad,
el cual, en tiempos
idos, fuera favorecido
por una, y sólo una,
acción indulgente
practicada por el
entonces pavor malvado.
El bien es el precioso
alimento que tonifica
y
revitaliza el alma
El sentimiento de
gratitud, las oraciones
diariamente proferidas
en memoria del pecador
crearon un hilo entre
los dos hermanos en
Dios. El hombre bueno y
justo, trabajador y
honrado se prepara para
recibir en su hogar,
como dilecto hijo, al
tránsfuga de la Ley, con
el compromiso de
encaminarlo por el
camino recto y digno del
deber.
La ley reencarnacionista
realza la Justicia
Mayor, como en la
historia aquí contada,
en que el antiguo
proscrito no fue tragado
por las llamas eternas
de un infierno
incompatible con la
Bondad de Dios. En vez
de eso, por la
reencarnación, él
volverá al mundo
material donde
delinquió, portando
probablemente
limitaciones físicas o
psicológicas, o
soportando dolorosas
tribulaciones para
encontrar el camino del
bien, la trilla segura
de la regeneración,
amparado y orientado por
aquel que supo cultivar
la gratitud.
Tanto como el mal es el
tóxico que envenena al
ser humano, el bien es
el precioso alimento que
tonifica y revitaliza el
alma.
El único gesto bueno del
réprobo le propició la
posibilidad de
redención, ya que todo
bien practicado es
debidamente registrado
en la contabilidad
divina y, cuando preciso
sea, viene a testificar
en beneficio de su
agente.
Dios, Omnipotente,
Omnipresente,
Omnisciente, Padre de
amor, bondad y justicia,
no condena a ninguno de
sus hijos a la eterna
perdición. Al contrario,
perdonando, les da
siempre, por medio de
otras encarnaciones,
nuevas oportunidades
para que, resarciendo
deudas, corrigiendo
rutas, amando,
sirviendo, disculpando
ofensas, iluminen sus
almas, busquen la
perfección meta sublime
a ser conquistada por
esfuerzo y mérito
propios y jamás por
privilegios o
indulgencias compradas a
peso de oro.
En contraposición a la
teoría del infierno y de
las condenas eternas, la
ley del progreso
espiritual en repetidas
vidas es de todos los
tiempos enseñada en
todas las épocas.
En el Viejo Testamento,
la encontramos en el
profeta Ezequiel
(33:11): “Por mi mismo
interés –
dijo el Señor Dios – que
no quiero la muerte del
impío, sino que él se
convierta, que deje el
mal camino y que viva”.
Nuestro ayer influye en
los días
de nuestra
vida actual
Isaías, en el capítulo
XXVI, v. 19, así se
expresó: “Aquellos de
vuestro pueblo a quién
la muerte fue dada
vivirán de nuevo,
aquellos que estaban
muertos en medio de mí
resucitarán. Despertad
de vuestro sueño y
entonad alabanzas a
Dios, vosotros que
habitáis en el polvo;
porque el rocío
que cae sobre vosotros
es un rocío de luz y
porque arruinaréis la
Tierra y el reino de los
gigantes”. La versión de
la Iglesia griega a los
v. 10 y 14 del capítulo
XIV de Job enfatizó:
“Cuando el hombre está
muerto, vive siempre;
acabando los días de mi
existencia terrestre,
esperaré, por cuanto a
ella volveré de nuevo”.
En el Nuevo Testamento
están registradas las
palabras de Juan
(capítulo 3, v. 3):
“Jesús le respondió: ‘En
verdad, en verdad, te
digo: Nadie puede ver el
reino de Dios si no nace
de nuevo’.” Y aún, en el
capítulo 11, v. 25:
“Jesús dijo: ‘Soy Yo
quien levanta a los
muertos y da a ellos una
nueva vida. Todo aquel
que cree en Mí, aunque
muera como cualquiera
otro, vivirá
nuevamente’.” Más
recientemente, Allan
Kardec pontificó:
“Nacer, morir, renacer,
progresar siempre, tal
es la ley”.
