“No quiero esclavos, y sí amigos. Una família...” -
Jesús, en La Cabaña
Todo ocurre en sincronicidad para lo que la humanidad
precisa, aunque los escenarios mundiales actuales nos
sugieran un caos total. O Dios no sería Dios. Es esa una
de los varios y poderosos mensajes de la película La
Cabaña - con justicia, un récord de taquillas en los
cines, cuyo libro de origen, sin embargo, diez años
atrás no me detuve para leer.
Sin embargo, todo obedece a un tiempo y oportunidad
correctos, para cada uno de nosotros. Finalmente, en el
tumulto electrizante de los días que nos arrastran, ¿quiénes
aún no cuestionaron a Dios? ¿Sí, en aquellos instantes
de profundo desaliento y cansancio que cada cuál, por
razones diferentes, vive de tiempos en tiempos? ¿En los
episodios difíciles de desilusión, desánimo,
sufrimientos físicos o morales mayores o más pequeños, o
simplemente por cansancio?
En la duración de La Cabaña, así, nos
identificamos incontables veces delante de la presencia
divina. Recordamos inevitablemente nuestros diálogos
mudos, desconocidos, de alegría o de revuelta con Dios,
a lo largo de nuestros caminos. Pero de nuestras
intenciones y dolores de conciencia, sin dudas, sólo
nosotros mismos y el Creador sabemos.
¿Cuántas veces, asistiendo al informativo asombroso del
cotidiano televisivo, no indagamos sobre Dios,
sumergidos en frustración o revuelta, en pensamiento o
en voz alta, sobre cómo Él permite tanta desesperación,
crueldad, inconsciencia, maldad, violencia?...
Sabemos, dentro del conocimiento transmitido por los
Espíritus, que todo se resume a causa y consecuencia.
Las elecciones de mejor o peor implicación, del pasado
remoto o réciente, pronto o tarde traen para todos los
resultados del que fue señalado en este rastro milenario.
Sin embargo, en incontables ocasiones más graves, en que
nuestras mentes se confunden, aparentemente sin todas
las respuestas que queríamos del punto de vista lógico,
necesitamos culpar a alguien, o alguna cosa.
La lección del perdón es siempre difícil
– A veces, a nosotros mismos, en una especie de dolor de
conciencia paralizante. Y en este proceso, por
anticipación nos autocondenamos. O aún a otros, a quien
atribuimos responsabilidades por nuestra infelicidad, o
por algún perjuicio intolerable, material o espiritual.
¡Y, por fin, cuando todo se vuelve mucho más oscuro y
confuso, a Dios!
¿Pero y si, como nos exhibe la película, en alguma
“cabaña” de nuestros mayores sufrimientos consiguiéramos
encontrarnos con Dios en persona, para auxiliarnos y
curar?
Digo “en persona”, ¿en situación en la cual Él se
hiciera presente en cualquier forma adecuada para que lo
accediéramos mejor, de dentro de nuestra limitada
comprensión de todo. Y también, para mayor júbilo, con
Jesús? ¿Y, para incremento, con una presencia femenina –
en la película nombrada Sarayu - corporificando el
Espíritu Santo, ayudándonos a comprender el sentido tan
debatido y polémico a lo largo de los siglos de esa
Santísima Trinidad?
La Cabaña,
com todo, no se detiene solamente en estos aspectos
visibles. El principal va mucho más allá de las figuras
presentadas como alegorías lindas para niños aún
inmaduros; la esencia del mensaje alcanza aquel punto
crítico, en el cual todos nosotros, sin excepción, nos
reconocemos, en muchos de los momentos de nuestras
vidas.
¿Cómo comprender el Amor de Dios por la humanidad de
dentro de los escenarios espantosos, verdaderamente
atolondrados de la actualidad?
Más, y mejor - ¿como perdonar?
