Un hombre es sabio cuando
busca la sabiduría, es loco cuando juzga haberla
encontrado. (Talmud)
La mayor ignorancia es la
que no sabe y cree saber, pues da origen a todos los
errores que cometemos con nuestra inteligencia.
(Sócrates.)
Basta un cuervo blanco
para probar que no todos son negros. (LOEFFLER.)
INTRODUCCIÓN
– Tesis preferida de Quevedo y “Cia. Ltda.” es que
ninguna persona puede captar, por cualquier medio
psíquico, lo que ocurrió en un rango de hasta 200 años.
Aunque hayamos buscado ese pensamiento en internet,
nosotros no logramos éxito en encontrarlo. Sin embargo,
conseguimos de otro parapsicólogo, que refleja
exactamente lo que piensa ese “parapsicatólico”:
[...] La parapsicologia,
ciencia que estudia este fenómeno y muchos otros
realizados por el inconsciente, nos ha comprobado,
experimentalmente, que nuestro inconsciente sabe el
pasado (retrocognición), el presente (simulcognición) y
el futuro (precognición) de alguien (telepatia) o de la
historia (clarividencia), en una faja de hasta 200
años. (SAMPAIO, 2006, Internet).
Interesante es que ese
“nos ha comprobado” no se encuentra en esquina alguna,
de ahí preguntamos: ¿qué investigaciones fueron hechas
para comprobar eso? ¿Si fueron hechas, quien las hizo
estaba libre de prejuicios religiosos? Finalmente, son
incontables preguntas para las cuales no encontramos las
debidas respuestas. ¿Pero quién sabe si esa comprobación
no esté localizada en el “inconsciente” de algún
parapsicólogo?
Pero como “basta un cuervo
blanco para probar que no todos son negros”, vamos a
exponer el siguiente caso, que transcribimos del libro
Región en Litígio entre este mundo y el otro, de
Robert Dale Owen:
MANIFESTACIÓN DE UN
MÚSICO FAVORITO DEL REY DE FRANCIA –
Los días que aún no van lejos, en que París se
consideraba el centro de la civilización y pretendía ser
la más alegre y brillante de las capitales del mundo, el
año de 1865, vivía allí, y creo que aún vive, un
respetable gentil hombre, que había heredado de los
antepasados el don musical.
El Sr. N. G. Bach,
entonces con sesenta y siete años de edad, era bisnieto
del célebre Sebastian Bach, que floreció en la primera
mitad del siglo décimo octavo. A pesar de ser su salud
un tanto delicada, él estaba, en la época a que nos
referimos, en el pleno gozo de sus facultades mentales,
era un compositor aplicado y muy estimado por sus
compañeros de arte, tanto por sus talentos profesionales,
como por su rectitud y amabilidad.
A 4 de Mayo de 1865 el
hijo del Sr. N. Bach, Léon Bach, un caballero de tipo
antiguo, encontró, entre las curiosidades de una tienda
de objetos usados, en París, una espineta evidentemente
muy antigua, pero de notable belleza y perfección, y aún
bien conservada. Era hecha de roble, ornamentada con
delicadas esculturas de bellos arabescos, incrustadas
con turquesas y flores de lis, de oro. Evidentemente
había pertenecido a alguna persona de fortuna o
distinción; el negociante, sin embargo, sólo sabía que
había sido recientemente traída de Italia, por quién se
la había vendido.
Suponiendo que sería muy
agradable a su padre, el joven efectuó la compraventa.
No se engañó. El Sr. Bach, que dividia del gusto del
hijo por las relíquias del pasado, quedó satisfechísimo
con la nueva adquisición y pasó la mayor parte del día
admirándola, experimentándole los sonidos y examinando
el mecanismo. Ella média cinco pies de largura por dos
de anchura; no tenía pies, sin embargo era encerrada en
una caja protectora, de madera, como un violín. Para
tocarla, se colocaba la espineta sobre una mesa.
A pesar de la riqueza de decoración, era pequeña,
comparada con las fabricadas hoy con su poder
maravilloso y soberbios tonos. En su confección general,
sin embargo, se asemejaba a estas, siendo el pequeño
teclado dispuesto en el mismo orden; pero las teclas,
cuando era tocadas, movían una pieza de madera del
grosor de un dedo de mujer, provista cada cual de una
punta destinada a tocar en la cuerda correspondiente. En
cuanto a la calidad del tono, fácilmente se puede
imaginar.