El nuestro ayer influye
directamente en nuestro
hoy, de igual manera que
este determina nuestro
mañana. Infinita es la
bondad de Dios, pero,
completa y perfecta es
su justicia.
No pasamos por las vidas
impunes de los crímenes
y otros errores
practicados.
He ahí por qué muchas
veces reencarnamos en
convivencia con
dolorosas y amargas
limitaciones, tales
como:
·
limitación en la
expresión de la
inteligencia si, en
otras vidas, la
colocamos a servicio del
mal;
• limitación en la
exposición de nuestros
pensamientos a través de
la palabra escrita, si,
en experiencias
anteriores, utilizamos
este canal de
comunicación como medio
de corromper, de
difamar, de promover el
miedo y el dolor;
• limitación en la
narración oral de
nuestros sentimientos,
si, en pasadas
existencias, nos
servimos de la palabra
hablada para diseminar
la duda, la discordia,
la rebelión y el
desamor;
• limitación de la
visión sí, en nuestro
ayer, sólo vimos lo que
satisfacía el propio
orgullo y vanidad,
egoísmo y ambición;
• limitación del vigor
físico si, en otra
lugar, empleamos la
fuerza para subyugar a
los semejantes,
esclavizándolos a
nuestros caprichos;
• limitación de la salud
si, en el pasado,
practicamos desajustes y
perversión de los
sentidos. Sin embargo,
Jesús
el
Excelso Propuesto de
Dios
nos
aguarda y nos ofrece
siempre nuevas
oportunidades de
rehabilitación, pues que
ninguna de sus ovejas se
apartará en definitivo
del rebaño.
Jesús fue y es el
ejemplo para quien
quiere
progresar
espiritualmente
Nuestro PASADO
fue criminal, nuestro
PRESENTE es de
reparación, nuestro
FUTURO será de
perfeccionamiento
espiritual, en la
incesante búsqueda del
Señor.
Así se manifiestan la
justicia y la bondad
divina, predicada y
ejemplificadas por
Jesús, Cristo Bendito de
Dios.
Jesús, que, por su
nobleza espiritual,
podría haber descendido
de padres ricos y
poderosos, quiso ser
hijo de un humilde
carpintero y de una
joven simple y modesta,
podría haber nacido en
cuna de oro y habitar
castillos encantados,
escogió nacer en la
simplicidad de
un pesebre, tener como
primer lecho las pajas
de un establo y, como
testigos de su
nacimiento, animales
domésticos.
Podría haber sido un ser
alado, con alas doradas,
a estar en la inmensidad
del espacio, sin
embargo, optó por pisar
el polvo de la tierra,
curando enfermos,
consolando afligidos.
Podría haber convivido
en lujosos palacios con
los que detenían en las
manos riquezas y poderes
terrenos, pero decidió
acompañarse de los
pobres y necesitados, en
los montes, a la vera
del mar, al margen de
los lagos y de los ríos,
predicando la palabra de
Dios.
Podría haber sido un
gran rey y tener la
Tierra a sus pies, sin
embargo, afirmó que su
reino no era de este
mundo.
Jesús, por su grandeza
espiritual, podría haber
escrito compendios sólo
accesibles a los sabios,
sin embargo, se dedicó a
instruir al pueblo
simple por medio de
sencillas parábolas;
podría vencer por la
fuerza los enemigos de
la Buena Nueva, aún así
prefirió subyugarse a
rebelarse; podría
haberse despedido de la
Tierra en suntuosos
funerales, pero aceptó
la oscuridad de la cruz,
en la cual perdonó a
todos indistintamente.
Jesús fue simple y
humilde, fue bueno y
justo, su vida fue y es
el ejemplo para
quienquiera progresar
espiritualmente.
JESÚS
fue, es, y será
el CAMINO a ser
seguido,
la VERDAD
a ser buscada,
la VIDA
s ser imitada.