Especial
por Paulo Neto

Año 11 – Nº 528 – 6 de Agosto de 2017

La Parasicología y la cuestión de los 200 años (Parte 1)

 
Un hombre es sabio cuando busca la sabiduría, es loco cuando juzga haberla encontrado. (Talmud)

La mayor ignorancia es la que no sabe y cree saber, pues da origen a todos los errores que cometemos con nuestra inteligencia. (Sócrates.)

Basta un cuervo blanco para probar que no todos son negros. (LOEFFLER.)

INTRODUCCIÓN – Tesis preferida de Quevedo y “Cia. Ltda.” es que ninguna persona puede captar, por cualquier medio psíquico, lo que ocurrió en un rango de hasta 200 años. Aunque hayamos buscado ese pensamiento en internet, nosotros no logramos éxito en encontrarlo. Sin embargo, conseguimos de otro parapsicólogo, que refleja exactamente lo que piensa ese “parapsicatólico”:

[...] La parapsicologia, ciencia que estudia este fenómeno y muchos otros realizados por el inconsciente, nos ha comprobado, experimentalmente, que nuestro inconsciente sabe el pasado (retrocognición), el presente (simulcognición) y el futuro (precognición) de alguien (telepatia) o de la historia (clarividencia), en una faja de hasta 200 años. (SAMPAIO, 2006, Internet).

Interesante es que ese “nos ha comprobado” no se encuentra en esquina alguna, de ahí preguntamos: ¿qué investigaciones fueron hechas para comprobar eso? ¿Si fueron hechas, quien las hizo estaba libre de prejuicios religiosos? Finalmente, son incontables preguntas para las cuales no encontramos las debidas respuestas. ¿Pero quién sabe si esa comprobación no esté localizada en el “inconsciente” de algún parapsicólogo?

Pero como “basta un cuervo blanco para probar que no todos son negros”, vamos a exponer el siguiente caso, que transcribimos del libro Región en Litígio entre este mundo y el otro, de Robert Dale Owen:

MANIFESTACIÓN DE UN MÚSICO FAVORITO DEL REY DE FRANCIA – Los días que aún no van lejos, en que París se consideraba el centro de la civilización y pretendía ser la más alegre y brillante de las capitales del mundo, el año de 1865, vivía allí, y creo que aún vive, un respetable gentil hombre, que había heredado de los antepasados el don musical.

El Sr. N. G. Bach, entonces con sesenta y siete años de edad, era bisnieto del célebre Sebastian Bach, que floreció en la primera mitad del siglo décimo octavo. A pesar de ser su salud un tanto delicada, él estaba, en la época a que nos referimos, en el pleno gozo de sus facultades mentales, era un compositor aplicado y muy estimado por sus compañeros de arte, tanto por sus talentos profesionales, como por su rectitud y amabilidad.

A 4 de Mayo de 1865 el hijo del Sr. N. Bach, Léon Bach, un caballero de tipo antiguo, encontró, entre las curiosidades de una tienda de objetos usados, en París, una espineta evidentemente muy antigua, pero de notable belleza y perfección, y aún bien conservada. Era hecha de roble, ornamentada con delicadas esculturas de bellos arabescos, incrustadas con turquesas y flores de lis, de oro. Evidentemente había pertenecido a alguna persona de fortuna o distinción; el negociante, sin embargo, sólo sabía que había sido recientemente traída de Italia, por quién se la había vendido.

Suponiendo que sería muy agradable a su padre, el joven efectuó la compraventa. No se engañó. El Sr. Bach, que dividia del gusto del hijo por las relíquias del pasado, quedó satisfechísimo con la nueva adquisición y pasó la mayor parte del día admirándola, experimentándole los sonidos y examinando el mecanismo. Ella média cinco pies de largura por dos de anchura; no tenía pies, sin embargo era encerrada en una caja protectora, de madera, como un violín. Para tocarla, se colocaba la espineta sobre una mesa. A pesar de la riqueza de decoración, era pequeña, comparada con las fabricadas hoy con su poder maravilloso y soberbios tonos. En su confección general, sin embargo, se asemejaba a estas, siendo el pequeño teclado dispuesto en el mismo orden; pero las teclas, cuando era tocadas, movían una pieza de madera del grosor de un dedo de mujer, provista cada cual de una punta destinada a tocar en la cuerda correspondiente. En cuanto a la calidad del tono, fácilmente se puede imaginar.

