Espiritismo para
los niños
por Célia Xavier de Camargo

Año 11 – Nº 526 – 23 de Julio de 2017

Respeto mutuo


El señor Manuel era un hombre muy bueno y compasivo. Vivía del cultivo de la tierra y sus tareas eran ejecutadas siempre con amor y devoción. Tenía un hijo que, a pesar de la educación que le daba, era indisciplinado y actuaba siempre sin preocuparse por los demás, sin pensar jamás si perjudicaba a alguien o no.

El padre cariñoso intentaba orientarlo a hacer el bien, diciéndole que siempre debemos amar al prójimo y respetarlo, como Jesús nos enseñó.

- ¿Y los animales? – preguntaba Toñito, impaciente.

- Los animales también, hijo mío. Son nuestros Hermanos menores, dignos de toda nuestra consideración y respeto, necesitando de nuestra ayuda, tanto como nosotros necesitamos de su ayuda para nuestras tareas del día a día. 

Como estaban en el campo, el papá hizo una pausa y dio un ejemplo, señalando a un animal atado al arado.

- Mira a Gentil, por ejemplo. Es dócil y manso, nunca se queja del trabajo arduo del campo y en todos estos años que trabajamos juntos nunca lo vi rebelde e indisciplinado. ¡Jamás ha lastimado a nadie!

- Con Gentil estoy de acuerdo, pues te ayuda, papá. ¡Pero los otros!... – retrucó Toñito con desprecio.

- Los otros animales también ayudan, hijo mío. Cada cual tiene una tarea diferente, pero no menos importante. Mimosa, nuestra vaquita, nos da la leche tan deliciosa que bebemos todas las mañanas; las gallinas nos dan los huevos para nuestra comida y nuestro perro trabaja sin descanso, cuidando de la defensa de nuestra casa. Por tanto, todos merecen nuestro cariño y gratitud.

Pero Toñito todavía no estaba convencido.

Al día siguiente, el señor Manuel invitó a Toñito a ir a la ciudad para hacer unas compras. Toñito, emocionado con el paseo, se subió a la pequeña carroza, feliz de la vida.

Al llegar a la ciudad, mientras su papá entró en un almacén para hacer compras, Toñito se quedó viendo el movimiento de la calle.

Fue pasando el tiempo y su papá no volvía. El niño se fue poniendo impaciente.

Miró a Gentil que permanecía de pie, con la mirada baja, humilde, sin dar demostraciones de impaciencia. Tuvo ganas de lastimar al animal para ver su reacción.

- Voy a dar una vuelta. Veremos si él es realmente obediente.

Toñito miró alrededor y vio un pedazo de una tabla, larga y fina, en una construcción cerca de ahí.

Cogió la tabla y, sin dudar, subió a la carroza y ordenó a Gentil que andase. El animal, al no reconocer la voz del dueño al que estaba habituado, no se movió de su lugar.

Toñito, tomando la tabla, golpeó con ésta el lomo del caballo. Este relinchó de dolor y, levantando sus patas delanteras, se empinó peligrosamente sobre la frágil carroza, lanzando a Toñito al piso.

Al oír los gritos en la calle, el señor Manuel acudió muy rápido, encontrando a su hijo en el suelo llorando a gritos.

Al saber lo que había pasado por las personas que vieron el hecho, Manuel que quedó indignado.

- ¡Pero, papá, me dijiste que Gentil era manso y él me derrumbó! – gritaba el niño sorprendido.

Y el papá, cogiendo a su hijo y llevándolo junto al animal, le dijo:

- ¿Y piensas que podría actuar diferente? ¡Mira lo que le hiciste al pobre animal!

Del lomo del caballo corría un hilo de sangre. Toñito no se había dado cuenta que en la punta de la tabla había un clavo y que había sido el dolor de la herida lo que había hecho que Gentil reaccionara.

Aprovechando la oportunidad que se le ofrecía, Manuel completó:

- Gentil es manso como un cordero. Solo se defendió de la agresión instintivamente. Todos nosotros, hijo mío, recibimos de acuerdo a como hemos actuado. Si tú le hubieras dado cariño y amor, habrías recibido la retribución correspondiente. Como tú lo lastimaste, fuiste lastimado. ¿Entendiste?

Muy avergonzado, Toñito asintió con la cabeza en señal de aceptación y se prometió a sí mismo que nunca más cometería el mismo error.

              
TIA CÉLIA


 
 
Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita