Esos maravillosos incidentes, más o menos correctamente
relatados, no podían dejar de aparecer en la prensa
periodística. Varios periódicos parisienses con ellos se
ocuparon y, después, los de todas partes. Por espacio de
una semana la espineta del Sr. Bach con sus accesorios
sobrenaturales fue la grande sensación de los amadores
de novedades en la metrópoli francesa. El conjunto fue
juzgado incomprensible, todos admitían los hechos,
clasificándolos de misterios que no osaban profundizar,
y confiaban en la existencia de alguna ley natural que
los había de explicar; pero nadie puso en duda los
hechos, a causa de la reputación sólida de integridad,
de que gozaba el Sr. Bach.
Tras
algún tiempo, esa excitación fue sustituída por otras
noticias sensacionales, sin que aquella hubiera tenido
cualquier solución o explicación.
El
cántico fue publicado, y como en el original sólo estaba
la parte cantante sin el acompañamiento, el Sr. Bach lo
arregló con mucho gusto y discernimiento. La letra era
linda y se adaptaba al sentimiento del romance.
Estribillo
J'ay perdu
celle pour quy j'avois tant d'amour,
Elle, si
belle, avoit pour moy, chaque jour,
Faveur
nouvelle et nouveau dèsir;
Oh! ouy! sans
elle il me faut mourir.
1º. verso
Un jour,
pendant une chasse lointaine,
Je
l’aperçus pour la primiere fois;
Je croyais
voir un ange dans la plaine,
Lors, je
devins le plus heureux des Roys!
Mais!
2º. verso
Je donnerais
certes tout mon royame
Pour la
revoir encore un seul instant,
Près d'eIle
assis dessous un humble chaume,
Pour sentir
mon coeur battre en l'admirant.
Mais!
3º verso
Triste et
cloistrèe, oh! ma pouvre belle
Fut loin de
moi pendant ses derniers jours.
Elle ne sens
plus sa piene cruelle,
Ici
bas, helas!... je souffre toujours!
Ah!
Esos
versos concluyen dos alusiones especiales; una a su real
autor, enamorado de una persona vista en la ocasión de
una cacería distante, y la otra a una dama que terminó
sus días en un claustro. La publicación de los
incidentes supramencionados y del cántico misterioso dio
lugar a varias búsquedas en los anales del siglo décimo
sexto, a fin de firmar el valor de la historia del Sr.
Bach. Según los mejores biógrafos, luego quedó sabiendo
que el objeto de esa gran pasión de la vida de Henrique
había sido la Princesa Maria de Cleves, que parece haber
muerto en una abadía.
Fue
encontrado también un pasaje en la obra del laborioso
cronista, abad Lenglet Dufresnoy, la cual dice: "En 1579
Baltazzarini, célebre músico italiano, vino a Francia y
vivió en la corte de Henrique III".
Tomé
la resolución de obtener el mayor número posible de
testimonios y encontre algunos otros particulares, de
importancia.
HENRIQUE, El ÚLTIMO DE LOS VALOIS
– Ese hijo predilecto de Catalina de Medicis es más
conocido por un gran crimen de su vida: el de haber dato
su contencimiento a la masacre de S. Bartolomé, que se
efectuó por instigación de su madre y por orden de su
hermano más mayor, Carlos IX, en Agosto de 1572.
Henrique, sin embargo, no era destituido de otras
cualidades excelentes. Con la edad de diecinueve años,
ganó para el hermano las batallas de Jarnac y de
Montcontour, adquiriendo una reputación militar que le
valió la elección al trono de Polonia.
Uno
de los más minuciosos historiadores modernos dice:
"Henrique deseaba llevar una vida palaciega, dividida
entre los ejercicios piadosos y los placeres de la
ciudad, entre el retiro y la ostentación propia de la
soberana magistratura. Era poco inclinado a cultivar las
relaciones de los viejos generales, de los políticos y
hombres de saber, prefiriendo la compañía de los jóvenes
alegres y de bella apariencia, que lo imitaban en la
irreprensibilidad de los vestuarios y en el brillantismo
de los ornamentos". (*)
Eso,
sin embargo, sólo nos muestra una de las faces de su
carácter. "Su naturaleza, dice Ranke, se asemejaba a la
de Sardanápalo que, los tiempos de prosperidad, se
entregaba a la enervadora lujúria, pero, en la
adversidad, se hacía valiente y atrevido... Sus faltas
se prendían a esas dos cualidades. Su falta de
moralidade, inclinación a los placeres mundanos y
sometimiento a algunos favoritos daban lugar a un
resentimiento general y bien fundado. Ocasionalmente,
pero, él se elevaba a la altura de su vocación,
manifestando una capacidad intelectual digna de su
elevada posición; y a pesar de estar sujeto a muchas
vacilaciones, era un alma grandemente susceptible a
buenas disposiciones."
