Damos
continuidad al
estudio metódico del
libro La Génesis, los
Milagros y las Profecías
según el Espiritismo,
de Allan Kardec, cuya
primera edición fue
publicada el 6 de enero
de 1868. Las respuestas
a las preguntas
sugeridas para debatir
se encuentran al final
del presente texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cómo
saber si un principio es
enseñado en todas partes
o si sólo expresa una
opinión personal?
B. ¿La
revelación espírita es
progresiva?
C. ¿Por
qué la moral enseñada
por los Espíritus
superiores es la de
Cristo y no la de otros
profetas?
Texto condensado para la
lectura
103. Una
última característica de
la revelación espírita,
que resalta las
condiciones mismas en
que ella se produce, es
que, apoyándose sobre
hechos, tiene que ser, y
no puede dejar de ser,
esencialmente
progresiva, como todas
las ciencias de
observación. Por su
esencia, hace alianza
con la Ciencia que, al
ser la exposición de las
leyes de la Naturaleza
en relación a cierto
orden de hechos, no
puede ser contraria a
las leyes de Dios, autor
de tales leyes.
104. Los
descubrimientos que la
Ciencia realiza, lejos
de disminuirlo,
glorifican a Dios; sólo
destruyen lo que los
hombres construyeron
sobre las ideas falsas
que se formaron de Dios.
105. El
Espiritismo, pues, sólo
establece como principio
absoluto lo que está
demostrado con
evidencias, o lo que
destaca lógicamente de
la observación. Al estar
de acuerdo con todas las
ramas de la economía
social, a las cuales da
el apoyo de sus propios
descubrimientos,
asimilará siempre todas
las doctrinas
progresivas, de
cualquier orden que
sean, siempre que hayan
llegado al estado de
verdades prácticas y
hayan abandonado el
dominio de la utopía,
sin lo cual se
suicidaría. Dejando de
ser lo que es, mentiría
sobre su origen y su fin
providencial.
106. Al
caminar a la par con el
progreso, el Espiritismo
nunca será anticuado,
porque si nuevos
descubrimientos le
demostraran que está
equivocado sobre
cualquier punto, se
rectificará en ese
punto. Si una verdad
nueva se revelara, la
aceptará.
107.
¿Cuál es la utilidad de
la doctrina moral de los
Espíritus, si no difiere
de la de Cristo?
¿Necesita el hombre de
una revelación? ¿No
puede encontrar en sí
mismo todo lo que
necesita para
conducirse? Desde el
punto de vista moral, no
hay duda de que Dios
otorgó al hombre un guía
al darle la conciencia,
que le dice: “No hagas a
otro lo que no quieras
que te hagan a ti”.
108. La
moral natural está
indudablemente inscrita
en el corazón de los
hombres; pero ¿saben
todos leerla en ese
libro? ¿No han
despreciado nunca sus
sabios preceptos? ¿Qué
hicieron de la moral de
Cristo? ¿Cómo la
practican aquellos que
la enseñan?
¿Reprocharían a un padre
que
repita a sus hijos diez
veces, cien veces las
mismas instrucciones si
ellos no las siguen?
¿Por qué Dios haría
menos que un padre de
familia? ¿Por qué no
enviaría a los hombres,
de tiempo en tiempo,
mensajeros especiales
para recordarles sus
deberes y conducirlos
por el buen camino
cuando se apartan de él;
para abrir los ojos de
la inteligencia a los
que los tienen cerrados,
así como los hombres más
adelantados envían
misioneros a los
salvajes y los bárbaros?
Sólo cuando practiquen
la moral de Cristo, los
hombres podrán decir que
ya no necesitan más de
moralistas encarnados o
desencarnados. Pero,
entonces, Dios ya no los
enviará.
109. La
moral que los Espíritus
enseñan es la de Cristo,
por la razón de que no
existe otra mejor. Pero,
entonces, ¿de qué sirve
su enseñanza si sólo
repiten lo que ya
sabemos? Otro tanto se
podría decir de la moral
de Cristo, que ya había
sido enseñada por
Sócrates y Platón
quinientos años antes y
en términos casi
idénticos. Lo mismo se
podría decir también de
las de todos los
moralistas, que no
hacían más que repetir
lo mismo en todos los
tonos y bajo todas las
formas. ¡Pues bien! Los
Espíritus vienen
simplemente a aumentar
el número de moralistas,
con la diferencia de
que, al manifestarse por
todas partes, se hacen
oír tanto en una choza
como en un palacio,
tanto por los ignorantes
como por los instruidos.