En las rutinas de nuestros estudios espíritas ya
reconocíamos que la lección del perdón siempre fue la
más difícil de todas. Primero, porque no conseguimos
observar en el prójimo, a quien atribuimos toda especie
de culpa, razón alguna para benevolencias de nuestra
parte; beneficios para quién tanto perjuicio pueda haber
causado a nosotros, a quienes amamos, o a muchos otros –
olvidándonos convenientemente de nuestros propios
engaños y limitaciones.
Dios no es la causa de las cruel-dades del mundo
– La otra y principal razón, tal vez, es la falta de fe,
de confianza. La ausencia de la certeza, en ese proceso,
de que Dios de hecho es bueno, perfecto, y que ama a
todos en esta auténtica confusión, aparentemente sin
sentido, en que actualmente las coletividades viven
sumergidas, sin salida aparente, u oportunidad inmediata
de liberación.
Pero, en la Cabaña, a lo largo de la película,
Dios – una simpática negra bonachona y bella, bondadosa
y paciente toda vida, en su cocina asando panes o
tomando sol en la varanda – explica, con todo amor y
tolerancia, al protagonista deprimido, rebelde contra
todo, desde que una tragedia de orden familiar
insoportable le había alcanzado, fulminante, el gusto
por la vida, subtrayéndole, para siempre, a lo que
encontraba, la capacidad de entender y de sonreír.
Dios no es la causa de las crueldades que se abaten
implacables sobre los humanos. De esas tragedias, sin
embargo, como ocurre al loto brotando del charco
infecto, Él produce las maravillas de la transformación
y de la redención humana.
Dios asegura a todos la libertad de elección, para que,
a partir de ella, se aprenda y evolucione. Aún a través
de las peores elecciones – aquellas que más envilecen,
más producen miserias paupérrimas a los individuos en el
contexto del mundo.
Cuando, sin embargo, Mack, el protagonista, indaga a él
como permite que un niño inocente sufra una atrocidad en
las manos de un monstruo pervertido, sin castigo justo
para aquel pecador, Dios le asegura, tranquilo,
comprensivo:
- ¡Mack, el pecado ya es el proprio castigo del
pecador!
¡Varias cuestiones de significado crucial para nuestras
rutinas de reencarnados en aprendizaje continuo van
siendo presentadas, deliciosamente a lo largo de la
película de escenarios y guión magníficos!
Inevitablemente, nos identificamos en varios instantes
en las lecciones que van desfilando, en los diálogos
cariñosos entre Dios, Jesús y Sarayu, con Mack, el
personaje principal del drama.
Luego se configura la cuestión del perdón, que él, en
algún momento, deberá de enfrentar, para finalmente
liberarse del fardo enorme de la desesperación y de la
angustia que lo consumen, minando la salud mental,
emocional y espiritual al punto de comprometerle la
calidad de la propia vida familiar, antes armoniosa, con
la esposa y la pareja de hijos.
Tenemos la mania de juzgar a todos y todo
– ¿Cómo perdonar al “monstruo” que, por intermedio de
una tortura atroz, hubía retirado de los escenarios de
su vida a la hijita, el ángelito inocente, destruyendo
todo su mayor aliento? ¿Y como perdonar a un padre
perverso que, en el pasado, el tiranizó, y a la madre,
durante la infancia, robándole incluso el derecho a
usufructuar de modo feliz, saludable, ese periodo tierno
de la existencia humana?
Le es enseñado, - y a nosotros, ya sumergidos en
lágrimas de cura y deleite en los asientos del cine
lleno - de manera clara, todo el significado de la
lección difícilisima sobre el juicio.
Todos juzgamos todo, con incuestionable eficiencia (de
nuestra óptica restringida), le explica un personaje
sabio, a cierta altura de la historia. Juzgamos todos
por el modo de vestirse, de andar, por la postura
corporal, por el modo de hablar, por el estatus social,
por el dinero que se tiene de más o de menos; por la
apariencia, por el color de la piel, por las elecciones
de la vida... Y, lo más serio que todo – condenamos, a
partir de esas perspectivas parciales.
