Túlio, de ocho años,
vivía en una buena casa,
tenía padres amorosos,
obtenía muchos regalos y
su voluntad era siempre
satisfecha.
Tratado con mucho amor,
Túlio creció hallándose
con derecho a todo. En
la escuela trataba mal a
los compañeros,
especialmente aquellos
que fueran de familia
pobre.
Los padres buscaban
orientarlo, mostrándole
que el hecho de
tener buenas condiciones
de vida no le daba el
derecho de despreciar a
los otros. Sin embargo,
Túlio oía, concordaba
con los padres, pero no
actuaba de manera
diferente.
Cierto día, volviendo de
la escuela, Túlio vio a
un mendigo sentado en la
calzada. Al ver a Túlio
aproximarse, el niño
pidió:
— ¡Una limosna, por el
amor de Dios!
Túlio miró para el chico
que se había atrevido a
hablar con él, y
respondió:
— ¿No tienes vergüenza
de pedir limosnas,
vagabundo? ¡Déjame
en paz!
El chico miró para
Túlio, notó el uniforme
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escolar
impecable que él
usaba, y sus
ojos se llenaron
de lágrimas,
pero no dijo
nada.
Solo bajó la cabeza y se
fue. |
Al llegar a casa, no
consiguiendo olvidar al
mendigo, Túlio contó:
— ¡Mamá, imagina que
cuando yo volvía de la
escuela un vagabundo
todo sucio y mal vestido
me pidió una limosna!
¡Yo tenía una moneda que
había sobrado de la
merienda, pero está
claro que no le di!...
¿Por qué él no va a
trabajar para tener
dinero?
La madre oye, llena de
piedad, mirando al hijo
y consideró:
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— ¡Ah!... Mi hijo, tu no
sabes nada de la vida.
Gracias a Dios, tenemos
todo y nada nos falta,
sin embargo tu padre
trabaja bastante para
darnos lo que tenemos:
esta casa, escuela para
ti, comida, ropas buenas
y todo lo que tu
quieres. ¿Ya imaginaste
la situación de ese
chico que pide limosna
para vivir?
— No pensé en eso...
imaginé que él tendría
una familia, una casa...
¡Como nosotros! —
respondió Túlio,
abriendo mucho los ojos.
— ¡Túlio, nadie sale
para pedir limosnas si
no lo necesita!
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Es señal de que
él no tiene nada
en casa, si es
que tiene una
casa y una
familia. ¡Debe
vivir en la
miseria, mi
hijo!
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— ¿Será así, mamá?
— Cuando lo encuentres
de nuevo, no juzgues. Da
alguna cosa. Jesús dijo,
en cierta ocasión, que
“a quién mucho le fue
dado, mucho le será
pedido”. Esto quiere
decir que, para personas
como nosotros, que
tenemos todo, mucho será
exigido. Es decir, si
mucho recibimos de Dios,
debemos repartir
nuestras bendiciones con
otros que estén
necesitando.
¿Entendiste?
Sí, Túlio había
entendido. ¡En ese
momento, él se acordó de
que el chico había
pedido una limosna en
nombre de Dios!
Al día siguiente, al
pasar por aquella calle,
oyó al chico decir con
la cabeza baja:
— ¡Una limosna, por el
amor de Dios!
Avergonzado, Túlio cogió
una moneda de su
bolsillo y la entregó al
mendigo. El chico
levantó los ojos y lo
agradeció con los ojos
húmedos. Entonces, él
paró y le preguntó el
nombre. El niño,
agradecido por la
atención, dijo:
— Me llamo Renato.
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Túlio se sentó en la
calzada, al lado de él,
y comenzaron a
conversar. Así, él pudo
saber que Renato tenía
familia, pero el padre
bebía mucho y no podía
trabajar; la madre era
limpiadora y lo que
ganaba era poco para el
sustento de la familia.
Además, tenía cuatro
hermanos más, y sólo él,
por tener diez años,
podía salir a la calle
solo para pedir
limosnas. Y el chico
concluyó:
— Pero no protesto de la
vida, no. Dios nos ha
dado todo lo
que necesitamos para
vivir. Conozco gente que
tiene una vida mucho más
difícil que la nuestra.
Túlio, emocionado, no se
avergonzó de sus ojos
húmedos.
— Renato, yo te pido
perdón. Ayer yo te
juzgué solo por estar
pidiendo limosnas. Ahora
entiendo tus
dificultades y quiero
ayudarte.
— No es necesario,
Túlio. Tú hoy ya me
ayudaste y estoy
contento. Gracias —
respondió el chico.
— Por favor, dime dónde
vives tú, Renato. ¡No
por ti, sino por tus
hermanos! — insistió
Túlio.
El niño concordó y dio
la dirección, que Túlio
anotó en un pedazo de
papel y después se
despidió de él. Llegando
a la casa, Túlio contó a
sus padres la historia
de Renato, que tanto lo
impresionó.
Los padres quedaron
satisfechos al ver la
preocupación del hijo
con el mendigo y
prometieron ir a
visitarlo. A finales de
la semana, llevaron una
caja con géneros
alimenticios y otra con
ropas para los niños.
La alegría de la familia
de Renato fue enorme,
pues aquellas cosas iban
a suavizar la miseria.
Se hicieron amigos, y el
padre de Túlio,
conversando con el padre
de Renato, lo convenció
a buscar un grupo de
ayuda a alcohólicos.
En aquella familia,
después de algún tiempo,
todo había cambiado:
José, el padre de Túlio,
consiguió un empleo para
la madre de Renato y,
cuando el padre de él
paró de beber, lo empleó
en su empresa.
Las familias, ahora
amigas, siempre se
encontraban, y era con
gratitud que Renato
decía:
— Vosotros sois
verdaderos amigos.
Cuando pedí una limosna
a Túlio en nombre de
Dios, sentí que
realmente fue el Señor
que nos ayudó. ¡Gracias!
Bendiciones de lo Alto
descendían sobre
aquellas familias ahora
tan unidas, y José dijo
sonriendo:
— ¡Es que cuando hacemos
algo con amor, Dios está
siempre presente!...
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, no dia
4/11/2013.)
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