110. Lo
que la enseñanza de los
Espíritus agrega a la
moral de Cristo es el
conocimiento de los
principios que rigen las
relaciones entre los
muertos y los vivos,
principios que completan
las nociones vagas que
se tenían del alma, de
su pasado y de su
futuro, al confirmar la
doctrina cristiana por
las mismas leyes de la
Naturaleza.
111. Con
la ayuda de las nuevas
luces que el Espiritismo
y los Espíritus
esparcen, el hombre se
reconoce solidario con
todos los seres y
comprende esa
solidaridad; la caridad
y la fraternidad se
vuelven una necesidad
social; hace por
convicción lo que hacía
sólo por deber, y lo
hace mejor.
112. Una
de las cuestiones más
importantes entre las
propuestas al comienzo
de este capítulo es la
siguiente: ¿Qué
autoridad tiene la
revelación espírita,
puesto que emana de
seres de luces limitadas
y que no son infalibles?
113. La
objeción sería de peso
si esa revelación
consistiese sólo en la
enseñanza de los
Espíritus, si debiésemos
recibirla exclusivamente
de ellos y debiésemos
aceptarla a ciegas. Pero
ésta pierde todo valor
cuando el hombre aporta
a la revelación su
razonamiento y su
criterio; cuando los
Espíritus se limitan a
ponerlo en el camino de
las deducciones que
puede sacar de la
observación de los
hechos. Ahora bien, las
manifestaciones en sus
innumerables
modalidades, son hechos
que el hombre estudia
para deducir sus leyes,
ayudado en ese trabajo
por los Espíritus de
todas las categorías
que, de tal modo, son
más bien colaboradores
suyos que reveladores,
en el sentido usual del
término.
114.
Sometemos sus
afirmaciones al tamiz de
la lógica y del buen
sentido: de esta manera,
nos beneficiamos de los
conocimientos especiales
de los que los Espíritus
disponen por la posición
en que se encuentran,
sin abdicar al uso de la
propia razón.
115.
Siendo los Espíritus
sólo las almas de los
hombres, al comunicarnos
con ellos no salimos
fuera de la Humanidad,
circunstancia esencial a
considerar. Los hombres
de genio, que fueron
lumbreras de la
Humanidad, vinieron
desde el mundo de los
Espíritus y a él
volvieron al dejar la
Tierra. Dado que los
Espíritus pueden
comunicarse con los
hombres, esos mismos
genios pueden, bajo la
forma espiritual, darles
instrucciones como lo
hicieron bajo la forma
corpórea. Pueden
instruirnos, después de
haber muerto, tal como
lo hacían cuando estaban
vivos; sólo son
invisibles, en vez de
ser visibles; esa es la
única diferencia. La
experiencia y el saber
que poseen no deben ser
menores de lo que eran,
y si su palabra como
hombres tenía autoridad,
no puede ser menos ahora
sólo por el hecho de
estar en el mundo de los
Espíritus.
116. No
sólo los Espíritus
superiores se
manifiestan; también lo
hacen los de todas las
categorías y era
necesario que así
sucediese, para
iniciarnos en lo que
respecta al verdadero
carácter del mundo
espiritual,
presentándolo ante
nosotros en todas sus
facetas. De allí resulta
que sean más íntimas las
relaciones entre el
mundo visible y el mundo
invisible y más evidente
la conexión entre los
dos. Vemos así con más
claridad de dónde
venimos y hacia dónde
iremos. Ese es el
objetivo esencial de las
manifestaciones.
117.
Todos los Espíritus,
pues, cualquiera sea el
grado de elevación en
que se encuentren, nos
enseñan algo; pero nos
corresponde a nosotros,
puesto que ellos son más
o menos esclarecidos,
discernir lo que hay de
bueno o de malo en lo
que nos digan y sacar el
provecho posible de la
enseñanza que nos den.
Ahora bien, todos,
cualquiera que sea, nos
pueden enseñar o revelar
cosas que ignoramos y
que nunca sabríamos sin
ellos.
118. Los
grandes Espíritus
encarnados son, sin
duda, individualidades
poderosas, pero de
acción restringida y de
lenta difusión. Si
hubiese venido uno solo
de ellos, aun cuando
fuese Elías o Moisés,
Sócrates o Platón, para
revelar a los hombres,
en los tiempos modernos,
el estado del mundo
espiritual, ¿quién
hubiese aprobado la
veracidad de sus
afirmaciones, en esta
época de escepticismo?
¿No lo hubiesen
considerado un soñador o
utopista? Aunque fuese
la verdad absoluta lo
que hubiera dicho,
pasarían siglos antes de
que las masas humanas
aceptasen sus ideas.