En la mayor parte del tiempo, por la fuerza del hábito,
condenamos, implacablemente. Del ambiente familiar, a
los personajes incontables presentes en los informativos
diarios, condenamos o absolvemos sin parar, según
nuestros pareceres multifacetados.
¡En la película, para que Mack finalmente tenga aclarada
aquella su más angustiada duda sobre el juicio y la
condena divina, es propuesto a él – y a nosotros, en las
salas de proyección, a aquella altura transpuestos para
esa realidad mayor, narrada de manera tan magnífica –
uma oportunidade decisiva!
Primero, es sugerida a él una reflexión acerca de
condenar en definitiva a su padre – sobre quien le
surgen escenas de una infancia torturada por otro hombre,
su abuelo, aterrándolo cómo él aún más tarde había hecho
con el hijo, ahora allí enmudecido. Después, son
expuestas alusiones sobre el hombre perverso que le hubo
robado la vida de la hijita querida - pero que, en los
tiempos pasados, también fue tiranizado por alguien
indefinido que hubo ayudado a deformarle, de aquella
forma atroz, el carácter.
El padre quería a ambos en el llamado cielo
– Y aparece, por fin, materializada delante de él, la
imagen de la pareja de sus hijitos adolescentes. Le más
mayor, entonces perjudicada por problemas emocionales y
psicológicos debido al mismo drama vivido recientemente
en familia, y el muchacho, atento y asustado, que lo
encara, interrogativo. Ambos situados allí, de la nada,
– para que él mismo decida: con todas las imperfecciones,
pequeñas aún, a ser corregidas y mejoradas en ambos, y
que Mack conocía muy bien...
¿Juzgándolos como padre, cual escogería él,
absolviéndolo, para seguir con él para el cielo,
y cual él condenaría en definitiva, para ir para siempre
para un infierno?
En las escenas que se suceden, atónito, el padre encara
a aquellas dos caritas tan amadas suyas, a pesar de todo
el conocimiento que detentaba de sus eventuales fallos
individuales.
¡Y desiste de juzgar! En lágrimas, suplica que se
concluya aquel episodio, porque, en definitiva, no
juzgaría a ninguno de los dos. Quería a ambos consigo en
el llamado cielo. ¡Y, si tuviera que uno ir en
definitiva para el infierno, que fuera él mismo!
En esta altura de la exhibición emocionante, amigo
lector y lectora, como a tantos más ciertamente ocurría
dentro del cine sobre otros recuerdos personales, me
acordé en lágrimas, emocionada, de una situación difícil
del pasado reciente - en la cual, delante de mi hijita
más joven enferma sobre una cama de cierta clínica de
Rio de Janeiro, con diagnóstico de una molestia
gravísima, gasté literalmente todos los minutos de una
madrugada, a los sollozos ininterrumpidos, hablando con
Dios. Pidiendo la gracia de que todo aquello fuera sólo
una pesadilla. Que se pasara para mí misma el mal que se
había apoderado del cuerpecito joven, y que a ella fuera
dada la oportunidad de continuar en el camino de la
vida, para una existencia provechosa en favor de su
felicidad y perfeccionamiento.
Aquella noche parecía eterna
– ¡Rogué, supliqué esa misma cantinela, sin parar em
madrugada adelantada, delante del lecho donde ella
resonaba, experimentando un sentimiento que superaba en
mucho cualquier rebeldía o necesidad de culpar a Dios,
o a ese o aquel! Todo lo que pedía es que viniera el mal
para mí. Pues, estando yo con más de medio siglo de
vida, tendría ella mucho más que aprender y aprovechar,
permaneciendo en la vida corpórea, de lo que yo misma. O
que, siendo posible, que todo fuera una equivocación
médica. ¡Un horrible engaño!
