La mentalidad patriarcal
que atraviesa nuestra civilización tuvo inicio hace
mucho tiempo. Cerca de 10.000 años atrás (entre 10.000 y
16.000 años, aproximadamente), nuestros antepasados
pasaron por grandes dificultades: la escasez de recursos
hacía que migraran para lugares distantes. La vida era
caracterizada por el desplazamiento constante de una
región a otra (nomadismo) em la búsqueda de lugares
donde hubiera alimentos y un ambiente más propicio
a la supervivencia.
Por este motivo, necesitaron hacerse más agresivos,
depredadores, bárbaros, violentos. En lugares inhóspitos,
luchaban contra otras tribus, animales, sequías, y todo
tipo de intempéries.
Tiene inicio la era de lo masculino sobre lo feminino.
Fue preciso calar la voz del acogimiento, del amor, para
dar lugar a la fuerza, al domínio, en pro de la vida
física.
En las religiones antiguas, se formaron “consejos"
masculinos que firmaron la sacralidad a través de los
rituales de sacrificio, o sea, de la violencia. La
ofrenda de vidas humanas y de animales son encontrados
en los registros de todas las religiones antiguas, que
enseñaban que matar era un acto conectado a lo sagrado.
Los niños deberían ser muertos para apaciguar la furia
de las divinidades. El carnero para expiar los pecados
de los hombres, las gallinas para purificar a las
mujeres en su periodo menstrual… y así por delante.
Ese paradigma acabó por formar lo que llamamos como
imperialismo de lo masculino, con sus reverberaciones
culturales, que desembocaron en la era de la razón,
sometiendo impulsos femeninos al segundo plano.
En ese contexto, aunque con los importantes avances de
las áreas relacionadas al intelecto, percibimos una
laguna, un vacío de sentido, con reales peligros a la
humanidad.
Finalmente, esa mentalidad hegemónica, conquistadora,
insensible, ya no nos cabe - no tiene más razón de
existir. Más que eso: si no fuera equilibrada con la
presencia del amor, podrá destruirnos.
De nuestros tres cerebros priorizamos sólo uno –
El psiquiatra y estudioso de la psiquis Claudio Naranjo
– uno de los indicados al premio Nobel de la Paz en 2015
– afirma que una de las causas para este punto muerto
civilizatorio está en el hecho de hasta hoy priorizamos
uno de nuestros “tres cerebros” en detrimento de los
otros dos también muy importantes: El cerebro normativo,
intelectual, masculino - aquel que nos hace Homo
sapiens, ha dominado nuestra forma de ser y existir. Sin
embargo, el cerebro materno (que está en todos los
mamíferos y tiene que ver con las relaciones, con la
empatia, con la sensibilidad) y el cerebro animal, o
reptiliano (instintivo, que tiene relación con nuestro
lado más infantil, con nuestro niño interno), también
son esenciales, una vez que traen el poder del amor, de
la creatividad, de la entrega y de la livieza al mundo,
generando un equilibrio necesario. En esta tríada mental
tenemos al Padre, la Madre y el Niño como las tres
partes de un mismo Ser. Y cuando renegamos una o dos de
estas partes en las prácticas civilizadoras, el
desequilibrio queda evidente.
Es verdad que hemos buscado traer el tema amor para el
primer plano, discutiendo, pensando sobre él, aunque el
énfasis en los discursos aún nos parezcan ser más en pro
de la creación de las reglas de convivencia pautadas en
la disciplina, que en la comprensión genuína - aquella
que contempla todos los aspectos de un asunto, con un
mirar más profundo sobre la naturaleza del propio ser
humano, con las influencias socio-históricas, culturales
etc.
Creamos presídios para separar y castigar a los que
cometen crímenes, pero no cambiamos la obsoleta
pedagogia, que enseña la competición entre los miembros
de la misma espécie.
Hablamos sobre ética (con los otros) pero no dialogamos
sobre la cuestión del autoamor...
Y es exatamente em este punto que patinamos em el
entendimento de aquello que surge como la causa primera
de todos los males de la actualidad.
Si me preguntaran por donde deberíamos comenzar este
diálogo fecundo y necesario sobre el amor, mi respuesta
sería: “Iniciemos por la lección básica destacada por
Cristo, que nos dijo: 'Ama a tu prójimo como a ti mismo’…”
No fue a tontas que Jesús coloco esta ley como el
resumen de toda la sabiduría universal. Sólo cuando nos
amamos a nosotros mismos, podemos, en fin, amar a otras
personas.