Dios, en su sabiduría,
no quiso que así
ocurriese; quiso que la
enseñanza fuese
impartida por los mismos
Espíritus, no por los
encarnados, a fin de que
aquellos convenciesen de
su existencia a estos
últimos, y quiso que
esto ocurriese en toda
la Tierra
simultáneamente, ya sea
para que la enseñanza se
propagase con más
rapidez o para que,
coincidiendo ésta en
todas partes, constituya
una prueba de la verdad,
teniendo así cada uno el
medio de convencerse por
sí mismo.
119. Los
Espíritus no se
manifiestan para liberar
al hombre del estudio y
de las investigaciones,
ni para transmitirle
ninguna ciencia
completamente acabada.
En relación a lo que el
hombre puede encontrar
por sí mismo, ellos le
dejan entregado a sus
propias fuerzas. Esto lo
saben hoy perfectamente
los espíritas.
120.
Desde hace mucho tiempo,
la experiencia ha
demostrado que es un
error atribuir a los
Espíritus toda la
sabiduría y suponer que
basta que cualquiera que
sea se dirija al primer
Espíritu que se presente
para conocer todas las
cosas. Salidos de la
Humanidad, ellos
constituyen una de sus
facetas. Así como ocurre
en la Tierra, en el
plano invisible también
los hay superiores y
vulgares; muchos, pues,
saben menos científica y
filosóficamente que
ciertos hombres; ellos
dicen lo que saben, ni
más ni menos.
121. Del
mismo modo que los
hombres, los Espíritus
más adelantados pueden
instruirnos sobre una
mayor cantidad de cosas,
darnos opiniones más
juiciosas que los
atrasados. Que el hombre
pida consejos a los
Espíritus no es entrar
en comunicación con
potencias
sobrenaturales; es
tratar con sus iguales,
con aquellos mismos a
quienes se dirigía en
este mundo; a sus
parientes, amigos o
individuos más
esclarecidos que él. Es
importante que todos se
convenzan de esto, y es
lo que ignoran los que,
por no haber estudiado
el Espiritismo, se hacen
una idea completamente
falsa de la naturaleza
del mundo de los
Espíritus y de las
relaciones de
ultratumba.
122.
¿Cuál es, entonces, la
utilidad de esas
manifestaciones o, si se
prefiere, de esa
revelación, si los
Espíritus no saben más
que nosotros, o no nos
dicen todo lo que saben?
En primer lugar, como ya
lo dijimos, ellos se
abstienen de darnos lo
que podemos adquirir por
el trabajo; en segundo
lugar, hay cosas que no
les permiten revelar
porque nuestro grado de
adelanto no lo permite.
123.
Aparte de esto, las
condiciones de la nueva
existencia en que se
encuentran, amplia el
círculo de sus
percepciones: ellos ven
lo que no veían en la
Tierra; liberados de las
trabas de la materia,
exentos de las
preocupaciones de la
vida corporal, aprecian
las cosas desde un punto
de vista más elevado y,
por lo tanto, más
sananamente; la
perspicacia de la que
gozan abarca un
horizonte más amplio;
comprenden sus errores,
rectifican sus ideas y
se desentienden de los
prejuicios humanos. En
esto consiste la
superioridad de los
Espíritus en relación a
la humanidad encarnada y
de allí viene la
posibilidad de que sus
consejos, según el grado
de adelanto que
alcanzaron, sean más
juiciosos y
desinteresados que los
de los encarnados. El
medio en que se
encuentran les permite,
además, iniciarnos en
las cosas de la vida
futura que ignoramos y
que no podemos aprender
en el medio en que
estamos.
124.
Hasta ese momento, el
hombre sólo había
formulado hipótesis
sobre su porvenir; tal
es la razón por la que
sus creencias al
respecto se habían
dividido en sistemas tan
numerosos y divergentes,
desde el nihilismo hasta
las fantásticas
concepciones del
infierno y del paraíso.
Hoy, son los testigos
oculares, los mismos
actores de la vida de
ultratumba los que
vienen a decirnos en qué
se han convertido y sólo
ellos podían hacerlo.
Sus manifestaciones, por
lo tanto, han servido
para darnos a conocer el
mundo invisible que nos
rodea y del cual no
sospechábamos, y sólo
ese conocimiento sería
de capital importancia,
si fuera que los
Espíritus no pudieran
enseñarnos nada más.
125. Si
vais a un país que
todavía no conocéis,
¿rechazaréis las
informaciones que os dé
el más humilde campesino
que encontréis?
