Al llegar a su casa,
Cayo entró pensativo.
Había escuchado a un
compañero de escuela
decir que el dinero es
una maldición y se quedó
preocupado. A la hora de
almuerzo, el papá notó
que su hijo estaba
diferente y preguntó:
- ¿Pasó algo en la
escuela, hijo mío?
El niño pensó un poco y
respondió:
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- Papá, ¡Flavio dijo hoy
que el dinero es una
maldición! ¡Me quedé
preocupado y decidí que,
a partir de ahora, no
quiero saber más del
dinero, ni de la mesada
que me das!
El papá escuchó a su
hijo, sorprendido,
observando su
preocupación, y en
seguida le dijo:
- Cayo, ¿realmente crees
eso del dinero?
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- No sé, papá.
¡Pero no quiero
verlo en mis
manos, llevando
a las personas
al mal! |
El papá sonrió ante las
palabras de su hijo y
preguntó:
- Tu preocupación es muy
justa, Cayo. Sin
embargo, hijo mío,
¿cuándo perjudicaste a
alguien con el dinero?
El niño volvió a
quedarse pensativo y
respondió:
- ¡No sé, papá, pero
creo que eso nunca ha
pasado!
Como estaban terminando
de almorzar, el papá
asintió con la cabeza al
pequeño, y después
comentó:
- El almuerzo fue una
delicia, ¿no es así,
Cayo? ¡Pues fíjate! ¡Sin
dinero no tendríamos
esta comida tan buena,
ni el postre delicioso
que tu mamá preparó para
nosotros!
- ¡Es verdad, papá! ¡Me
encantó la pasta y el
postre de mamá!...
- Entonces, estoy feliz
por verte querer lo
mejor, Cayo, y no
queriendo ser motivo de
perjuicio para nadie.
¡Pero piensa! ¿Cuándo
viste que el dinero
causó daño a alguien?
El niño se quedó callado
por unos instantes y
después respondió:
- Creo que cuando las
personas compran licor,
cigarros... ¡Porque
perjudican su
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organismo! |
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- ¡Muy bien, Cayo! Dios
nos dio un cuerpo para
nuestro uso aquí en la
vida en la Tierra y
debemos cuidarlo muy
bien. Realmente, esas
cosas que nombraste
perjudican a quienes las
usan y, a menudo, las
enferma.
- ¡Es por eso que vamos
al doctor cuando no
estamos bien! – sugirió
el niño.
- ¡Así es, hijo! ¿Y
cuándo usamos el dinero
para perjudicar al
prójimo?
- Creo que es cuando el
dinero se usa para
comprar cosas que damos
a los otros, y pueden
perjudicarlos. El otro
día justamente vi a tu
amigo que viajó y, al
volver, te trajo de
regalo una linda botella
de licor. ¿Te acuerdas,
papá? ¡Estaba envuelta
con un papel hermoso!
¡Pero después,
discretamente, vi que tú
abriste la botella y
tiraste todo fuera!
- Tienes razón, Cayo.
Sí, hice eso por el bien
de nuestra familia.
Entonces, ¿cuándo
podemos usar el dinero
de una buena forma?
Cayo no necesitó pensar
mucho para responder:
- ¡Cuando ayudamos a
quien lo necesita! El
otro día tocó nuestra
puerta un señor que
necesitaba dinero para
comprar remedios, y tú
le diste lo que
necesitaba, ¿verdad,
papá?
¡Se quedó tan contento!
Los ojos del viejito
brillaban de gratitud y
dijo: “¡Que Dios se lo
pague!”. Y yo me quedé
muy contento contigo,
papá.
Ante ese recuerdo, el
papá bajo la cabeza
también emocionado:
- No sabía que lo habías
visto, hijo mío. ¡Pero
tienes razón! La
necesidad de ese señor
era tal que también me
conmovió. ¡Mira cómo
podemos hacer felices a
los otros con tan poco
dinero!
- ¡A veces, ni
necesitamos dinero! El
otro día en la escuela,
un compañero estaba con
hambre y no había
llevado merienda. Yo no
tenía dinero, pero
compartí mi merienda con
él. Hice bien, ¿no,
papá?
El papá abrazó a su hijo
con lágrimas en los ojos
al ver cómo, aún tan
pequeño, Cayo era
sensible al sufrimiento
del prójimo.
- Ciertamente, hijo mío,
Jesús quedó contento
contigo. ¡El Maestro nos
enseñó que todo lo que
hagamos al prójimo, es
como si se lo hiciéramos
a Él mismo!
- ¿Cómo así, papá?
- Bueno. Supongamos que
tú estás solo en la
calle, te caes y te
lastimas. Ni yo ni tu
mamá estamos allí para
socorrerte. Pero un
hombre te ve en la
vereda, caído y
lastimado; se detiene,
te ayuda y después te
lleva a casa. ¿Qué
sentimiento vamos a
tener tu mamá y yo por
el hombre que te ayudó?
- ¡Ustedes quedarán muy
agradecidos con él,
papá!
- Exactamente, hijo. ¡Es
así que Jesús, que nos
ama a todos, se quedará
agradecido a quien ayude
a cualquiera de sus
hermanos!
El niño sonrió
satisfecho:
- ¡Entendí, papá!
¡Ahora, cuando hablen
mal del dinero, voy a
responder que el dinero
no es malo en sí, sino
que depende de cómo sea
usado pues, cuando
alguien está enfermo,
podemos comprar
remedios; en la escuela,
con él podemos comprar
libros, cuadernos,
lápices; para construir
casas, podemos comprar
ladrillos, cemento y
mucho más!... Pensándolo
bien, ¡para todo vamos a
necesitar dinero!
Entonces Cayo, lleno de
gratitud al padre que
Dios le había dado, le
dio un abrazo grande y
fuerte, ¡consciente de
que recibió mucho de
Jesús ese día!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, el
11/05/2015)
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