Cuando cierra la noche
Entrevistada de esta edición, Cristiane Assis, médica
ginecóloga, especializada en Medicina Fetal, habla sobre
malformación fetal. Basado en sus palabras, tejemos en
las líneas abajo algunos comentarios.
Cuando cierra la noche, estamos sin preparo. El sueño de
un niño sano se deshace. Ruyen, también, los proyectos
de una niñez feliz, de un crecimiento risueño, de un
concreto desarrollo de la juventud.
Padres, abuelos, hermanos, toda la familia destrozada,
porque el hijito es un feto malformado. La noche se hace
presente porque se turban los sentidos y el sentimiento
de desamparo asola el corazón. Pero no estamos solos.
Nuestros protectores velan nuestro sueño, hablando con
nosotros. El problema es la sintonía. La depresión
arraigada y la revuelta incomprendida impiden el
aprovechamiento de la intuición.
La noche se deshace cuando se concentran los
sentimientos nobles en pleno equilibrio: amor,
esperanza, fe. Una experiencia que parece sin sentido,
un casi desamparo de Dios pueden ser reinterpretados por
medio del filtro de esos sentimientos nobles que amparan
y ennoblecen. La revuelta puede ser transformada en
resignación; la depresión en esperanza. Con el amparo de
los protectores se recupera la fe.
El espírita no está, como sabemos, inmune a esa casi
tragedia. La simple información de la ley de acción y
reacción no repercute necesariamente en nuestros
corazones. El espírita, por lo tanto, no está,
infelizmente, indemne a la revuelta.
Toda experiencia que afecta el corazón es una
oportunidad de aprendizaje. Nuestros protectores saben
el sacrificio envuelto en ese proceso de malformación
fetal, y están dispuestos a hacer todo lo posible para
ablandar ese dolor.
La malformación fetal es un fenómeno claramente
expiatorio. Hace parte del programa reencarnatorio del
espíritu reencarnante y de los padres, pero también de
toda la familia. Es un dolor compartido, de la misma
manera como se comparte el amor. En el orden de los
sentimientos, es como una espada clavada en el corazón
de los padres. Un dolor anunciado, pero olvidado dentro
de las fantasías que envuelven el futuro de bebé.
“En mi práctica, vi madres
cansadas por cuidar de sus hijos deficientes, pero todas
gratas por los aprendizajes que los mismos les
proporcionaron a lo largo de tan pesada jornada.”
(Cristiane Assis, en
la entrevista mencionada.)
Ya fue dicho antes que el amor de madre es amor
acrisolado. Cuando inmune a la noche oscura del alma, es
capaz de promover milagros de cuidados y de cariño. El
amor materno resiste a cualquier desespero, a cualquier
desesperanza.
“Conocí madres tristes
porque perdieron sus bebés malformados aún dentro del
útero o pocos días después del parto, pero con los
corazones aliviados por tener ofrecido a ellos todo el
amor que pudieron durante el tiempo que tuvieron con
ellos.”
(Cristiane Assis, en la entrevista mencionada.)
Existe enorme tristeza cuando se pierde un hijo, y en
eso no se excluye nadie, con la diferencia de que los
más esclarecidos no transforman la pérdida en
sufrimiento o desespero.
La tristeza fue sagrada en el monte de los olivares.
El amor no conoce pérdidas. Él agrega al contrario
de dispersar. Un dulce sentimiento, el amor busca unir y
envolver, mitigando todos los dolores.
“La vida, mismo que
imperfecta, tiene una belleza y nos genera empatía y
amor en sus sentimientos.”
(Cristiane Assis, en la
entrevista mencionada.)
El seno de una madre calentando su retoño es la imagen
propia de la natividad, y cualquier semejanza con el
cariño con que Jesús fue recibido por María no es,
evidentemente, simple coincidencia.
Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br