El
Evangelio
es el
Código
de
Principios
Morales
del
Universo,
adaptable
a todas
las
patrias,
a todas
las
comunidades,
a todas
las
razas y
a todas
las
criaturas
“Sometidas
a su
tierna y
misteriosa
autoridad,
las
Almas
encontraron
la
seguridad
y la
protección
del
Divino
Aprisco.”
-
François
C. Liran
Hecho “claridad
matinal
que toca
a
despertar”,
Él
abandonó
Su
Jardín
de
Estrellas
para
Apresarse
en las
“sombras
exteriores,
donde
hay
llanto y
crujir
de
dientes”,
a fin de
mostrar
a los
Espíritus
rebeldes
el
camino
de la
definitiva
emancipación
espiritual,
ya que
el
rebaño
terrestre
se
perdía
en los
dédalos
de los
disparates
de
diverso
matiz...
Como muy
bien lo
dijo
Juan
Evangelista
(1),
“era Su
deseo
que los
hombres
a Él
fueran
con la
confianza
de un
niño de
pasos
vacilantes
a fin de
que
usufructuaran
de Su
protección
a
semejanza
de lo
que hace
la
gallina
que
guarda
sus
polluelos
bajo las
alas.
Tras Su
rastro
de luz
en las
tinieblas
planetarias,
estaba
empeñada
la
acción
viril;
ya no se
trata de
creer
instintivamente,
ni de
obedecer
maquinalmente;
es
preciso
que el
hombre
siga la
Ley de
Amor
promulgada
por Él”.
Dando
secuencia
a las
palabras
del “Discípulo
Amado”,
completa
un
Espíritu
protector
(2),
traduciendo
el
significado
del que
quiso el
Maestro
Mayor
decir
cuando
─
mirando
enternecidamente
a los
pequeños
infantes
a su
alrededor,
impedidos
de
aproximársele
por la
irritabilidad
de los
Apóstoles
-, dijo
(3):
“dejad
que
vengan a
mí todos
los que
sufren,
la
multitud
de los
afligidos
y de los
infortunados:
yo les
enseñaré
el gran
remedio
que
suaviza
los
males de
la vida
y les
revelaré
el
secreto
de la
cura de
sus
heridas!
¿Cuál
es, mis
amigos,
ese
bálsamo
soberano,
que
posee
tan
grande
virtud,
que se
aplica a
todas
las
llagas
del
corazón
y las
cicatriza?
¡Y el
amor, es
la
caridad!
¿Si
poseéis
ese
fuego
divino,
qué es
lo que
podréis
temer?”
Nos
cuenta
André
Luiz
(4):
“(...)
desde la
llegada
del
Excelso
Benefactor
del
Planeta,
se le
observa
el
pensamiento
sublime
penetrando
el
pensamiento
de la
Humanidad.
Se diría
que en
el
establo
se
reúnen
piedras
y
arbustos,
animales
y
criaturas
humanas,
representando
los
diversos
reinos
de la
evolución
terrestre,
para
recibirle
el
primer
toque
mental
de
perfeccionamiento
y
belleza.
Se casan
los
himnos
sencillos
de los
pastores
a los
cánticos
de amor
en las
voces de
los
mensajeros
espirituales,
saludando
a Aquel
que
venía a
liberar
las
naciones,
no en la
forma
social
que
siempre
les será
indumentaria
a las
necesidades
de orden
colectiva,
sino en
el
adelantamiento
de las
Almas,
en
función
de la
Vida
Eterna...
PRONTO
COMENZÓ
SU
APOSTOLADO
Antes de
Él,
grandes
comandantes
de la
idea
habían
pisado
el suelo
del
mundo,
influenciando
multitudes.
Guerreros
y
políticos,
filósofos
y
profetas
se
alineaban
en la
memoria
popular,
recordados
como
disciplinadores
y
héroes,
pero
todos
desfilaron
con
ejércitos
y
fórmulas,
enunciados
y
avisos,
en que
se
mezclan
rectitud
y
parcialidad,
sombra y
luz.
Él llega
sin
ningún
prestigios
de
autoridad
humana;
pero,
con su
magnitud
moral,
imprime
nuevos
rumbos a
la vida,
por
dirigirse,
por
encima
de todo,
al
Espíritu,
en todos
los
climas
de la
Tierra.
Transmitiendo
las
ondas
mentales
de las
Esferas
Superiores
de que
procede,
transita
entre
las
criaturas,
despertándoles
las
energías
para la
Vida
Mayor,
como que
alcanza
las
hebras
recónditas,
de
manera a
armonizarlas
con la
sinfonía
universal
del Bien
Eterno.
