En casa, las tareas se
acumulaban. La mamita
corría de un lado para
el otro tratando de
terminar el servicio.
Ricardo, de siete años
de edad, que observaba
todo aquel correteo,
reclamó:
- ¡No te detienes ni un
minuto, mamá, para
prestarme atención!...
La señora dejó lo que
estaba haciendo y,
viendo a su hijo cerca,
con la carita
desanimada, sugirió:
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- Hijo mío, ayúdame con
las tareas domésticas y
tendré tiempo para darte
la atención que mereces.
¡Ven, recoge la basura y
barre el patio!
- ¡Ah, mamá! No me gusta
hacer esas tareas de la
casa.
- Entonces,¿qué te gusta
hacer? – preguntó la
mamá, interesada.
El niño puso una
expresión distante, como
si estuviera pensando, y
respondió animado:
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- Me gustaría trabajar
construyendo edificios,
viéndolos crecer como si
fueran a tocar el cielo
y tener muchos empleados
que obedezcan mis
órdenes. O si no, como
médico, trabajar en un
hospital, atender a las
personas y curarlas. O,
quién sabe, ¡tener una
gran empresa, tener un
montón de empleados que
hagan todo lo que yo
quiero, y ganar mucho
dinero!... Pero también
podría…
La mamá, que lo
escuchaba con infinita
paciencia, sonrió ante
los sueños de Ricardo.
Después, se acercó con
cariño y le dijo:
- Hijomío, me alegra que
tengassueños
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grandiosos.
Sin embargo,
para realizar
cualquiera de
ellos,
necesitarás
crecer y
aprender mucho.
Nada se consigue
sin esfuerzo y
dedicación. Y,
para aprender,
tenemos que
comenzar con las
cosas pequeñas.
Por eso, cada función es
importante. ¡Piensa!
Todos los días pongo la
basura en la calle. ¿Y
si no existieran los
basureros? |
- ¡Viviríamos en medio
de la basura! – exclamó
el niño abriendo los
ojos como platillos.
- ¿Y si no existieran
trabajadores del campo
que plantan todo lo que
necesitamos? ¿Qué
haríamos?
El niño pensó un poco y
respondió:
- ¡No tendríamos trigo,
del cual se hace el pan
que tanto me gusta!
- ¡Exacto! Pero aún hay
más, hijo mío. De la
cosecha, los granos de
trigo van al molino y
son molidos. Después,
como harina, es
transportado a los
revendedores. El dueño
de la panadería compra
la harina y sólo
entonces el pan es
preparado y horneado por
personas que se quedan
toda la noche trabajando
para que podamos comerlo
calientito en el
desayuno. ¡Ah! ¡Y
también hay que tener a
alguien que vaya a
buscarlo a la panadería!
Ricardo estaba
impresionado. La mamá
siguió:
- ¡Y mira que sólo
hablamos del pan! ¿Y
todo lo demás que forma
parte de nuestro día a
día? Las ropas que
vestimos, los zapatos
que usamos, los muebles,
la propia casa… ¿Cómo se
construye una casa?
- ¡Yo sé, mamá!
Necesitas tener
ladrillos, cemento y
arena. Papá me enseñó el
otro día que estaba
reparando el muro.
Además, tienes que tener
cables eléctricos,
cañería para el agua¡y
un montón de cosas más!
Y personas que trabajen
en la obra.
- Muy bien, Ricardo.
Entonces, ¿te das cuenta
que todos nosotros somos
útiles en la obra de
Dios? No hay personas
pequeñas o grandes,
menos importantes o más
importantes. Todos somos
colaboradores de Dios,
trabajando en esta vida
en diferentes áreas y
funciones. Desde el
barrendero de la calle
hasta un gran
empresario, todos somos
iguales.
El niño, viendo ahorade
manera diferenteel mundo
en que vivía, comentó:
- Tienes razón, mamá. El
otro día, la profesora
dijo que, en el
hospital, el doctor sólo
puede ejercer su tarea
porque existen personas
limpiando y
desinfectando todo, para
evitar que entren ahí
los virus y las
bacterias.
Después, le sonrió a su
mamá y dijo:
- Tienes toda la razón,
mamá. ¡No podríamos
vivir solos!
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La señora abrazó a su
hijo, le dio un beso y,
después, tomó la basura
y le sugirió:
- ¡Entonces, ahora
recoge la basura y
comienza a barrer!
El niño dio una
carcajada.
- Tienes razón. Necesito
aprender a barrer. Y lo
que yo haga, quiero
hacerlo bien.
Ricardo creció y se
volvió un hombre, pero
siempre se acordaba de
esa lección que recibió
de su mamá. Estudió
ingeniería, pues era el
área que más le atraía.
Sin embargo, jamás dejó
de valorar la función de
cada empleado, tratando
a todos con respeto y
consideración.
Al dirigirse a sus
subordinados, terminaba
siempre afirmando:
- Necesitamos hacer lo
mejor a nuestro alcance.
Todos somos
colaboradores de Dios,
en la obra de mejorar el
mundo.
Sintiéndose valorados,
todos lo estimaban y
trabajaban con amor,
deseando ser realmente,
dentro de lo posible,
más productivos y
eficientes.
MEIMEI
(Recibida por Célia
Xavier de Camargo, en
Rolândia-PR, el día
30/05/2011)
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