Amor a los animales
En una ocasión, caminando por un campo, sin destino,
Rogerio, un joven de 17 años, se encontró algunos
caballos que pastaban tranquilamente y se aproximó a
ellos. Con cuidado, vio un pony y se
le acercó. Era manchado, castaño y blanco. ¡Lindo!
Colocando la mano en su cabeza, hizo una caricia al
caballito, que lo miró y relinchó.
El jovencito sonrió, satisfecho con la reacción del
pony. Después, caminó un poco más. Al ver a otro
caballo, también pasó la mano sobre su lomo.
En ese momento, el otro pony se acercó, olfateando su
cabeza.
A Rogerio le pareció gracioso y se quedó jugando con el
caballito.
Sintió ganas de montarlo y, pasando la mano por el pelo
de éste, saltó. El pony sintiendo el peso del jovencito
corrió por la campiña, contento.
Mientras Rogerio estaba cabalgando, el dueño de los
caballos llegó y se extrañó de ver un jovencito
cabalgando su pony. Al ver al hombre que debía ser el
dueño de la propiedad, Rogerio disminuyó la corrida y se
acercó a él, que tal vez no le hubiera gustado ver a un
extraño cabalgando un caballo suyo, y dijo:
- ¡Discúlpeme, señor! ¿Este pony es suyo?
- Sí. Y los otros caballos también.
- Le pido disculpas. Cuando vi su pony, ¡me quedé
maravillado! ¡es muy lindo! Intenté montarlo y él
aceptó. Pensé que reaccionaría, pero se quedó tranquilo,
y salimos cabalgando.
El dueño del pastizal, admirado, preguntó:
- ¿Qué más hiciste para que aceptara?
- ¡Nada, señor! Apenas le hice una caricia en su cabeza,
en su lomo,
y no reaccionó. Entonces, probé montarlo, y salimos
cabalgando.
Sentándose en una piedra que había cerca de ahí, el
patrón se quitó el sombrero y con un pañuelo se enjugó
el rostro sudado por el calor.
Después, llamando al jovencito, dijo:
- ¿Has trabajado con caballos?
- No,
señor.
¡Pero me gustan los animales y yo les gusto a ellos! ¡No
sé por qué!
- Pues yo sí. Tú tienes habilidad para tratar con los
animales. A ellos les gusta el cariño, la atención, una
voz suave hablando con ellos. Y por eso es que tú
pudiste montarlo. Este potro es mi animal más bravo. No
acepta que se le acerquen y que lo monten. Pero tú lo
conseguiste porque lo tratas con cariño y delicadeza.
- Tal vez sea porque a mí me gustan los caballos, como
me gustan otros animales.
- ¿Te gustaría trabajar conmigo? Estoy buscando a
alguien que cuide
a los caballos. ¿Qué piensas?
El jovencito pensó un poco y sonrió diciendo:
- La verdad, señor, es que estoy desempleado. Mi antiguo
patrón murió y la viuda vendió el lugar. Sí me gustaría
trabajar con sus animales. Tengo facilidad para
entenderlos, y ellos a mí. Si el usted cree que sirvo,
¡estoy a su disposición!
Entonces, Rogerio pasó a trabajar en esa hacienda,
sintiéndose feliz por tratar con esos caballos a los que
también agradaba.
Un día el patrón observaba, viéndolo adiestrar a un
caballo que había llegado y que tenía fama de ser
peligroso, y preguntó sorprendido:
- Rogerio, ¿por qué les agradas tanto a los caballos?
Hasta este que llegó ayer, ¡y tiene fama de ser
bravo!... Mis empleados intentaron montarlo, pero
ninguno pudo. Sin embargo, ¡te acepta muy bien!
¿Por qué será?
- Mire, patrón, solo puedo pensar que es el cariño que
siento por ellos, ¡y que hace que ellos perciban y
sientan lo mismo por mí! Los animales sienten cuando las
personas no les agradan. ¡Saben que no estoy fingiendo!
- También pienso lo mismo. Y te agradezco por haberte
quedado aquí en la hacienda, cuidando de mis caballos,
¡a los que me siento muy unido! ¡Estoy contento por
tenerte aquí con nosotros! ¡Gracias, amigo!
MEIMEI
(Recibida por Célia X. de Camargo, en 10/04/2017.)
Traducción:
Carmen Morante:
carmen.morante9512@gmail.com