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Cierto día, Jorge, de
nueve años de edad,
jugando a que enseñaba a
su hermano menor,
Felipe, quiso obligarlo
a hacer las tareas
escolares.
En el juego, Jorge era
el profesor y Felipe, el
alumno. Sin embargo, el
pequeño no lograba hacer
nada de lo que Jorge le
indicaba. En determinado
momento, irritado por la
torpeza de su alumno,
Jorge tomó una regla
para golpear a Felipe,
quien gritó.
- ¿Qué pasó? – preguntó
la mamá, viniendo
asustada desde la
cocina.
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Y Jorge, con expresión
de enojo, le explicó:
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- ¡Mamá, Felipe no logra
hacer nada de lo que yo
le mando!... Estamos
jugando a la escuelita,
pero él no es un buen
alumno. ¡Se va a sacar
cero!
La mamá entendió la
situación y se quedó con
pena al ver la carita
triste, asustada y llena
de lágrimas de su hijo
menor. Lo puso en su
regazo con cariño y lo
tranquilizó:
- No llores, hijo mío.
Cuando seas grande,
¡sabrás hacer todo esto!
Y, volviéndose hacia el
otro, explicó:
- Jorge, ¡tu hermano no
puede hacer las cosas
que todavía no ha
aprendido! Tienes que
tener paciencia con él.
Después de todo, sólo
están jugando, ¿no?
- ¡Pero mamá, el otro
día dijiste que Jesús
enseñó que “mucho se
pedirá a quien mucho le
fue dado”! ¡Entonces, le
estoy enseñando a Felipe
para que aprenda más!
La mamá sonrió ante la
intención de su hijo y
le explicó:
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- Jorge, sin duda, esas
son las palabras de
Jesús, pero se refieren
a quien tiene
condiciones para
realizar algo, lo que no
es el caso de Felipe,
que es todavía pequeño.
Por ejemplo:
si yo te digo una
oración y te pido que la
escribas en un papel,
¿podrás hacerlo?
- Claro que lo haría.
¿Olvidaste que yo sé
escribir? – respondió el
niño riéndose de la
pregunta de su mamá.
- Eso mismo. Pero, ¿y si
te pido que resuelvas un
problema de
matemáticas de
octavo grado?
¿Tendrías la
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misma facilidad? |
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El niño soltó una
risotada y respondió:
- Claro que no, mamá.
¡Todavía estoy en cuarto
grado!...
La mamita asintió con un
movimiento de cabeza y
reflexionó:
- Entonces, llegamos
exactamente al punto que
Jesús nos quiso enseñar,
hijo mío. Que cada uno
de nosotros sólo puede
hacer aquello que
aprendió. Por eso, mucho
se pedirá a quien mucho
le fue dado. Esto
significa que quien sabe
más está en condiciones
de dar más, de realizar
tareas mayores.
¿Entendiste? Y ese
principio funciona para
todas las personas, en
cualquier situación que
estén.
- ¡Ah! ¡Ya entendí!
¿Quieres decir que papá
trabaja con carros
porque sabe bien cómo
funcionan, no?
- Exactamente, Jorge. ¿Y
para el que trabaja en
el servicio de la casa?
- Tiene que ser alguien
que sepa limpiar, lavar,
planchar, cocinar, etc.
- ¡Eso es, Jorge! Pero
la lección de Jesús va
más allá. Él se refiere
no sólo a las cosas del
mundo material, sino
también a nuestras
necesidades de
aprendizaje moral.
- ¿Cómo así, mamá?
- Te explico. Para
realizar cualquier
actividad, necesitamos
tener conocimientos
sobre el asunto, ya sea
para ser médico como
para ser constructor de
casas. Y para poder
lidiar con los
sentimientos, ¿no es
necesario aprender
también?
El niño pensó un poco y
después murmuró:
- Creo que sí. Hace un
momento, traté mal a
Felipe y me arrepiento.
¿Qué hago ahora?
- Ya tienes la
respuesta, hijo. Cuando
dijiste que lastimaste a
tu hermanito, admitiste
que estabas arrepentido,
y ese es el camino del
aprendizaje. Pero
podrías pelear con
alguien y quedar
lastimado, guardándote
la rabia…
Jorge se volvió a quedar
pensativo, acordándose
de algo, y después
contó:
- Mamá, el otro día
nuestro vecino, Felicio,
se peleó conmigo, gritó
y dijo cosas muy feas.
En ese momento, me enojé
mucho con él, pero ya
pasó y me gustaría no
perder su amistad.
Confieso que me sentí
lastimado, pero ahora
conversando contigo,
mamá, creo que debería
buscarlo para hacer las
paces. ¿Tú qué crees?
La mamita lo abrazó con
cariño y respondió:
- ¿Viste, hijo mío, como
las personas cambian
para mejor? Es
justamente lo que el
Maestro nos enseñó:
¡mucho se pedirá al que
mucho le fue dado! Si
estás en condiciones de
entender la situación y
disculpar a tu amigo es
porque ya entendiste
que, según el Evangelio
de Jesús, siempre
debemos actuar con amor,
perdonando y disculpando
las ofensas.
Jorge abrió la boca en
una gran sonrisa y,
mirando a su hermanito
que oía sin entender
nada, le pidió:
- Felipe, ¿puedo ir a la
casa de Felicio para
reconciliarme con él?
Después vuelvo y
seguimos jugando a la
escuelita. ¿Está bien?
- Está bien. ¡Pero no te
pelees conmigo, Jorge! –
dijo el pequeño, con
cierto recelo.
Jorge se acercó a él y
le dio un abrazo grande
y afectuoso, después le
dijo:
- No, Felipe. No voy a
pelearme más contigo.
Vamos a jugar a la
escuelita, pero te voy a
enseñar sólo las cosas
que estés en condiciones
de entender, ¿oíste?
Después, despidiéndose
de su mamá y de Felipe,
abrió la puerta y salió.
Iba a resolver un
problema que lo estaba
incomodando. Estaba
feliz y satisfecho con
su decisión.
Acordándose de orar,
pidió:
- ¡Ayúdame, Jesús, para
que todo salga bien!...
MEIMEI
Recibida por Célia X. de
Camargo, el 02/01/2015.)
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