Lo “como a ti mismo”
implica primero nos amemos para que después el amor
pueda fluir naturalmente, de forma espontánea, suave, en
dirección al mundo.
Muchos confunden amor-propio con narcisismo –
La cuestión es que deseamos amar a los otros, pero no
tenemos conciencia real sobre en que medida nos falta
este amor por nosotros mismos.
De hecho, debemos destacar que la palabra “amor-propio”
ha sido comprendida y vivida de forma equivocada. Fue el
mismo Claudio Naranjo quién comentó que muchas personas
confunden amor-propio con egoísmo, con orgullo,
narcisismo, centrismo, cuando en verdad amor-próprio
sugere un regazo acogedor, como el de la madre que ama
incondicionalmente, sin violencia ni sabotajes.
El orgullo y el egoísmo jamás serán actos de
amor-próprio, pero sí de ignorancia, pues acaban por
comprometer, por complicar a la persona y al medio donde
ella está inserta.
Siendo así, y retomando la génesis de la gran crisis
existencial que vivimos, de todo el sufrimiento, destaco
que el hecho de ignorar nuestra verdadera esencia
hace mucho más complicadas la vivencia del amor, y más:
imposibilita el abandono de prácticas autodestrutivas,
que nos ha hecho coger frutos amargos, hace tantos
milênios.
Para la filosofía de los Vedas, nacida hace más de 4.000
años, en el antiguo valle del Indo (hoy India) todo
sufrimiento es consecuencia de la falta de un
reconocimiento de que somos fruto de lo sagrado y, por
lo tanto, lo propio sagrado. Pero no sólo para ellos
existe esta línea de pensamiento: también en Grecia
antigua un sabio escribió, em el pátio del Templo de
Apolo, en la ciudad de Delfos, la siguiente frase:
Te advierto, quien quiera que seas,
¡Oh! Tú que deseas sondar los Arcanos de la Naturaleza,
Sino encuentras dentro de ti aquello que buscas,
Tampoco lo podrás encontrar fuera.
Si ignoras las excelências de tu propia casa,
¿como podrás encontrar otras excelencias?
En ti se encuentra oculto el Tesoro de los Tesoros.
¡oh! Hombre, conócete a ti mismo
Y conocerás el Universo y los Dioses”.
¿Necesitamos de los errores para llegar a los acertos? –
El importante aforismo “Conócete a ti mismo” también
estaba inscrito en el antiguo templo de Luxor, en Egipto,
en el portón de entrada.
Algunos siglos después, un conocido salmo nos hizo
entender que “somos dioses” y, más tarde, aprendemos con
el Cristianismo que el Reino habita en nosotros, o sea,
que el Amor del Padre ya está en nuestras almas; poco
manifiesto, es verdad, pero listo para ser despertado.
El Evangelio, en verdad, es un manual para desvelar
nuestro aspecto divino, pues habla sobre la excelencia
de nuestra casa espiritual, del tesoro mayor que
cargamos, una vez que estamos totalmente fundidos y
repletos de lo sagrado.
Este es, por lo tanto, el punto principal a ser
destacado: ya somos amor, paz y felicidad, bajo el punto
de vista de Jesús y de muchos otros sabios de la
antigüedad. La cuestión estaría en tomar conciencia de
esto. Pero, si en la esencia más profunda somos lo
divino, ¿por qué aún obramos dentro de um patrón
profano? ¿Por qué evitamos lo sagrado y nos apegamos a
lo efímero, al orgullo, al egoísmo?
El problema es que cuando nos identificamos com el
aspecto material de la existencia, sufrimos, pues
estamos transitando lejos de nuestra real naturaleza,
que es espiritual, amorosa, pacífica.
Por ignorar nuestra real condición de hijos de Dios, y
por creer erróneamente que la vida debe sostenerse en
tres falsos pilares: el materialismo, el individualismo
y el consumismo, seguimos por la vida, distantes de
nosotros mismos.
Sí, es cierto que aún necesitamos de los errores para
llegar a los aciertos. Estamos experimentando hasta
comprender el mejor camino. ¡Bajo este punto de vista,
todo está como debe ser, sin embargo nos cabe este
despertar! Con baja autoestima seguimos por el planeta
haciendo muchos estragos, a nosotros al mundo, para más
allá de lo necesario y de lo soportable.
¿Cómo, entonces, nos educamos para este amor por
nosotros mismos?
Según la Psicología, sólo cuando aceptamos lo negativo
que aún existe en nuestro psiquismo, podemos realmente
desapegarnos de aquello que nos hace mal, abandonando
pensamientos y acciones disfuncionales.
