Olavo, de doce años, era
un chico que estaba
siempre mal con la vida.
Protestaba de todo y
siempre encontraba
problemas en las más
pequeñas cosas.
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Si el día estaba
nublado, protestaba por
la falta del sol. Si él
se caía y se golpeaba,
culpaba la calzada o lo
que estuviera al frente.
Si la madre hacía pollo
para el almuerzo,
protestaba que no había
hecho macarrones, y así
por delante.
Olavo, a pesar de tener
una buena vida, de no
faltarle de nada, estaba
siempre irritado,
deseando que todo fuese
diferente.
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Cierto día, él comenzó a
sentir debilidad,
malestar, además de
dolores por el cuerpo.
Preocupados, los padres
lo llevaron al médico
que, después de
examinarlo, dijo: |
— Los síntomas que Olavo
presenta pueden tener
varios orígenes. Él debe
tomar una medicación
para el dolor y quedarse
en la cama. Puede ser
que alguna enfermedad
vaya a surgir.
El médico entregó la
receta, avisando que
volvierán si hubiera
algún cambio en el
estado del niño. El
padre agradeció, y ellos
volvieron para casa,
preocupados.
Olavo se acostó y pasó a
exigir que trajeran lo
que él quería. Los
padres le hacían todas
las voluntades, pero él
no mejoraba. Los dolores
proseguían, a pesar de
la medicación que estaba
tomando.
El abuelo Antônio vino a
visitarlos al saber que
el nieto no estaba bien.
Observaba a Olavo sin
decir nada. Una tarde,
entró en el cuarto y se
sentó para hacerle
compañía y quiso saber
como el nieto estaba
sintiéndose.
Olavo aprovechó el
reposo para protestar:
— ¡Ah! ¡Abuelo, yo estoy
muy mal! ¡Sin contar los
dolores que siento por
todo el cuerpo, me quedo
aquí solo! Nadie viene a
hacerme compañía.
— ¡Pero tus padres están
siempre aquí! ¿Y tu
hermano, Carlos? ¿Y tus
amigos, compañeros de
escuela, vecinos? —
comentó el abuelo,
sorprendido.
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— Abuelo, todos me
abandonaron. ¡Papá y
mamá están siempre
ocupados; mi hermano va
para la escuela, así
como mis vecinos! Y yo
me quedo solo. ¡Nadie
viene a visitarme! —
informó el niño poniendo
cara de llanto.
El abuelo, que oía con
extrañeza las protestas
del nieto, dio una
disculpa:
— Tal vez estén todos
muy ocupados aún. Ten
paciencia, todo va a
mejorar.
Y el abuelo se quedó en
el cuarto haciendo
compañía a Olavo por
algunas horas. Para
ocupar el tiempo, cogió
un libro en la
estantería y sugirió
leer juntos. Olavo
reaccionó:
— ¡De ninguna manera,
abuelo! Pienso que un
libro es una molestia.
Prefiero jugar a las
damas.
El abuelo concordó y fue
a buscar el juego.
Comenzaron a jugar, pero
como Olavo estaba
perdiendo, comenzó a
gritar, muy irritado, y
acabó tirando el tablero
al suelo.
— ¡Calma, Olavo! ¡Es
sólo un juego! — dijo el
abuelo intentando
calmarlo, mientras cogía
las piezas que habían
caído en el suelo, e
indagaba lleno de
paciencia: — ¿Quieres
hacer otra cosa?
Olavo respondió que no;
quería algo para comer.
Llamaron, e
inmediatamente vino la
empleada para saber lo
que él deseaba.
— Quiero helado de
chocolate con azufaifas
encima — exigió el niño.
— Olavo, ten el helado,
pero no las azufaifas.
— Pues haz lo que estoy
mandando, so inútil.
Después, quiero un
perrito caliente,
¿oíste?
La chica salió del
cuarto con la cabeza
baja, molesta. Delante
de la escena, el abuelo
replico:
— Olavo, tú no puedes
tratar a las personas
así. Esa chica es muy
buena, gentil y merece
todo nuestro respeto.
¡Ella está aquí porque
necesita trabajar, no
para ser maltratada!
Y así, el abuelo Antônio
observó durante tres
días y vio que el nieto
era exigente, nervioso e
irritable, haciéndose
desagradable cuando no
hacían lo que él quería.
Conversó con su hijo,
padre de Olavo, y quedó
sabiendo que él era así
mismo. Todos tenían que
curvarse a su voluntad.
Otro día, el abuelo
entro en el cuarto, se
sentó en la cama y
preguntó:
— Olavo, ¿tú sabes por
qué estás enfermo?
— No, abuelo. ¡Me
gustaría saber, pues
quiero sanar, pero
parece que estoy cada
vez peor!
— Es verdad — concordó
el anciano.
— ¿Tú quieres realmente
sanar? Entonces, debemos
cambiar tu medicación.
¿Aceptas?
— ¡Sí, abuelo! ¿Tú
descubriste cuál es mi
enfermedad?
— La descubrí. Tú estás
sufriendo por tu manera
de ser, por la
irritación, el
nerviosismo y la rabia,
que contaminaron tu
cuerpo llevándolo a
enfermar. Si tú cambias
de comportamiento,
quedarás bien. Cuando el
alma no está bien, el
cuerpo enferma.
— ¡Vaya! Estoy asustado!
— Tú vas a sanar.
Entonces, para comenzar,
vamos a hacer una
oración todas las
mañanas y a la noche.
Después, aprende a
tratar a todos bien;
saluda con un buenos
días, buenas tardes o
buenas noches. Di
gracias, disculpe, con
permiso y haga el favor.
Sorprendido, el niño
concordó, preguntando: —
¿Alguna cosa más,
abuelo?
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— Sí. ¡Sonríe siempre!
Pero lo esencial, mi
nieto, es que tú cambies
tus pensamientos. Busca
pensar siempre para el
bien y tus acciones
serán buenas. Acuérdate
de que a todas las
personas les gustan ser
bien tratadas, como a
ti. Entonces, en la
duda, colócate en el
lugar de ellas, como
recomienda Jesús, y
tendrás la respuesta que
necesitas para actuar
correctamente. ¡Ah! Y no
comentes con tus padres
sobre lo que estamos
haciendo.
A partir de aquel día,
Olavo comenzó a cambiar
y la respuesta no se
hizo esperar. Acabaron
los síntomas y todos
notaron los cambios que
se operaron en él.
Y contento, él decía:
|
— ¡Fue una receta del
abuelo Antônio!...
Cuando la madre de Olavo
preguntó al suegro lo
que él había hecho para
que el hijo quedara
totalmente curado de los
dolores y con un
comportamiento bien
mejor, Antônio
respondió:
— Nada más allá de lo
que Jesús nos
recomienda. Colocarnos
en el lugar del otro y
preguntar: ¿si yo
estuviera en el lugar de
él, como me gustaría que
actuaran conmigo?
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
21/04/2014.)
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