Todos somos iguales ante Dios
Beatriz iba caminando por la calle cuando vio a un
payasito muy triste a punto de llorar. Se acercó y,
sentándose en la vereda a su lado, preguntó:
- ¡Hola! ¿Qué pasó contigo para estar tan triste,
payasito?
El niño se enjugó los ojos, y después explicó:
- ¡Es que no sé qué hacer! Mi mamá está enferma, mi papá
falleció y yo quiero ayudarla, pero no lo logro. Ella
está en cama y solo llora todo el tiempo. ¡No
puedo ayudarla!...
- ¡Ah! ¿Dónde vives, payasito?
- Vivo cerca de aquí y, para ayudar a mi mamá, vendo
algunas cosas que saqué de nuestra casa, pues somos muy
pobres.
¿Quieres ver lo que tengo para vender?
- ¡Sí quiero! ¿Trabajas en un circo como payaso?
-Trabajo, solo que el circo se irá, está desmontando, ¡y
yo me quedaré sin tener dónde presentarme!...
- No te preocupes.
Voy a hablar con mi papá y él siempre ayuda a las
personas cuando se lo pido.
¡Ven conmigo! ¡Mi casa es por allá!
Beatriz llevó al payasito hasta su casa y entraron. La
mamá de la niña estaba acabando de preparar el almuerzo
que tenía un delicioso aroma.
Al ver a su hija junto con un niño vestido de payaso, la
mamá sonrió y saludó al niño:
- ¡Bue día, niño! ¿Cómo te llamas? ¡Estoy acabando de
terminar el
almuerzo!
¿Tienes hambre?
El payasito se inclinó, saludándola como había aprendido
a hacer en el circo, y respondió:
- Sí, señora, ¡mi nombre es Bento! ¡Tengo mucha hambre!
Yo trabajaba en el circo, pero ahora ellos se irán y me
quedaré sin trabajo de nuevo. ¡Solo me dejaron quedarme
con la ropa de payaso porque no va a servirle a nadie!
- Entiendo, Bento. Yo me llamo Ana. Pero pronto
conseguirás otro trabajo, estoy segura. Ven, vamos a
sentarnos a la mesa. Acomódate ahí, al lado de Beatriz,
¡y voy a servirles!
Animado, Bento se sentó y cogió la cuchara muy
satisfecho, mientras la mamá les servía a ambos.
Entregando los platos hechos, la mamá sonrió y dijo:
- Ahora vamos a hacer una oración a Jesús, agradeciendo
por los alimentos que vamos a comer.
Papá no vendrá hoy, pues está muy ocupado.
Ellos cerraron los ojos, y la dueña de la casa hizo una
oración suplicando ayuda para su casa y para la casa de
Bento y sus familiares, dejando al niño muy emocionado.
Él nunca había orado antes del almuerzo y quedó feliz.
Después del almuerzo, la dueña de casa sirvió un postre
que había hecho ¡y que estaba delicioso! Al terminar,
Bento alzó los ojos y sonrió:
- ¡Muchas gracias, Doña Ana! ¿Sabe qué es el mejor
almuerzo que he comido en mi vida? ¡Y el postre estaba
muy bueno también! Gracias por haberme dejado almorzar
aquí en su casa. ¡Después, les voy a
mostrar lo que hacía en el circo!
Aprendí con las personas de allá.
Saliendo de la mesa, Bento pidió que ellas se acomodaran
en el sofá de la sala y salió.
Madre e hija se quedaron esperando lo que iría a hacer.
Pronto, Bento entró a la sala haciendo una presentación
muy divertida, creada por él mismo, ¡haciendo que madre
e hija rieran mucho!
Al terminar, ellas aplaudieron contentas por su
presentación.
Entonces, Bento se inclinó, agradeciendo a las damas, y
besó sus manos. Al terminar, Bento estaba contento al
ver que ellas habían disfrutado de la presentación, y
les informó
- Bien. ¡Ese era el espectáculo que yo presentaba en el
circo! Qué pena que se fue y ya no tendré dónde
mostrarlo.
- No te preocupes, Bento.
¡Nosotros mismos podemos pensar en conseguir
presentaciones para ti!
¡Incluso en la empresa de mi marido!...
- ¿De verdad, Doña Ana?
- ¡Sí! ¡Es solo hablar con él! ¡Muchas veces mi marido
promueve fiestas en la empresa y hacen
presentaciones!... Pero tenemos algo más importante que
hacer; vamos a tu casa para ver cómo está tu mamá,
Bento.
Con lágrimas en los ojos, él agradeció la gentileza de
Doña Ana y fueron hasta allá. La mamá de Bento
continuaba con mucha fiebre y no se había alimentado
todavía. Ana había llevado un recipiente con lo que
había quedado del almuerzo y se lo ofreció a la enferma,
que aceptó agradecida. Después, conversaron bastante y
la dueña de casa agradeció por el almuerzo que le dieron
a Bento y a ella misma.
- No se preocupe. Yo también fui muy pobre y sé lo
difícil que es no tener recursos para comprar alimentos.
Siempre que necesite, podrá recurrir a nosotros, ¡que
somos sus amigos! De hoy en adelante, nada faltará en su
casa, ¿está escuchando?
- ¡No sé cómo agradecerle, Doña Ana! ¡Solo le pido a
Jesús
que la bendiga!...
- No. Usted merece todo lo bueno. Todos somos personas y
tenemos derechos como seres humanos. Entonces, no
necesita agradecerme. Si yo tengo más que usted, tengo
obligación de ayudarla, ¿entendió? Entonces, no se
sienta menos que nadie. ¡Ante Dios todos somos iguales!
MEIMEI
(Recibida por Célia X. de Camargo, en 30/10/2017.)
Traducción:
Carmen Morante:
carmen.morante9512@gmail.com