Vino el día, y con él la médica-jefe, además de la
enfermera cariñosa que nos había cuidado durante toda la
noche – uno de aquellos ángeles oportunos que son
situados a nuestro lado en esos instantes de
desesperación, para que, a pesar de todo, nos
mantengamos de pie, sin perder por completo la confianza
en Dios. Pues para mí, de hecho, aquella noche se
asemejó, a la vez, a una eternidad y a un único minuto.
La médica examinó a mí hijita, y, con extrañeza, tras
intercambiar ideas con otros médicos presentes, me
informó que la llevaría a un reconocimiento en la zona
sur de Rio, pues, por lo que verificaba, algún
diagnóstico errado fue dado por la médica de guardia que
nos hubo atendido en la noche anterior.
Tranquilizándonos, prácticamente aseguró que fue un
engaño, pero quería una nueva confirmación a través de
la pericia de la nueva clínica.
Mi hijita había despertado entonces llena de vivacidad,
e irritada. Era sábado. No creía que aún tendría que
someterse a nuevos exámenes. Reclamaba que quería ir al
centro comercial.
Bien impresionada a mi lado, pero aún sin poder creer,
seguimos las orientaciones. ¡Y hecho es que, aquel día
bendecido, obtuve la gracia divina de ver confirmado el
error del diagnóstico! ¡Para celebración familiar sin
descripción, todo estaba bien!
Esa divagación, la expongo para ilustrar el tipo de amor
divino a que se hace mención por Dios en La Cabaña,
y que muchos de nosotros experimentamos, em algun
momento. El amor de Mack, al no querer juzgar a ningún
hijo, y ofrecerse en lugar de ellos para ser
sacrificado. El Amor de Jesús por la humanidad entera,
ofreciendo su sacrificio personal al no condenar o
juzgar, cuando exclamó lo “¡Padre, perdónalos, porque
ellos no saben lo que hacen!”
Jesús no nos quiere como escla-vos
– El Amor de Dios, finalmente, al asegurarnos la
libertad de elección a lo largo de todo nuestro trayecto
eterno, para que seamos redimidos porque aprendemos con
nuestras propias lecciones. Y no por temor a un castigo.
Porque Dios nos juzgase o condenara, y, parcial o
vengativo, no pudiera poder echar mano de otro método
para redimir a los seres que no le da condena eterna o
del ocio definitivo en una especie cualquiera de cielo
conquistado no por mérito propio, sino por un veredicto
autoritário en tercera persona. Un Dios distante,
parcial, inalcanzable e incomprensible, más semejante a
los modelos jerárquicos terrenos, en los cuales la base
de la pirámide nunca ve o comprende quién o lo que se
halla en la cima.
En La Cabaña, al Mack cuestionar de Dios la razón
por la cual fue permitido el flagelo imnominable de
Jesús, la linda negra, como Dios corporificado, se
emociona. Deja que él exponga su duda y su revuelta y le
responde:
- Usted no entendio...
Y exhibe, en el proprio punto llagado, la cicatriz
dejada por el martírio del madero vivido por Jesús en el
passado.
¡Dios estuvo con el Maestro y está con nosotros, en
todos los mínimos segundos de nuestras jornadas. Él nos
ama tal como estamos en ese exacto instante; no condena,
y nos ve como lo que de hecho somos – luces y colores –
en eterna evolución! ¡Desde siempre y para siempre!
Y, por fin, Jesús no nos quiere como esclavos. Quiere
como a sus amigos. Como la mejor representación divina
posible en un ser humano hasta hoy, también permanece
con nosotros, dondequiera que estemos en determinado
momento.
He ahí la razón de que el Mensaje de Amor de los
Evangelios pertenezca a todos los seres, de todas las
épocas, en cualquier lugares o caminos que escojamos
seguir.
He ahí la causa del Mensaje de Amor de la Cabaña
ser más que oportuna para todos nosotros - aquí, ahora,
- especialmente en la época en que vivimos, y también
después...
Traducción:
Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com