Auxiliado
por un
puñado
de
médiums
admirables,
forma el
Colegio
Apostólico
constituido
por
criaturas
no sólo
admirables
por las
percepciones
avanzadas
que las
situaban
en
contacto
con los
Emisarios
Celestes,
sino
también
por la
conducta
irreprensible
de que
suministraban
testimonio,
aprovechando
el
circuito
de
fuerzas
a que se
ajustó
la onda
mental
de
Cristo,
para de
ahí
expandirse
en la
renovación
del
mundo.
Pronto
comienza
el
apostolado
excelso
para el
Maestro
Divino,
erguido
a la
posición
de
Médium
de Dios,
en que
Le
cabría
conducir
las
nociones
de la
vida
imperecedera
para la
existencia
en la
Tierra.
Es así
que
contando
sólo
doce
años de
edad, se
asienta
entre
los
doctores
de
Israel,
“oyéndolos
e
interrogándolos”
(5),
provocando
admiración
por los
conceptos
que
proclamaba
y a
entre
mostrar
su
condición
de
intermediario
entre
culturas
diferentes.
Iniciando
la tarea
pública
(6),
en la
exteriorización
de
energías
sublimes,
lo
encontramos
en Canaá
de
Galilea
(7);
así como
vamos a
encontrarlo,
también,
a
multiplicar
panes y
peces
(8),
en la
cima del
monte,
así como
a
tranquilizar
la
Naturaleza
en
desvarío
(9),
cuando
los
discípulos
asustados
Le piden
socorro,
delante
de la
tormenta.
Lo
identificamos
en plena
levitación,
caminando
sobre
las
aguas
(10),
y en
prodigioso
hecho de
materialización
o
ectoplasmia,
cuando
Se pone
a
conversar,
bajo el
perplejo
testimonio
de
Pedro,
Juan y
Santiago
con dos
varones
desencarnados
(11)
que,
positivamente,
aparecieron
glorificados,
a
Hablarles
de
acontecimientos
próximos.
En el
templo
de
Salomón,
en
Jerusalén,
desaparece
de
golpe,
desmaterializando-Se,
ante la
expectación
general
y, en la
misma
ciudad,
ante la
multitud,
se
produce
la voz
directa
(12),
en que
bendiciones
divinas
Le
señalan
la ruta.
EL VALOR
DE LAS
PROPIAS
ENERGÍAS
Lo
cercan
enfermos
de
variada
expresión:
los
paralíticos
le
extienden
miembros
resecos,
obteniendo
socorro;
ciegos
que
recuperan
la
visión;
ulcerados
se
muestran
limpios;
alienados
mentales,
principalmente
obsesados
diversos,
recobran
el
equilibrio...
Es
importante
considerar,
sin
embargo,
que el
gran
Benefactor
a todos
invita
para
valorar
las
propias
energías.
Reajustando
las
células
enfermas
de la
mujer
hemorrágica,
le dice,
convincente:
¡‘hija,
tú buen
ánimo te
curó!
Tu fe te
curo”.
(13)
Luego
de,
tocando
los ojos
de dos
invidentes
que Le
recurren
la
caridad,
exclama:
‘Sea
hecho,
según
vuestra
fe’.
(14)
Sin
embargo,
no
destaca
la
confianza
por
simple
ingrediente
de
naturaleza
mística,
pero sí
por
recurso
de
ajustamiento
de los
principios
mentales,
en la
dirección
de la
cura. Y
encareciendo
el
imperativo
del
pensamiento
recto
para la
armonía
del
binomio
mente-cuerpo,
por
varias
veces Lo
vemos
impulsar
a los
sufridores
aliviados
a la
vida
noble,
como en
el caso
del
paralítico
de
Betesda,
que,
debidamente
rehecho,
al
reencontrarlo
en el
templo,
de Él
oyó la
advertencia
inolvidable:
‘he ahí
que ya
estás
sano. No
peques
más,
para que
no te
suceda
cosa
peor’.
A
distancia
de la
sociedad
hierosolimita,
vaticina
(15)
los
éxitos
amargos
que
culminarían
con su
muerte
en la
cruz.
Utilizando
la
clarividencia
que Le
era
peculiar,
antevé a
(16)
Simón
Bar
Jonas
cercado
de
personalidades
inferiores
de la
esfera
extrafísica,
y lo
avisa en
cuanto
al
peligro
que eso
representa
para la
flaqueza
del
apóstol.
En las
últimas
instrucciones,
al pie
de los
amigos,
confirmando
la
profunda
lucidez
que Le
caracterizaba
las
apreciaciones
percusoras,
demuestra
conocer
la
perturbación
de
conciencia
de Judas
(17),
a
despecho
de las
dudas
que la
ponderación
suscita
entre
los
oyentes.
