La caja de lápices de colores
En esa clase había una niña llamada Rosa que, aún con
siete años de edad, vivía sonriente y era amiga de
todos. Siempre que alguien necesitaba algo, ella lo
tenía para prestárselo. Por eso, sus compañeros siempre
recurrirían a ella cuando les faltaba algo.
- ¡Rosa! ¡Me olvidé mi caja de lápices de colores!
¿Me prestas? –
decía
Celso.
- Sí, Celso. ¡Aquí tienes! – respondía ella entregándole
su estuche de lápices.
De ahí a poco era Jane, que le pedía una regla; después
era Mara, que no había traído su borrador. Y así Rosa,
siempre con una sonrisa, daba al compañero lo que
necesitaba.
La profesora, viendo que los compañeros abusaban de la
buena voluntad de ella, la alertaba para que no prestara
nada a nadie, pues los alumnos deberían tener sus
propios útiles. Pero Rosa sonreía ingenuamente y
respondía:
- Profesora, no me molesta. Si yo no estoy usando todos
los útiles que traje, ¡puedo prestárselo a mi compañero!
- Rosa, ¡esta clase tiene muchos alumnos! ¡Si cada uno
actúa así, tú no podrás hacer tu parte de la tarea! –
dijo la profesora, incómoda con la buena voluntad de la
niña.
Al final de ese día, la profesora les avisó a sus
alumnos que, a partir del día siguiente, quería ver a
todos con sus útiles en la bolsa. Nada de ir pidiendo
prestado a sus compañeros. Que cada uno trajera sus
propios útiles.
A la mañana siguiente, al final de la clase, la
profesora pidió que cada uno hiciera un dibujo y lo
pintara, describiendo lo que ella había enseñado ese
día. Todos estaban dedicados al trabajo de dibujo cuando
uno de los alumnos, después de hacer el dibujo, se
acordó que no tenía lápices de colores. La actividad
tenía nota y se puso preocupado. Si no pintaba, la nota
sería baja.
Estaba triste, cuando Rosa lo miró y vio sus ojos rojos,
casi llorando, y preguntó: - ¡¿Qué te sucede, Jaime?!...
- ¡No tengo lápices de colores! ¡Si no puedo pintar, la
maestra me pondrá una nota muy baja!...
Rosa no lo dudó. Cogió su caja y se la entregó al niño.
Después, siguió haciendo su dibujo. Luego la profesora
avisó que estaba terminando el tiempo de entrega del
dibujo. Los alumnos se pusieron inquietos, pues muchos
no habían terminado el trabajo.
Y como Rosa no había pintado aún su dibujo, se quedó
quieta esperando a que su compañero terminara el suyo.
Al notar eso, la profesora le preguntó a Rosa si ya
había terminado, a lo que la niña respondió:
- No, profesora. ¡Pero voy a terminar!
La maestra se dio cuenta que Rosa no había terminado por
haber prestado sus colores al compañero de al lado.
Entonces esperó a ver lo que iría a pasar. El tiempo
terminó y ella pidió que los alumnos entregaran sus
dibujos, lo que ellos hicieron llevándolos a la mesa de
la profesora.
Solo Rosa no lo llevó.
La maestra vio que ella estaba preocupada, pero no dijo
nada. Al final, preguntó a su alumna:
- Rosa, entrega tu trabajo. ¡Solo faltas tú!
La niña fue hasta la mesa de la profesora, dejó la hoja
y volvió a su carpeta. La maestra examinó cada uno de
los dibujos y notó que solo Rosa no había pintado el
dibujo:
- Rosa, ¿por qué no terminaste tu dibujo?
- No tuve tiempo, profesora.
- ¡Pero todos los alumnos terminaron en el tiempo
señalado!
Rosa bajo la cabeza y continuó callada. Un niño decidió
hablar, contando a la profesora que ella había prestado
su caja de colores a su compañero de al lado. Entonces,
la profesora hizo que la clase hiciera silencio y dijo:
- Rosa, ya te dije que no quiero que prestes tus colores
o cualquier otro material a tus compañeros. ¡Cada uno
debe tener sus propios útiles! ¿Por qué actúas así?
- Profesora, ¡es que aprendí que debemos ayudar a quien
lo necesita! ¡Entonces cuando un compañero no trae sus
útiles, yo le presto el mío! ¡Fue lo que aprendí con
Jesús!... ¡Y José no tiene todos sus útiles!
Al escuchar eso, la profesora se quedó triste porque
sabía que el niño era muy pobre y sus papás no pudieron
comprar todo lo que se había pedido.
Entonces Rosa sugirió:
- Profesora, ¿qué piensa si reunimos todos los lápices
de colores de la clase y lo colocamos en una caja? Así,
todos tendremos lápices de colores cuando necesitemos,
¿no le parece?
Todos aplaudieron satisfechos porque les agradaba José,
mientras la profesora sonreía satisfecha, viendo el buen
corazón de sus alumnos.
MEIMEI
(Recibida por Célia X. de Camargo, en 10/07/2017.)
Traducción:
Carmen Morante:
carmen.morante9512@gmail.com