Tal
fue el monarca que, según el supuesto en el sueño del
Sr. Bach, compuso el canto elegíaco arriba referido. El
nombre de la dama, por quien él lloraba, allí no estaba
mencionado; pero, admitida la veracidad del canto, no
puede restar duda sobre su personalidad. El nombre de
Beatriz no está más íntimamente prendido a la memoria
del Dante, ni el de Laura a la del Petrarca, que el de
María de Cleves a la de Henrique III. Ninguna historia
detallada de ese tiempo, sin embargo, ningún biógrafo de
Henrique le hace alusión.
Él la
encontró, cuando era aún Duque de Anju, y pretendió
casarse; ella, sin embargo, era protestante, y él
católico, de la sangre de los Medicis. Esa diferencia de
religión, insuperable a los ojos de la Reina Madre,
parece haber sido el único motivo de no haberse
efectuado tal boda.
Ella
se casó en Julio de 1572 con el Príncipe de Condé, uno
de los principales jefes protestantes; al año inmediato,
1573, Henrique dejó Francia para subir al trono de
Polonia, llevando consigo, según Chateaubriand, el
remordimiento de la masacre de S. Bartolomé y, aún más
fuerte, el dolor de su derrota en el amor. "Él escribió
con sangre, dice ese historiador, una carta a Maria de
Cleves, primera mujer de Henrique, príncipe de Condé."
Carlos IX falleció en 1574 y Henrique regresó
inmediatamente de Polonia a París, como heredero del
trono de Francia. Un mes después de su llegada, murió
María, y esa muerte le fue un golpe tan profundo, que
pasó muchos días sin comer, encerrado en una sala
forrada de negro, y, cuando apareció, fue trayendo ropa
de luto, sembradas de figuras representando cadáveras.
Los
poetas de aquellos días hacen alusión al profundo pesar
de Henrique.
En
las obras de Pasquier, contemporáneo de Henrique, se
encuentra una monólogo sobre la muerte de María de
Cleves, que el poeta simula haber sido dicha por el
propio Rey.
Todo
eso combina perfectamente con lo que nos dice la
historia al respecto de esa dama.
MARIA DE CLEVES –
Esa princesa parece haber sido casi tan notable por su
gracia y belleza, como su tan célebre homónima, María de
Escocia.
Ella
fue objeto de admiración en la corte de Carlos IX, por
sua amabilidad y virtudes. Los poetas de entonces la
nombraban con el nombre de – La Bella María; y la
fascinación que sus encantos ejercieron sobre Henrique
fue tal que la credulidad del tiempo la atribuían a la
fetichería.
Hallaremos un testimonio sobre el carácter de esa dama y
el profundo disgusto que su pérdida causó al Rey, en el
siguiente extracto de un manuscrito tratando de los
reinados de Henrique III y Henrique IV, de Pedro
l'Estoile, Señor de Grand, caballero de noble y bien
reconocida familia, ocupando un lugar importante en la
magistratura y en el Parlamento de París; "El sábado, 30
de Octubre de 1574, falleció en París, en la flor de la
vida, dejando una hija, la Sra. María de Cleves,
marquesa d'Isle, mujer del Sr. Henrique de Bourbon,
príncipe de Condé. Ella era dotada de singular bondad y
belleza, motivo por el cual el Rey la amaba locamente,
al punto del Cardenal de Bourbon, tío político de ella,
teniendo que recibir el Rey en su abadía de
Saint-Germain-des-Prés, remover el cuerpo de la
princesa, y ordenando al Rey que no entrara mientras el
cuerpo allí estuviera. En su lecho de muerte, ella dijo
que había desposado al más generoso, pero también al más
celoso príncipe de Francia, a pesar de tener la
conciencia de nunca haberle dado el mínimo motivo para
sus celos".
No
encontré prueba positiva de haber María pasado sus
últimos días en la abadía donde su cuerpo fue sepultado;
pero hay mucha probabilidad de que eso se halla dado.