Antes de finalizar el día,
el Sr. Bach hizo un descubrimiento que, para él,
compensó las imperfecciones notadas en el instrumento,
pareciéndole distinguir alguna cosa escrita en el
estrecho rango de madera que amparaba la plancha,
solamente. Fijo sobre ese rango, había dos caballetes
que la separaban de la susodicha plancha y escondían una
parte de lo que en aquella estaba escrito. Dando, sin
embargo, al instrumento una posición conveniente y
suministrándole una luz bastante viva, se pudo leer lo
siguiente: ln Roma Antonins Nobilis; venía
después uno de los caballetes, y enseguida: Brena
Medislani Patrice; y trás el otro caballete:
Diexiy Aprillis 1564. Sin duda, esas palabras fueron
escritas antes de la construcción del instrumento.
Quedó así el Sr. Bach
sabiendo que su espineta contaba más de trescientos años;
habiendo sido fabricada en Roma, el año de 1564, por un
cierto Ancôneos Nobilis, aparentemente de los subúrbios
de Milán, y es probable que quedara concluida el 14 de
Abril de aquel año. El espécime tenía, pues, la
indicación del lugar donde había sido construido y el
nombre del fabricante. Esto, a los ojos de los
anticuarios, como se da con los paleontologistas,
aumenta mucho el valor de una relíquia.
Asaz contento, el viejo
hidalgo fue a dormir y, como es natural, soñó con el
regalo del hijo. Pero ese sueño tuvo alguna cosa de
extraño. En él se le presentó un bello joven extranjero,
trayendo la barba cuidadosamente peinada y trajeado
elegantemente, a la manera de la antigua corte francesa:
un rico jubón con ancho cuello y las mangas justas y
golpeadas en la parte superior; amplio calzón, medias
largas y zapatos de entrada baja, con tope. El sombrero
alto, puntiagúdo y de tapas anchas, era adornado con una
pluma blanca. Ese joven, haciendo reverencias y
sonriendo, se adelantó para el lecho del Sr. Bach y así
le habló: "La espineta que hoy posees me perteneció. De
ella me servía para agradar o distraer a mi amo, el Rey
Henrique. En su juventud, él compuso un ária que me
gustaba cantar, acompañado por mí, y cuyas letras habían
sido escrita en memoria de una dama a quién él mucho
amaba y de quien, con gran pesar, se hallaba separado.
Esa dama murió, y, en sus momentos de tristeza, él
acostumbraba cantar ese ária".
Tras algún tiempo, ese
extraño visitante continuó: "Voy a tocarla y buscaré el
medio de hacérosla recordar, pues vuestra memoria es
débil".
Se sentó junto a la
espineta y en ella acompañó las palabras que él aún
cantó. El viejo despertó llorando, tocado por la
tristeza del cantante.
Encendiendo una vela,
verificó que eran dos horas. Pensando, entonces, en el
sueño y pareciéndole aún oír la enferma melodia de aquel
cántico, se dispuso a dormir de nuevo.
Nada hay de notable en
todo esto. Si sucedió alguna cosa al Sr. Bach antes del
despertar en la mañana siguiente, él de nada se acordaba
cuando abrió los ojos ya en pleno día. Pero, entonces,
halló, con grande espanto, un pedazo de papel en el
lecho, en lo alto del cual se leían escrituras en
caracteres antiguos: Palabras del Rey Henrique III.
Su estupefacción creció cuando examinó con mayor
atención el escrito. Era un raro espécime arqueológico:
las notas eran menudas, las claves semejantes a las
usadas otrora, la escritura cuidadosa y anticuada,
apareciendo en otro punto el tipo gótico, que se nota en
ciertas letras, en los manuscritos de los siglos décimo
sexto y décimo séptimo; una ortografia muy semejante a
la usada hace trescientos años.
Corriendo los ojos por las
primeras notas, reconoció la música que había oído en
sueño. Después, notó las palabras del rincón: eran
también las mismas. Se sentó al piano y quedó
inmediatamente convencido, sin restarle la más pequeña
duda, de estar allí reproducidos exactamente el cântico
y los versos que el visitante onírico había cantado con
acompañamiento de la espineta.