Antes de finalizar el día, el Sr. Bach hizo un descubrimiento que, para él, compensó las imperfecciones notadas en el instrumento, pareciéndole distinguir alguna cosa escrita en el estrecho rango de madera que amparaba la plancha, solamente. Fijo sobre ese rango, había dos caballetes que la separaban de la susodicha plancha y escondían una parte de lo que en aquella estaba escrito. Dando, sin embargo, al instrumento una posición conveniente y suministrándole una luz bastante viva, se pudo leer lo siguiente: ln Roma Antonins Nobilis; venía después uno de los caballetes, y enseguida: Brena Medislani Patrice; y trás el otro caballete: Diexiy Aprillis 1564. Sin duda, esas palabras fueron escritas antes de la construcción del instrumento.

Quedó así el Sr. Bach sabiendo que su espineta contaba más de trescientos años; habiendo sido fabricada en Roma, el año de 1564, por un cierto Ancôneos Nobilis, aparentemente de los subúrbios de Milán, y es probable que quedara concluida el 14 de Abril de aquel año. El espécime tenía, pues, la indicación del lugar donde había sido construido y el nombre del fabricante. Esto, a los ojos de los anticuarios, como se da con los paleontologistas, aumenta mucho el valor de una relíquia.

Asaz contento, el viejo hidalgo fue a dormir y, como es natural, soñó con el regalo del hijo. Pero ese sueño tuvo alguna cosa de extraño. En él se le presentó un bello joven extranjero, trayendo la barba cuidadosamente peinada y trajeado elegantemente, a la manera de la antigua corte francesa: un rico jubón con ancho cuello y las mangas justas y golpeadas en la parte superior; amplio calzón, medias largas y zapatos de entrada baja, con tope. El sombrero alto, puntiagúdo y de tapas anchas, era adornado con una pluma blanca. Ese joven, haciendo reverencias y sonriendo, se adelantó para el lecho del Sr. Bach y así le habló: "La espineta que hoy posees me perteneció. De ella me servía para agradar o distraer a mi amo, el Rey Henrique. En su juventud, él compuso un ária que me gustaba cantar, acompañado por mí, y cuyas letras habían sido escrita en memoria de una dama a quién él mucho amaba y de quien, con gran pesar, se hallaba separado. Esa dama murió, y, en sus momentos de tristeza, él acostumbraba cantar ese ária".

Tras algún tiempo, ese extraño visitante continuó: "Voy a tocarla y buscaré el medio de hacérosla recordar, pues vuestra memoria es débil".

Se sentó junto a la espineta y en ella acompañó las palabras que él aún cantó. El viejo despertó llorando, tocado por la tristeza del cantante.

Encendiendo una vela, verificó que eran dos horas. Pensando, entonces, en el sueño y pareciéndole aún oír la enferma melodia de aquel cántico, se dispuso a dormir de nuevo.

Nada hay de notable en todo esto. Si sucedió alguna cosa al Sr. Bach antes del despertar en la mañana siguiente, él de nada se acordaba cuando abrió los ojos ya en pleno día. Pero, entonces, halló, con grande espanto, un pedazo de papel en el lecho, en lo alto del cual se leían escrituras en caracteres antiguos: Palabras del Rey Henrique III. Su estupefacción creció cuando examinó con mayor atención el escrito. Era un raro espécime arqueológico: las notas eran menudas, las claves semejantes a las usadas otrora, la escritura cuidadosa y anticuada, apareciendo en otro punto el tipo gótico, que se nota en ciertas letras, en los manuscritos de los siglos décimo sexto y décimo séptimo; una ortografia muy semejante a la usada hace trescientos años.

Corriendo los ojos por las primeras notas, reconoció la música que había oído en sueño. Después, notó las palabras del rincón: eran también las mismas. Se sentó al piano y quedó inmediatamente convencido, sin restarle la más pequeña duda, de estar allí reproducidos exactamente el cântico y los versos que el visitante onírico había cantado con acompañamiento de la espineta.