Sabemos que ella murió en París y que el marido,
príncipe de Condé, recelando que la Reina Madre
intentara contra su vida, se había, algunos meses antes,
refugiado en Alemanía, donde se conservó hasta finales
de 1575, es decir, hasta un año tras la muerte de María.
El padre de ella había fallecido muchos años antes. El
príncipe, a buen seguro, expatriándose, confió la mujer
a los cuidados del tío, el Cardenal de Bourbon. El
Cardenal, evidentemente, residía en su abadía y es
natural que allí recibiera la sobrina, huérfana y
privada de la compañía del marido. ¡Triste debía haber
sido allí su vida, ignorando el destino del esposo! Todo
eso coincide con la letra del canto.
Digamos, ahora, alguna cosa acerca del músico, cuyo
Espíritu, como dicen, se manifestó.
BALTAZZARINI –
Este nombre no se encuentra ni en la Biographie
Generale, ni en la Biographie Universale.
Después, sin embargo, de larga búsqueda, cuando yo ya
desesperaba de encontrar alguna noticia biográfica de
tal personaje, tuve la felicidad de descubrir en la
Biblioteca del Ateneo, de Boston, un diccionario francés
de músicos notables, en ocho o nueve volúmenes; y ahí
encontré el nombre del favorito de Henrique. Ahí se lee:
"Baltazzarini, músico italiano: conocido en Francia con
el nombre de Belo alegre (Beaujoyeux), fue el primer
violinista de su tiempo. El mariscal de Brissac lo trajo
del Piamonte, en 1577, para la corte de la Reina
Catalina de Medicis, que lo hizo su director de música y
primer caballero. Henrique III le confió la dirección de
las fiestas del palacio, cargo que él desempeñó siempre
a fatisfacción general. Fue el primero que tuvo la idea
de un espectáculo dramático, combidado con música y
baile".
Baltazzarini, pues, vivió en la corte de Henrique con el
apodo de Beaujoyeux (el bello-alegre). Eso queda con la
dedicatoria de la espineta, escritura por el Rey, donde
este lo llama gay mucisien, y con la escritura
por la mano del médium, donde se lee: très bon
mucisien.
No es
posible encontrar una prueba más fuerte de la
autenticidade en esos pequenos incidentes.
¿Qué
diremos ahora de la historia contada al Sr. Bach? Los
documentos que reuní, fueron para mí obtenidos por un
inglés amigo, residente en París, a quién nunca tendré
expresiones para demostrar, como deseo, mi gratitud por
su desinteresada e infatigable benevolencia y cuyo
nombre mucho desearía hacer conocido. Ese amigo,
habiendo trabado relaciones con el Sr. Bach, de él
obtuvo personalmente todas las particularidades,
confirmadas por las publicaciones periodísticas y por
los documentos que hoy poseo, como fotografías
suministradas por la obsequiosidad del Sr. Bach,
acompañadas del certificado abajo y del fac-símile de la
música original: "Es un fac-símile correcto, de la hoja
de papel de música que encontré en mi lecho, en la
mañana del 5 de Mayo de 1865. El canto y la letra son
exactamente los que había oído en sueño. - N. G.
Bach".
En
adelantamiento, el Sr. Bach, respondiendo a una
sugerencia mía, que muchos tal vez juzguen importuna, me
hizo el favor de escribirme una carta con fecha del 23
de Marzo de 1867, en la cual dice: "Atesto la existencia
del pergamino que aún se halla en mi poder, conteniendo
el verso compuesto por el rey y dirigido al célebre
músico Baltazzarini, y que fue encontrado en una
abertura secreta de la espineta que el rey le había
dado; bien así, que la comunicación anunciando la
existencia de ese pergamino y el lugar en que se hallaba
es rigurosamente real. Añado que las fotografías de la
espineta y del pergamino, así como la reproducción del
autógrafo de la música y de la letra, fueron ejecutados
com cuidado y son perfectamente exactos”.
Tal
es el caso, con todos sus importantes pormenores. Cabe
al lector decida si en tales circunstancias la
suposición de impostura es admisible.