Autoperdón es otro punto crucial en la vida –
Necesitamos integrar todos los aspectos de nuestro
psiquismo. Debemos reconocer, acoger y aceptar nuestras
imperfecciones para entonces poder deshacernos de ellas.
Y eso se da por una lógica simple: aquello que odiamos
nos amarra; lo que amamos, nos libera.
Sólo podemos cambiar lo que nos hace mal se nos amamos
así como somos, con todo de bueno y de malo que aún
cargamos en el mundo mental. Esa es la premisa básica
para el autoamor. Sin embargo, existen más cuestiones
que deben ser incluidas en este proceso.
El sentimiento de culpa, o sea, la toma de conciencia
sobre un error cometido, puede y debe existir, pero
jamás el remordimiento, que configura un resentimiento
eternizado en búsqueda de un ilusório pago de cuentas.
Después del doloroso enfrentamiento con la realidad del
error, debemos partir para la reparación, alterando los
rumbos del pensamiento, entendiendo que es a través de
los errores que podremos reconocer los mejores caminos y
que eso forma parte de la evolución. Necesitamos hacer
las paces con los errores… ¡Autoperdón es, por lo tanto,
otro punto crucial!
Además, hasta el buen humor para consigo mismo es
altamente necesario en este proceso. Reírse de los
pequenos fallos trae armonía al mundo mental.
Claro que en los grandes fallos no conseguiremos reír,
pero podemos mantener la serenidad necesaria, capaz de
asegurarnos pasos más firmes rumbo al acierto. ¡Nada de
desesperaciones, ni autoflagelaciones! Tal postura sólo
hace acumular ansiedades insensatas, patológicas.
Autoconocimiento, autoaceptación, autoperdón y desapego
continuo de los pensamientos y acciones disfuncionales
son los preciosos movimentos rumbo a um mundo mejor.
En el libro "Filosofía de Bien Vivir" de Márcia de Luca
y Lúcia Barros, leemos que "El condicionamiento
social nos hace rechazar nuestra sombra al punto de no
reconocerla
más. Finalmente, todos queremos ser perfectos, aunque
eso simplemente no exista, ya que la dualidad es parte
intrínseca de la naturaleza y de la vida. En verdad,
para hacernos personas mejores, necesitamos hacer lo
opuesto de rechazar la sombra. Tenemos cuatro pasos a
continuación, y el ideal es enseñar esos pasos desde
pronto para los niños.
Son ellos:
1. Entender que todos tenemos características buenas y
malas;
2. Aceptar la propia sombra;
3. Perdonarse por ella;
4. Transformar al enemigo en aliado, aprender y
transcender. ”
Es fundamental educar y educarnos para el autoamor –
La construcción del autoamor es, por tanto, el gran
passo para cambiar el mundo para mejor.
Jamás aprenderemos a amar a Dios, tampoco a las
criaturas, sin antes identificarnos com lo divino, com
nuestra real esencia, amándonos así como somos.
Daremos vueltas sin fin, con incontables autosabotajes,
mientras ignoremos cuánto hemos actuado como enemigos de
nosotros mismos, aunque ya seamos, en esencia, poderosos
dínamos de amor.
Tenderemos a proyectar nuestras sombras, atacando a todo
y a todos, pues no soportaremos nuestras propias
imperfecciones. Nos negamos a reconocer lo que debe
cambiar, las visiones distorsionadas que tenemos con
relación a nosotros y al mundo. ¡Además de eso, si no
nos gustamos nosotros mismos, construiremos problemas,
constantemente, claro! Al final, si no nos creemos
merecedores de felicidad, las pequenas y grandes
elecciones serán rumbo a la infelicidade...
A los padres, queda el alerta para que enseñen a sus
hijos de entrada a amarse así como son. Y eso se hace
informando que los errores forman parte, que ellos son
sí imperfectos, porque son aprendizes, así como todos
los otros humanos y que esta condición jamás los hace
indignos del amor, al contrario, ellos necesitan del
amor para comprender su verdadera naturaleza y
desarrollarse plenamente.
Debemos orientarlos siempre, usando el amor como método,
jamás como castigo.
Como ya decía Gandhi, necesitamos tener cuidado, pues de
tanto “ojo por ojo” acabaremos todos ciegos...
Educar a nuestros hijos para el autoamor es medida
preventiva.
Educarnos em el hoy para el autoamor es cura de nuestros
males.
Y, antes de todo, retomar nuestra herencia fundamental:
La de hijos legítimos de Dios, para entonces coger los
frutos de la paz, com sus simientes de luz y plenitude.
Traducción:
Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com