Al princípio, se sintió perplejo, perturbado y aún asustado. ¿Qué quería decir todo aquello? Al sueño mismo, a pesar de vivaz y notable, él, cuando despertó de noche, no había unido la importancia. ¿Pero qué era eso? Prestando atención al papel hallado en el lecho, vio que era la cuarta página de una hoja de papel de música, en las dos primeras de las cuales él, el día anterior, había escrito una música de su composición; hoja esa que había dejado en la secretaria.

¿Podía alguien haberla de allí quitado durante la noche? ¿Pero quién fue ese alguien, que así llenó las dos páginas en blanco con esa misteriosa música de una época pasada? Alguien hubo estado allí...

¿Habría sido él mismo? Pero no era sonámbulo, no le constaba que, alguna vez, durmiendo, paseara por la casa y escribiera. No creía, ni conocía el Espiritismo; por lo tanto, no había posibilidad de serle sugerida la idea de un mensaje espiritual. Estaba confuso y perdido, principalmente después que notó la coincidencia de los nombres y fechas. El hombre de la visión había hablado de su amo, el Rey Henrique; en lo alto de la página en que estaba escrito el rincón, se leía que la letra era de Henrique III; la espineta fue construida en 1564, cuando Henrique, entonces Duque de Anju, tenía catorce años de edad. ¿Qué habrá de más natural que el hecho de haber él encontrado ese instrumento, algunos años después, en su viaje de Roma a la corte de Francia, y haberlo traído, cuando la historia dice que era un compositor musical de algún merecimento?

El Sr. Bach habló de esas maravillas a sus amigos, que las fueron contando a otros, y bien deprisa una multitud de curiosos, literatos, artistas, antiquários y otros afluye a los aposentos del conocido músico, a fin de oír de su propia boca la narración y ver, con los propios ojos, la maravillosa espineta. Entre esos visitantes estaban algunos espíritas convencidos, y fue entonces que, por primera vez, el Sr. Bach oyó hablar de médiums escribientes y tuvo conocimiento de que su mano podía haber sido guiada para escribir durante el sueño.

Todo eso, a pesar de muy insólito y extraño para afirmar su creencia, lo hizo pensar; y, cierto día, tres o cuatro semanas tras el sueño, sintiendo la cabeza pesada y un estremecimento nervioso en el brazo, le vino la idea de que tal vez algún Espíritu deseara escribir por su intermédio, a fin de por ese medio suministrarle cualquier explicación del misterio que no conseguía esclarecer. Sólo tomó el lápiz y el papel, perdió la conciencia de sí y, en ese estado, la mano escribió en francés: "El rey Henrique, mi amo, que me dio la espineta, hoy de vuestra propiedad, escribió cuatro líneas en un pedazo de pergaminho, que hizo pegar en la caja, en la mañana en que me envió el instrumento. Algunos años después, teniendo yo que viajar y de conducir conmigo la espineta, recelando perder el pergaminho, lo quité y por seguridad, lo coloqué en una pequeña abertura, a la izquierda del teclado, donde se halla aún". Esa comunicación era firmada Baldazzarini. Después de ella estaban las líneas siguientes:

El rey Henrique da esta bella espineta

a Baldazzarini, un músico excelente.

Si cree que no es buena, si la cree muy sencilla,

que en recuerdo, al menos, conserve el regalo.

Finalmente, aparecía alguna probabilidad de obtener una evidencia tangible en relación a esos misterios. Restaba encontrar una prueba para determinar si Baldazzarini era un mito o un personaje real, capaz de esclarecer los hechos en causa.

Para satisfacer la curiosidad pública, la espineta quedó algunos días expuesta en el Museo Retrospectivo del Palacio de la Industria; y fue en ese tiempo que la comunicación fue escrita. Inmediatamente, la mandaron buscar.

Imagínese con que ansia nerviosa padre e hijo aguardaban su llegada, a fin de verificar si la historia del pergaminho, escrito por la propia mano del rey y escondido en una abertura de la caja del instrumento, era un romance o una realidad.

