El ave y el hipopótamo
Una avecilla que siempre se beneficiaba de un gran
hipopótamo, alimentándose de los insectos que se posaban
sobre su gruesa piel, se extrañó de verlo un día echado
en medio del matorral, sin moverse. Se acercó más,
batiendo las alitas en el aire y pensando:
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- ¿Qué habrá pasado con ese hipopótamo? Debe estar muy
mal, ¡pues ni los insectos se
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están posando en su piel!...
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Preocupada, la avecilla permaneció allí, cuidando del
enorme animal que no se movía ni abría los ojos,
manteniéndolos cerrados.
Entonces, la avecilla se acercó, observando al
hipopótamo. ¡Ni una sola vez se movió! Llena de piedad
por el que le había servido como medio de alimentación
por tanto tiempo, y que ahora parecía muerto, al verle
la boca abierta, tuvo una idea: decidió alimentarlo.
Como siempre se había beneficiado de él, ahora quería
ayudarlo. Así, buscó en medio del matorral restos de
alimentos que pudieran servirle y comenzó a traerlos con
gran dificultad por el peso que tenían, pero que ella
sabía que sería bueno para el gran animal, su amigo.
Así, ella traía lo que encontraba, lo colocaba en la
boca del animal que, al sentir la comida, se ponía a
masticarla y, de ese modo, se iba fortaleciendo de a
pocos.
Satisfecha, la avecilla volaba por la floresta
en busca de más alimento para su amigo
hipopótamo. |
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Al final del
día estaba exhausta, pero contenta por haber podido
ayudar a quien siempre fue su mayor fuente de insectos
y, también, sabiendo que él necesitaba agua, se sumergía
en un riachuelo y después, llegando cerca de él, batía
sus alitas y le lanzaba las gotas de agua en la boca, y
él se refrescaba con el agua, fortaleciéndose.
De ese modo, pronto el hipopótamo estaba recuperándose.
Abriendo los ojos, pudo ver quién lo ayudaba.
Entonces, le preguntó:
- Avecilla, ¿por qué estás ayudándome? Te lo agradezco,
pero soy grande y pesado. ¡Todos huyen de mí, pero tú
no!... ¿No tienes miedo?
Entonces, batiendo las alitas, ella dijo:
- Es que yo te necesito, porque me alimento de los
insectos que se quedan en tu piel. ¡Sin ellos, yo
moriría!...
Y el hipopótamo, mirando a la bella avecilla, murmuró:
- ¡Pues salvaste mi vida, avecilla! Estoy muy agradecido
contigo que tanto me ayudaste.
¡Gracias!
¡De ese modo, nos ayudamos mutuamente! Quiero ser tu
amigo para siempre.
Y la avecilla
pio
diciendo:
- Yo también, mi amigo hipopótamo.
¿Amigos
entonces?
- ¡Sí! Y nos ayudaremos mutuamente, ¿verdad?
- Sí, mi gran amigo. Me agradas y nos fortaleceremos.
Así, la avecilla se posó en la gruesa piel del
hipopótamo haciéndole una caricia en su espalda, y él,
acercando su enorme nariz al pico de la avecilla, dijo:
- Entonces, ¿vamos a ser amigos para siempre?
- ¡Sí! ¡Ambos nos ayudaremos y nuestra amistad solo
crecerá!
La avecilla le dio un beso al hipopótamo que respondió
acercando su inmensa boca a sus plumas.
A partir de ese día, todos los animales que pasaban a su
lado se extrañaban al ver a una linda avecilla paseando
en el lomo del enorme hipopótamo mientras conversaba con
él.
MEIMEI
(Página psisografiada por Célia Xavier de Camargo, el
22/05/2017.)
Traducción:
Carmen Morante:
carmen.morante9512@gmail.com