La ardilla fugitiva
En un claro del bosque habitaba una familia de ardillas
que vivía en paz y armonía. La pequeña familia estaba
formada por papá Ardilla, mamá Ardilla y un par de hijos
muy obedientes. Todos se querían sinceramente, pues
entre ellos había comprensión y amistad.
Mientras papá Ardilla salía emn busca del sustento de la
familia, mamá Ardilla se quedaba en casa cuidando a los
hijos y haciendo las tareas domésticas.
Cierto día, mamá Ardilla descubrió que iba a ser madre
de nuevo. Todos estaban muy felices. Después de todo,
los pequeños eran grandes y hacía falta un bebé en casa.
Dentro de poco tiempo, la familia creció. ¡Era un lindo
hijito!
El pequeño crecía rápido y se volvía cada vez más
exigente. La pequeña familia vivía en función de él,
cumpliendo todos sus deseos.
¡Pero no todo podía ser permitido! Y cada vez que su
mamá le llamaba la atención, él se quedaba enojado e
infeliz.
Con el pasar del tiempo, empezó a darse cuenta de que
nadie lo quería. Siempre vivían regañándolo: “¡No hagas
esto, Ardillita! ¡No hagas aquello! ¡Arregla tus cosas!”
Un día, cansado de todo y sintiéndose muy triste, se
escapó, decidido a vivir libre en el bosque. Su mamá
siempre le había advertido de los peligros que
encontraría, pero a él nunca le importó. Su papá tampoco
le había permitido jamás que se internara en el bosque
solo, preocupado por su seguridad. Ahora, sin embargo,
él era libre y no necesitaba obedecer las órdenes de
nadie.
- ¡Uff! Al fin voy a llevar la vida que siempre deseé.
Ya soy lo suficientemente grande para cuidar de mí mismo
– pensó.
Anduvo bastante por el bosque, satisfecho de la vida.
Al poco tiempo fue oscureciendo y la pequeña ardilla no
había encontrado aún donde refugiarse. Los ruidos del
bosque lo asustaban y deseó estar al lado de su mamá,
siempre tan amorosa.
Pero ahora estaba perdido.
No sabía cómo volver. ¡Y, además, tenía muchísima
hambre!
La oscuridad fue haciéndose más grande y más aterradora.
Cansado de tanto andar, Ardillita se acurrucó en el
tronco de un gran árbol y se durmió después de tanto
llorar.
En la mañanita, se levantó escuchando el ruido de las
hojas secas. Alguien se acercaba. Se levantó rápido.
¿Tal vez era alguien que podría ayudarlo?
¡Era
un lobo enorme y amenazador!
Cuando el lobo aulló, mostrando los dientes
peligrosamente, la ardillita salió corriendo lo más
rápido que pudo.
Al darse cuenta de que no estaba más al alcance del
lobo, se detuvo para descansar.
- ¡Uff!
¡Qué cansancio! – dijo más aliviado.
En eso, escuchó un ruido extraño, como si fuera una
sonaja. Miró hacia el suelo y vio una enorme cobra lista
para dar un salto. Asustado, huyó nuevamente tan rápido
como le permitieron sus piernas.
Con el corazón dando saltos y la respiración agitada, se
detuvo junto a un árbol. ¡Las piernas estaban temblando!
Se había apoyado en él para recuperar el aliento, cuando
escuchó un zumbido diferente.
¿Qué sería? Miró hacia un lado y se dio cuenta que casi
estaba tocando un
gran panal de abejas. ¡Y ellas parecían estar realmente
enfadadas!
Reuniendo las fuerzas, escapó de nuevo buscando escapar
del enjambre que venía en su dirección.
Al mirar hacia atrás, no vio un riachuelo que estaba
delante. Cayó dentro de él, quedando todo empapado.
Felizmente, las abejas lo perdieron de vista y Ardillita
pudo salir del agua
tranquilamente. Mirando a su alrededor, reconoció el
lugar. ¡Sí! ¡Estaba cerca
de casa! Con más confianza, tomó un pequeño camino y en
pocos minutos llegó al claro donde vivía.
Todos se sintieron felices y aliviados con su regreso y
lo abrazaron y besaron repetidas veces.
Más recompuesto, después de comer convenientemente,
Ardillita dijo a su mamá:
- Sabes, mamá, ¡descubrí que nada es mejor que el hogar!
Pensé que no me amaban porque vivían reprendiéndome.
Ahora sé que es precisamente porque me aman mucho que
actúan así. Pasé por muchos peligros, sintiéndome solo y
desamparado. Mientras que aquí, junto a ustedes, estoy
seguro y tranquilo.
Y la mamá, con lágrimas en los ojos, afirmó risueña:
- Es verdad, hijo mío. Nada como el amor de la familia.
Sin embargo, jamás estuviste desamparado. Dios velaba
por ti y te trajo sano y salvo para que vivamos juntos.
Y Ardillita, bajando la cabeza, dijo conmovido:
- ¡Gracias, Dios mío, por la familia maravillosa que me
concediste!
TIA
CÉLIA
Traducción:
Carmen Morante:
carmen.morante9512@gmail.com