Al princípio, se sintió
perplejo, perturbado y aún asustado. ¿Qué quería decir
todo aquello? Al sueño mismo, a pesar de vivaz y notable,
él, cuando despertó de noche, no había unido la
importancia. ¿Pero qué era eso? Prestando atención al
papel hallado en el lecho, vio que era la cuarta página
de una hoja de papel de música, en las dos primeras de
las cuales él, el día anterior, había escrito una música
de su composición; hoja esa que había dejado en la
secretaria.
¿Podía alguien haberla de
allí quitado durante la noche? ¿Pero quién fue ese
alguien, que así llenó las dos páginas en blanco con esa
misteriosa música de una época pasada? Alguien hubo
estado allí...
¿Habría sido él mismo?
Pero no era sonámbulo, no le constaba que, alguna vez,
durmiendo, paseara por la casa y escribiera. No creía,
ni conocía el Espiritismo; por lo tanto, no había
posibilidad de serle sugerida la idea de un mensaje
espiritual. Estaba confuso y perdido, principalmente
después que notó la coincidencia de los nombres y
fechas. El hombre de la visión había hablado de su amo,
el Rey Henrique; en lo alto de la página en que estaba
escrito el rincón, se leía que la letra era de Henrique
III; la espineta fue construida en 1564, cuando
Henrique, entonces Duque de Anju, tenía catorce años de
edad. ¿Qué habrá de más natural que el hecho de haber él
encontrado ese instrumento, algunos años después, en su
viaje de Roma a la corte de Francia, y haberlo traído,
cuando la historia dice que era un compositor musical de
algún merecimento?
El Sr. Bach habló de esas
maravillas a sus amigos, que las fueron contando a otros,
y bien deprisa una multitud de curiosos, literatos,
artistas, antiquários y otros afluye a los aposentos del
conocido músico, a fin de oír de su propia boca la
narración y ver, con los propios ojos, la maravillosa
espineta. Entre esos visitantes estaban algunos
espíritas convencidos, y fue entonces que, por primera
vez, el Sr. Bach oyó hablar de médiums escribientes y
tuvo conocimiento de que su mano podía haber sido guiada
para escribir durante el sueño.
Todo eso, a pesar de muy
insólito y extraño para afirmar su creencia, lo hizo
pensar; y, cierto día, tres o cuatro semanas tras el
sueño, sintiendo la cabeza pesada y un estremecimento
nervioso en el brazo, le vino la idea de que tal vez
algún Espíritu deseara escribir por su intermédio, a fin
de por ese medio suministrarle cualquier explicación del
misterio que no conseguía esclarecer. Sólo tomó el lápiz
y el papel, perdió la conciencia de sí y, en ese estado,
la mano escribió en francés: "El rey Henrique, mi amo,
que me dio la espineta, hoy de vuestra propiedad,
escribió cuatro líneas en un pedazo de pergaminho, que
hizo pegar en la caja, en la mañana en que me envió el
instrumento. Algunos años después, teniendo yo que
viajar y de conducir conmigo la espineta, recelando
perder el pergaminho, lo quité y por seguridad, lo
coloqué en una pequeña abertura, a la izquierda del
teclado, donde se halla aún". Esa comunicación era
firmada Baldazzarini. Después de ella estaban las
líneas siguientes:
El rey Henrique da esta
bella espineta
a Baldazzarini, un músico
excelente.
Si cree que no es buena,
si la cree muy sencilla,
que en recuerdo, al menos,
conserve el regalo.
Finalmente, aparecía
alguna probabilidad de obtener una evidencia tangible en
relación a esos misterios. Restaba encontrar una prueba
para determinar si Baldazzarini era un mito o un
personaje real, capaz de esclarecer los hechos en causa.
Para satisfacer la
curiosidad pública, la espineta quedó algunos días
expuesta en el Museo Retrospectivo del Palacio de la
Industria; y fue en ese tiempo que la comunicación fue
escrita. Inmediatamente, la mandaron buscar.