¿Dejaréis de preguntarle
sobre el estado de los
caminos, por el simple
hecho de ser un
campesino? Con seguridad
no esperaréis obtener
por su intermedio
esclarecimientos de gran
alcance, pero de acuerdo
con lo que él sabe en su
ambiente, podrá
informaros mejor sobre
algunos puntos que un
sabio que no conociese
el país. Sacaríais de
sus indicaciones
deducciones que él mismo
no sacaría, sin que por
eso deje de ser un
instrumento útil para
vuestras observaciones,
aunque sólo sirviese
para informaros sobre
las costumbres de los
campesinos. Sucede lo
mismo en lo que
concierne a nuestras
relaciones con los
Espíritus, entre los
cuales el menos
calificado puede servir
para enseñarnos alguna
cosa.
126. Una
comparación vulgar hará
más comprensible aún la
situación. Un barco
cargado de emigrantes
parte hacia un destino
lejano. Lleva hombres de
todas las condiciones,
parientes y amigos de
los que quedan. Se llega
a saber que ese navío
naufragó. No queda
ningún vestigio de él,
no llega ninguna noticia
sobre su suerte. Se cree
que todos los pasajeros
han perecido y el luto
cubre a todas las
familias. Sin embargo,
toda la tripulación, sin
exceptuar a un solo
hombre, llegó a una isla
desconocida, abundante y
fértil, donde todos
viven felices bajo un
cielo clemente. Pero
nadie lo sabe. Pues
bien, un bello día otro
barco llega a esa tierra
y encuentra en ella a
los náufragos sanos y
salvos. La feliz noticia
se esparce con la
rapidez del relámpago.
Todos exclaman:
“¡Nuestros amigos no
están perdidos!” Y dan
gracias a Dios. No
pueden verse unos a
otros, pero se
comunican; intercambian
demostraciones de afecto
y así, la alegría
sustituye a la tristeza.
Tal es la imagen de la
vida terrestre y de la
vida más allá de la
tumba, antes y después
de la revelación
moderna. Esta última,
semejante al segundo
barco, nos trae la buena
nueva de la
supervivencia de los que
nos son queridos y la
certeza de que nos
reuniremos con ellos
algún
día. Ya
no existe la duda sobre
su suerte y la nuestra.
El desaliento se diluye
ante la esperanza.
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cómo
saber si un principio es
enseñado en todas partes
o si sólo expresa una
opinión personal?
Al no
estar los grupos
independientes en
condiciones de saber lo
que se dice en otros
lugares, se hacía
necesario que un centro
reuniese todas las
instrucciones, para
proceder a una especie
de depuración de las
voces y transmitir a
todos la opinión de la
mayoría. Según Kardec,
éste fue el objetivo de
sus publicaciones, que
se pueden considerar
como el resultado de un
trabajo de depuración.
Por medio de ellas fue
posible verificar la
concordancia entre las
enseñanzas recibidas y
su generalidad. En ellas
todas las opiniones
fueron discutidas y
presentadas en forma de
principios sólo después
de haber recibido la
conformidad de todos los
controles, los cuales,
sólo ellos, pueden
otorgarle fuerza de ley
y permitir afirmaciones.
Esto le da fuerza al
Espiritismo y garantiza
su futuro.
(La
Génesis, cap. I,
ítems
53 y 54.)
B. ¿La
revelación espírita es
progresiva?
Sí. La
revelación espírita,
apoyándose en los
hechos, tiene que ser, y
no puede dejar de ser,
esencialmente
progresiva, como todas
las ciencias de
observación. El
Espiritismo sólo
establece como principio
absoluto lo que está
demostrado con
evidencias, o lo que
destaca lógicamente de
la observación. Al estar
de acuerdo con todas las
ramas de la economía
social, a los cuales da
el apoyo de sus propios
descubrimientos,
asimilará siempre todas
las doctrinas
progresivas, de
cualquier orden que
sean, siempre que hayan
llegado al estado de
verdades prácticas y
hayan abandonado el
dominio de la utopía,
sin lo cual se
suicidaría. Al caminar a
la par con el progreso,
el Espiritismo jamás
será anticuado, porque
si nuevos
descubrimientos le
demostraran que está
equivocado sobre
cualquier punto, se
rectificaría en ese
punto. Si una verdad
nueva se revelara, la
aceptará.
(La
Génesis, cap. I,
ítems
55.)
C. ¿Por
qué la moral enseñada
por los Espíritus
superiores es la de
Cristo y no la de otros
profetas?
La moral
que los Espíritus
enseñan es la de Cristo,
por la razón de que no
existe otra mejor. Lo
que la enseñanza de los
Espíritus agrega a la
moral de Cristo es el
conocimiento de los
principios que rigen las
relaciones entre los
muertos y los vivos,
principios que completan
las nociones vagas que
se tenían del alma, de
su pasado y de su
futuro, al confirmar la
doctrina cristiana por
las mismas leyes de la
Naturaleza.
(La Génesis, cap. I,
ítems
56.)
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