¿Cuál
es el móvil? Ningún logro mundano había en eso. Antes
serio riesgo y, tal vez incluso, perjuicio. El riesgo de
ser embaucado, sospechado, acusado de monomania o, tal
vez, de conspirar para engañar al mundo con una serie de
combinados embustes, envolviendo una mentira sacrílega y
buscando cosas sagradas, relativas no sólo a este como
al otro mundo. Por ese modo, se corre el riesgo de
perder una reputación firmada en la integridad de una
vida larga y honrada. Y, más aún, la atracción a su casa
de visitantes inoportunos y descarados, cuestionadores,
perturbando la quietud tan querida a un sexagenário
ilustrado y estudiosa.
Si,
sin embargo, el carácter y todos los motivos imaginables
no dan lugar a sospecha alguna, las circunstancias son
de tal orden que el fraude sólo podría ser sostenido con
extremas dificultades. El amigo a quién debo mis
documentos mostró el original del cántico al Sr. D., uno
de los mayores harmonistas de nuestros días, un perfecto
tesoro de instrucción musical. Ese caballero lo examinó
como crítico y declaró que allí se veía el estilo exacto
de la época, cuya imitación exigía no sólo un gran genio
musical, como aún un estudio especial del modo de vida
de entonces. El Sr. D., que no cree en la comunicación
de los Espíritus, no buscó explicar el misterio y sólo
dijo que, a pesar de ser el Sr. Bach un insigne músico,
juzgaba absolutamente imposible fuera él el autor de
aquel cántico; y, aunque lo pudiera hacer, no lo
conseguiría en una sólo noche y sin recurrir a las
viejas autoridades.
¿Y
qué decir de las coincidencias entre las palabras del
cántico y los incidentes de las vidas de Henrique III y
Maria de Cleves? Todas las alusiones fueron
justificadas, excepto la de la cacería lejana. Dejemos
que los saduceos se mofen de la creencia en lo
invisible; confieso que tengo esa creencia, y, si algún
día tengo la oportunidad de consultar la Biblioteca del
Museo Británico o la Biblioteca Imperial de Francia,
espero verificar ese punto.
Pensad en las mínimas particularidades a que hace
referencia. ¿Podía alguien combinar un plan de
falsedades e indicaciones, de modo a explicar todas las
variaciones entre la estancia predicha y la original? ¿y
aquel (ma) tan bien explicado? - y aquel sí
tan correcto, a pesar de parecer un error? - ¿y aún las
variaciones, en el modo de escribir el nombre del
músico? - cosa muy natural, si tuviéramos en cuenta la
ortografía incierta de aquellos días, ¿pero cómo
inverosímil de ser hoy presentada? Fue sólo tras largas
meditaciones e, inductivamente, que concluí que las
palabras triste et cloistrèe estaban en perfecta
concordancia con los hechos. ¿Cómo, entonces, creer que
una remota referencia pudiera, en la noche misteriosa,
llevar al Sr. Bach a la misma conclusión?
Aún
más: si la comunicación indicando el escondite del
pergaminho fue una invención, entonces, ya el Sr. Bach
lo había encontrado, sin indicación alguna, antes de
exponer la espineta en el Museo Retrospectivo.
¿Pero, estará en los límites de lo probable, el hecho
del sorprendente descubrimiento de un tan interesante
documento haber sido calculadamente escondido por
alguien; de ser la espineta, bajo un falso pretexto,
expuesta en el museo y después presentarse a la
comunicación forjada como motivo para mandarla buscar y
en ella procederse a um pretendido examen?
No
creo que el lector desapasionado acepte tan chocantes
improbabilidades; y, si no las acepta, ¿qué interesantes
sugerencias, en relación a las comunicaciones
espirituales y a la identidad de los Espíritus, se
concluyen en la simple historia de la espineta del Sr.
Bach?
CONCLUSIÓN –
Ciertamente, cuando los datos personales de los
individuos eran muy pocos, comprobar relatos de hechos
ocurridos en el pasado será siempre un problema en
cuanto a su confirmación. Sin embargo, como los días
actuales las informaciones personales son cada vez más
detalladas (certificado de nacimiento, certificado de
boda, diplomas de todos los géneros, periódicos,
revistas y periódicos diversos), es prometedor, en
cuanto al futuro, la real posibilidad de, cada vez más,
comprobarse esos relatos. La cuestión es: quién
sobreviva verá.
Referências bibliográficas:
OWEN, R. D. Região em
Litígio entre este mundo e o outro, Rio de Janeiro:
FEB, 1982.
SAMPAIO, L. F.,
magazine, acesso em 30.06.2006 às 14h32.
(*) Ranke. (OWEN, 1982, p.
351-368.)
Traducción:
Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com