Imagínese con que ansia
nerviosa padre e hijo aguardaban su llegada, a fin de
verificar si la historia del pergaminho, escrito por la
propia mano del rey y escondido en una abertura de la
caja del instrumento, era un romance o una realidad.
Durante una o dos horas,
dice el Sr. Bach, ellos exploraron todos los rincones
del viejo instrumento, sin nada encontrar. Finalmente,
cuando ya toda la esperanza parecía perdida, Léon Bach,
releyendo lo que la mano de su padre había escrito,
propuso que, sin inutilizarlo, si deshiciera el
instrumento. Cuando retiraron el teclado y alejaron
algunos martillos, descubrieron debajo y del lado
izquierdo, una estrecha hendidura en la madera, en la
cual se hallaba oculta una tira de pergamino de once o
doce pulgadas de largura por dos cuartos de anchura, en
la cual se veían escritas, con mano firme, cuatro líneas
semejantes a las que la mano del Sr. Bach había trazado;
pero la nota recién hallada traía la firma manual de
Henrique.
Ellos la
limpiaron cómo pudieron, y entonces consiguieron leer:
“Yo, el rey Henrique
tercero, esta espineta ofrezco
a Baltazzarini, mi músico
estimado,
Si la encuentra pobre de
tonos y de pequeño precio,
que en su estojo la guarde
y que yo quede recordado
Henrique.”
Es difícil, en palabras
prosaicas, traducir la emoción de esos exaltados
investigadores cuando, finalmente, de su secreto
escondite sacaron, descolorida por el tiempo y cubierta
del polvo de los siglos, ese testigo mudo. El padre,
cuando vio aquello, tuvo la conciencia de que el aviso
que lo había llevado a hacer ese descubrimiento era
tanto suyo como de la pluma que lo había escrito. Cuando
despertó del transe, durante el cual había escrito, él
lo leyó como si fue escrito por una persona extraña. ¡Sin
embargo, en sustancia, lo que estaba escrito era real y
las pruebas de la evidencia allí se hallaban!
Las diferencias que
aparecen en el que fue obtenido por el Sr. Bach y en el
que se lee en el pergaminho son insignificantes. Allí se
ve: Le roy Henry; aquí: Moy le roy Henry trois; allí:
très bon musicien, aquí gay musicien; allá: sí elle n’est
bonne; y aquí: s’il dit apenas sone; allí: pas assez
coquette, y aquí: o bien (ma) moule simplette; El
sentido es el mismo.
Atónitos como estaban,
dudo que hubiera ocurrido a los dos, como me ocurre a mí,
que la evidencia así obtenida es mucho más fuerte, mucho
más convincente, porque, siendo las dos notas
substancialmente idénticas en la forma, una no es copia
de la otra. En el tercer verso de la nota del
pergaminho, se lee intercalada la palabra (ma),
que al principio no fue comprendida, pero después quedó
perfectamente explicada. Cuando el Sr. Bach exhibió el
pergaminho original al amigo de quien obtuvo esa
narración, le dijo: "Nadie comprendía lo que quería
decir la palabra ma la entre paréntesis, que ahí se ve;
pero un día mi mano de nuevo se movió involuntariamente
y escribió: "Amigo mio, al rey le gustaba de
bromear con mi pronunciación francesa, pues que yo decía
siempre ma en vez de más. Fue por eso que él
escribió así". Es hecho de simple observación que el
italiano, hablando el francés o el portugués, dice ma
en vez de más o pero.
El pergaminho original,
ennegrecido por la edad, fue llevado por el Sr. Bach a
la Biblioteca Imperial (si aun así se llama la gran
Biblioteca de Francia), y ahí fue comparada con los
manuscritos originales. En estos se notó que la letra de
Henrique no tenía un tipo constante; pero, acerca de la
firma, la concordancia de la del pergaminho con las de
los otros era perfecta, como dijo el Sr. Bach. El examen
de los anticuarios llegó a la misma conclusión.
Los pequeñitos agujeros
que se veían a lo largo de los márgenes del pergaminho
indicaban que él había estado pegado en una superficie
de madera, como había dicho la comunicación; sobre la
nota escrita en el pergamino se notaba una cruz roja; es
también una prueba adicional de autenticidad, pues es
una señal de devoción que aparece siempre en todos los
escritos de Henrique III, llegados hasta nosotros.