Durante una o dos horas, dice el Sr. Bach, ellos exploraron todos los rincones del viejo instrumento, sin nada encontrar. Finalmente, cuando ya toda la esperanza parecía perdida, Léon Bach, releyendo lo que la mano de su padre había escrito, propuso que, sin inutilizarlo, si deshiciera el instrumento. Cuando retiraron el teclado y alejaron algunos martillos, descubrieron debajo y del lado izquierdo, una estrecha hendidura en la madera, en la cual se hallaba oculta una tira de pergamino de once o doce pulgadas de largura por dos cuartos de anchura, en la cual se veían escritas, con mano firme, cuatro líneas semejantes a las que la mano del Sr. Bach había trazado; pero la nota recién hallada traía la firma manual de Henrique. Ellos la limpiaron cómo pudieron, y entonces consiguieron leer:

“Yo, el rey Henrique tercero, esta espineta ofrezco

a Baltazzarini, mi músico estimado,

Si la encuentra pobre de tonos y de pequeño precio,

que en su estojo la guarde y que yo quede recordado

Henrique.”

Es difícil, en palabras prosaicas, traducir la emoción de esos exaltados investigadores cuando, finalmente, de su secreto escondite sacaron, descolorida por el tiempo y cubierta del polvo de los siglos, ese testigo mudo. El padre, cuando vio aquello, tuvo la conciencia de que el aviso que lo había llevado a hacer ese descubrimiento era tanto suyo como de la pluma que lo había escrito. Cuando despertó del transe, durante el cual había escrito, él lo leyó como si fue escrito por una persona extraña. ¡Sin embargo, en sustancia, lo que estaba escrito era real y las pruebas de la evidencia allí se hallaban!

Las diferencias que aparecen en el que fue obtenido por el Sr. Bach y en el que se lee en el pergaminho son insignificantes. Allí se ve: Le roy Henry; aquí: Moy le roy Henry trois; allí: très bon musicien, aquí gay musicien; allá: sí elle n’est bonne; y aquí: s’il dit apenas sone; allí: pas assez coquette, y aquí: o bien (ma) moule simplette; El sentido es el mismo.

Atónitos como estaban, dudo que hubiera ocurrido a los dos, como me ocurre a mí, que la evidencia así obtenida es mucho más fuerte, mucho más convincente, porque, siendo las dos notas substancialmente idénticas en la forma, una no es copia de la otra. En el tercer verso de la nota del pergaminho, se lee intercalada la palabra (ma), que al principio no fue comprendida, pero después quedó perfectamente explicada. Cuando el Sr. Bach exhibió el pergaminho original al amigo de quien obtuvo esa narración, le dijo: "Nadie comprendía lo que quería decir la palabra ma la entre paréntesis, que ahí se ve; pero un día mi mano de nuevo se movió involuntariamente y escribió: "Amigo mio, al rey le gustaba de bromear con mi pronunciación francesa, pues que yo decía siempre ma en vez de más. Fue por eso que él escribió así". Es hecho de simple observación que el italiano, hablando el francés o el portugués, dice ma en vez de más o pero.

El pergaminho original, ennegrecido por la edad, fue llevado por el Sr. Bach a la Biblioteca Imperial (si aun así se llama la gran Biblioteca de Francia), y ahí fue comparada con los manuscritos originales. En estos se notó que la letra de Henrique no tenía un tipo constante; pero, acerca de la firma, la concordancia de la del pergaminho con las de los otros era perfecta, como dijo el Sr. Bach. El examen de los anticuarios llegó a la misma conclusión.

Los pequeñitos agujeros que se veían a lo largo de los márgenes del pergaminho indicaban que él había estado pegado en una superficie de madera, como había dicho la comunicación; sobre la nota escrita en el pergamino se notaba una cruz roja; es también una prueba adicional de autenticidad, pues es una señal de devoción que aparece siempre en todos los escritos de Henrique III, llegados hasta nosotros. (Continúa en la próxima edición.)

 

Referências bibliográficas:

OWEN, R. D. Região em Litígio entre este mundo e o outro, Rio de Janeiro: FEB, 1982.

SAMPAIO, L. F., magazine, acesso em 30.06.2006 às 14h32.  

 

Traducción:
Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita