Es necesario que brille nuestra luz
“Partimos de la divinidad y a ella retornaremos.”
(Guaraci de Lima Silveira, autor del especial “En la
gloria del Señor”, uno de los relieves de esta
edición.)
El arte poética produce efectos inefables en el lector.
Y la licencia poética promueve la sublimación de
términos mucho más allá de sus sentidos primitivos.
Pero hay que tenerse cuidado con los contenidos
denotativo y connotativo para no perder el control del
contenido doctrinario. En ese caso, un cierto panteísmo
asombra el lector.
“Nos dijo Jesús que debemos hacer brillar nuestra luz.
Emmanuel nos habla que ‘la lección de Jesús debe ser
aplicada en todas las condiciones, todos los días’.”
(Guaraci de Lima Silveira, en el artículo mencionado.)
“Vosotros sois la luz del mundo.(…) Es así que debe
brillar vuestra luz delante de los hombres, para que
vean las buenas obras y glorifiquen vuestro Padre, que
está en el cielo.” (Mateo, 5:14-16)
La luz se manifiesta por las buenas obras. Y las obras
son capaces de convertir a muchos, de forma que
glorifican a Dios. Se nota que los actos son los
verdaderos edificadores. No son las palabras,
exceptuándose las consoladoras; no es la propaganda, la
divulgación, sino las que tocan el corazón.
“Entonces el acto de evangelizarse pasa por principios
teológicos, filosóficos y científicos. Teológico por
una necesidad que la criatura siente, en determinado
momento de su evolución, de unirse definitivamente al
Creador, entonces el esfuerzo de cambio. Filosófico
porque necesita adquirir conocimientos para operar tal
cambio en sí y científico como un elemento empírico
necesario a la consolidación de la experiencia.”
(Guaraci de Lima Silveira)
La educación de las malas inclinaciones es un proceso de
evangelización, en lo cual se cambia de comportamiento
buscando la sublimación de los sentimientos. El esfuerzo
de educarse pasa, necesariamente, por la reelaboración
neural, creando vías de reprogramación cerebral.
La estructura cerebral es plástica y sujeta a cambio,
como dice el autor. No es más una estructura rígida,
como pensaban los científicos más antiguos. Está sujeta
a reelaboración sensible. La fuerza de voluntad es capaz
de modificar las configuraciones cerebrales. De esa
manera, el esfuerzo de cambiar el rumbo de lo que
tenemos sido tiene realidad efectiva, y redunda en la
sublimación anhelada.
“Cambiamos nuestros cerebros y organismos de acuerdo con
lo que deseamos. Es siempre bueno que nos acordemos de
las palabras de Jesús cuando nos dijo que Dios es justo
y dará a cada uno según sus obras.” (Guaraci de Lima
Silveira)
¡Los deseos! He aquí fuerzas determinantes de nuestra
economía mental. Nosotros somos lo que deseamos, y las
descubiertas de las neurociencias reafirman eso,
demostrando que la plástica cerebral es determinada por
la estructura deseada. Así, tenemos que reconocer que,
mucho más allá de la realidad factual, subsisten otros
hechos tan reales, aunque subyacentes a la realidad
del quimismo cerebral. “Jesús: ‘Yo y el Padre somos
Uno’”. (Jo 10:30)
Por más que tengamos el placer y el respeto a las
lecturas de Juan, y nos asombremos con su misticismo, es
necesario separar la paja del grano. Esta afirmación
atribuida a Jesús desentona de todo el contenido del
“Hijo del Hombre”. Es responsable por el dogma de la
trinidad, formulación característica de Juan, y que
vale la pena ser meditada, pero no sancionada por la
simplicidad de la doctrina espírita.
Efectivamente, el fragmento “somos uno” constante de la
frase apuntada por Juan sólo puede ser entendido como
siendo la expresión de que Jesús y el Creador pensaban
de la misma manera y mantenían afinidad absoluta en lo
que decían y hacían, puesto que nadie hay que ignorar lo
que, en otro momento, Jesús dijo a uno de sus
interlocutores:
“¿Por qué me llamas bueno? No hay bueno sino uno sólo,
que es Dios. Si quieres, sin embargo, entrar en la vida,
guarda los mandamientos.” (Mateo 19:17, Lucas 18:19 y
Marcos 10:18)
Traducción:
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
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