En las
plegarias
de
Getsemaní
(18),
aliando
clarividencia
y
clariaudiencia,
conversación
con un
mensajero
espiritual
que Lo
reconforta.
Según el
ínclito
Maestro
Lionés,
todos
los
hechos
de Jesús
quedan
debilitados…
ante el
incuestionable
hecho de
que Su
Doctrina
permaneció
incólume
de
generación
en
generación,
hasta
hoy, en
que pese
a todas
las
dificultades
y
obstáculos
enfrentados
para su
implantación
en la
Tierra,
inclusive
saliendo
indemne
después
de
muchas
mutilaciones,
adulteraciones
e
injertos
que
sufrió
por las
manos de
los
gestores
infieles
que, sin
pudor,
se
autoproclamaban
Sus
representantes
en la
Tierra.
EL MAYOR
“MILAGRO”
QUE
JESÚS
OPERÓ
Dice el
Codificador
del
Espiritismo
(19):
“el
mayor
‘milagros
que
Jesús
operó,
lo que
verdaderamente
prueba
su
superioridad,
fue la
revolución
que sus
enseñanzas
produjeron
en el
mundo,
de mala
voluntad
a la
exigüidad
de Sus
medios
de
acción.
En
efecto,
Jesús,
oscuro,
pobre,
nacido
en la
más
humilde
condición,
en el
seno de
un
pueblo
pequeñito,
casi
ignorado
y sin
preponderancia
política,
artística
o
literaria,
sólo
durante
tres
años
predica
su
doctrina;
en todo
ese
corto
espacio
de
tiempo
es
desatendido
y
perseguido
por sus
conciudadanos;
se ve
gracias
a huir
para no
ser
lapidado;
es
traicionado
por uno
de sus
Apóstolos,
renegado
por
otro,
abandonado
por
todos en
el
momento
en que
cae en
las
manos de
Sus
enemigos.
Sólo
hacía el
bien y
eso no
Lo ponía
al
abrigo
de la
malevolencia,
que de
los
propios
servicios
que Él
prestaba
cogía
motivos
para
acusarlo.
Condenado
al
suplicio
que sólo
a los
criminales
era
infligido,
muere
ignorado
del
mundo,
ya que
la
Historia
de
aquella
época
nada
dice a
Su
respeto.
Nada
escribió;
sin
embargo,
ayudado
por
algunos
hombres
tan
obscuros
en
cuanto
Él, Su
palabra
bastó
para
regenerar
el
mundo;
Su
doctrina
mató el
paganismo
omnipotente
y se
hizo el
foco de
la
civilización.
Tenía
contra
Sí todo
lo que
causa el
malograr
de las
obras de
los
hombres,
razón de
por qué
decimos
que el
triunfo
alcanzado
por su
doctrina
fue el
mayor de
sus
milagros,
al
tiempo
que
provenga
ser
divina
su
misión.
Si, en
vez de
principios
sociales
y
regeneradores,
fundados
sobre el
futuro
espiritual
del
hombre,
Él sólo
hubiese
legado a
la
posterioridad
algunos
hechos
maravillosos,
tal vez
hoy mal
Conociesen
de
nombre.
Siguiendo
en la
dirección
del
Calvario,
cumplió
Su
misión,
legando
a la
Humanidad
el
“vade-mecum”
de la
iluminación,
reunido
en Su
Evangelio
de Luz.
Finaliza
André
Luiz
(4):
“el
Evangelio
no es el
libro de
un
pueblo
sólo,
sino el
Código
de
Principios
Morales
del
Universo,
adaptable
a todas
las
patrias,
a todas
las
comunidades,
a todas
las
razas y
a todas
las
criaturas,
porque
representa,
por
encima
de todo,
la carta
de
conducta
para la
ascensión
de la
conciencia
a la
Inmortalidad,
en la
revelación
de la
cual
Nuestro
Señor
Jesucristo
empleó
la
mediumnidad
sublime
como
agente
de luz
eterna,
exaltando
la vida
y
aniquilando
la
muerte,
aboliendo
el mal y
glorificando
el bien,
a fin de
que las
leyes
humanas
se
purifiquen
y se
engrandezcan,
se
santifiquen
y se
eleven
para la
integración
con las
Leyes de
Dios”.
Referências:
1.
KARDEC,
Allan.
O
Evangelho
Seg. o
Espiritismo.
129.ed.
Rio [de
Janeiro]:
FEB,
2009,
cap.
VIII,
item 18.
7. KARDEC,
Allan.
A
Gênese.
43.ed.
Rio [de
Janeiro]:
FEB,
2003,
cap. XV,
item 47.
19. KARDEC,
Allan.
A
Gênese.
43.ed.
Rio [de
Janeiro]:
FEB,
2003,
cap. XV,
item 63.
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