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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 432 - 20 de Septiembre de 2015 

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Colaboradores de Dios
 

  

En casa, las tareas se acumulaban. La mamita corría de un lado para el otro tratando de terminar el servicio.

Ricardo, de siete años de edad, que observaba todo aquel correteo, reclamó:

- ¡No te detienes ni un minuto, mamá, para prestarme atención!...

La señora dejó lo que estaba haciendo y, viendo a su hijo cerca, con la carita desanimada, sugirió:

- Hijo mío, ayúdame con las tareas domésticas y tendré tiempo para darte la atención que mereces. ¡Ven, recoge la basura y barre el patio!

- ¡Ah, mamá! No me gusta hacer esas tareas de la casa.

- Entonces,¿qué te gusta hacer? – preguntó la mamá, interesada.

El niño puso una expresión distante, como si estuviera pensando, y respondió animado:

- Me gustaría trabajar construyendo edificios, viéndolos crecer como si fueran a tocar el cielo y tener muchos empleados que obedezcan mis órdenes. O si no, como médico, trabajar en un hospital, atender a las personas y curarlas. O, quién sabe, ¡tener una gran empresa, tener un montón de empleados que hagan todo lo que yo quiero, y ganar mucho dinero!... Pero también podría…

La mamá, que lo escuchaba con infinita paciencia, sonrió ante los sueños de Ricardo. Después, se acercó con cariño y le dijo:

- Hijomío, me alegra que tengassueños

grandiosos. Sin embargo, para realizar cualquiera de ellos, necesitarás crecer y aprender mucho. Nada se consigue sin esfuerzo y dedicación. Y, para aprender, tenemos que  comenzar con las cosas pequeñas. Por eso, cada función es importante. ¡Piensa! Todos los días pongo la basura en la calle. ¿Y si no existieran los basureros?

- ¡Viviríamos en medio de la basura! – exclamó el niño abriendo los ojos como platillos.

- ¿Y si no existieran trabajadores del campo que plantan todo lo que necesitamos? ¿Qué haríamos?

El niño pensó un poco y respondió:

- ¡No tendríamos trigo, del cual se hace el pan que tanto me gusta!

- ¡Exacto! Pero aún hay más, hijo mío. De la cosecha, los granos de trigo van al molino y son molidos. Después, como harina, es transportado a los revendedores. El dueño de la panadería compra la harina y sólo entonces el pan es preparado y horneado por personas que se quedan toda la noche trabajando para que podamos comerlo calientito en el desayuno. ¡Ah! ¡Y también hay que tener a alguien que vaya a buscarlo a la panadería!

Ricardo estaba impresionado. La mamá siguió:

- ¡Y mira que sólo hablamos del pan! ¿Y todo lo demás que forma parte de nuestro día a día? Las ropas que vestimos, los zapatos que usamos, los muebles, la propia casa… ¿Cómo se construye una casa?

- ¡Yo sé, mamá! Necesitas tener ladrillos, cemento y arena. Papá me enseñó el otro día que estaba reparando el muro. Además, tienes que tener cables eléctricos, cañería para el agua¡y un montón de cosas más! Y personas que trabajen en la obra.

- Muy bien, Ricardo. Entonces, ¿te das cuenta que todos nosotros somos útiles en la obra de Dios? No hay personas pequeñas o grandes, menos importantes o más importantes. Todos somos colaboradores de Dios, trabajando en esta vida en diferentes áreas y funciones. Desde el barrendero de la calle hasta un gran empresario, todos somos iguales.

El niño, viendo ahorade manera diferenteel mundo en que vivía, comentó:

- Tienes razón, mamá. El otro día, la profesora dijo que, en el hospital, el doctor sólo puede ejercer su tarea porque existen personas limpiando y desinfectando todo, para evitar que entren ahí los virus y las bacterias.

Después, le sonrió a su mamá y dijo:

- Tienes toda la razón, mamá. ¡No podríamos vivir solos!

La señora abrazó a su hijo, le dio un beso y, después, tomó la basura y le sugirió:

- ¡Entonces, ahora recoge la basura y comienza a barrer!

El niño dio una carcajada.

- Tienes razón. Necesito aprender a barrer. Y lo que yo haga, quiero hacerlo bien.

Ricardo creció y se volvió un hombre, pero siempre se acordaba de esa lección que recibió de su mamá. Estudió ingeniería, pues era el área que más le atraía. Sin embargo, jamás dejó de valorar la función de cada empleado, tratando a todos con respeto y consideración. Al dirigirse a sus subordinados, terminaba siempre afirmando:

- Necesitamos hacer lo mejor a nuestro alcance. Todos somos colaboradores de Dios, en la obra de mejorar el mundo.

Sintiéndose valorados, todos lo estimaban y trabajaban con amor, deseando ser realmente, dentro de lo posible, más productivos y eficientes.

                                                    MEIMEI

(Recibida por Célia Xavier de Camargo, en Rolândia-PR, el día 30/05/2011)


 

                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita