¿Nos basta dejar de practicar el mal?
En el texto titulado “Introducción al Libro de los
Espíritus”, que abre la traducción d’ El Libro de
los Espíritus publicada por Lake Editora, J.
Herculano Pires escribió:
“Con este libro, a 18 de abril de 1857, rayó para el
mundo la era espírita. En él se cumplía la promesa
evangélica del Consolador, del Paracleto o Espíritu de
la Verdad. Decir eso equivale a afirmar que El Libro
de los Espíritus es el código de una nueva fase de
la evolución humana.”
En la secuencia, reportándose al Espiritismo como siendo
la tercera revelación de la ley divina, Herculano
agregó:
“La Biblia es la codificación de la primera revelación
cristiana, el código hebraico donde se hundieron los
principios sagrados y las grandes leyendas religiosas de
los pueblos antiguos. La gran síntesis de los esfuerzos
de la Antigüedad en dirección al espíritu. No es de
admirar que se presente muchas veces asustadora y
contradictoria, para el hombre moderno. El Evangelio es
la codificación de la segunda revelación cristiana, la
que brilla en el centro de la tríada de esas
revelaciones, teniendo en la figura del Cristo el sol
que ilumina las otras dos, que lanza su luz sobre el
pasado y el futuro, estableciendo entre ambos la
conexión necesaria. Pero así como, en la Biblia, ya se
anunciaba el Evangelio, también en éste aparecía la
predicción de un nuevo código, el del Espíritu de la
Verdad, como se ve en Juan, XVI. Y el nuevo código
surgió a través de las manos de Allan Kardec, bajo la
orientación del Espíritu de la Verdad, en el momento
exacto en que el mundo se preparaba para entrar en una
fase superior de su desarrollo.
Un aspecto poco comentado al respecto de algunas
diferencias existentes entre las tres grandes
revelaciones se evidencia en el modo como ellas
enfatizan los deberes que nosotros, los hombres, debemos
observar ante la ley divina.
En el Decálogo recibido en el Sinaí por Moisés, la
partícula “no” está presente en ocho de los diez
mandamientos:
-No harás imagen esculpida, ni figura alguna de lo que
está arriba del cielo, ni debajo en la Tierra, ni de lo
que quiera que esté en las aguas bajo la tierra. No
adorarás y no les prestarás culto soberano.
- No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios.
- No matarás.
- No cometerás adulterio.
- No robarás.
- No prestarás testimonio falso en contra tu prójimo.
- No desearás la mujer de tu prójimo.
- No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su siervo, ni
su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cualquiera de las
cosas que le pertenezcan.
Ya en las enseñanzas de Jesús, las acciones de carácter
afirmativo son claramente colocadas:
- Amad vuestros enemigos, haced bien a los que os hacen
mal y orad por los que os persiguen.
- Aquél que oye estas mis palabras y las practica, será
comparado a un hombre prudente que construyó su casa
sobre la roca.
- Ni todos los que me dicen: ¡Señor! ¡Señor! entrarán en
el reino de los cielos; sólo entrará aquél que hace la
voluntad de mi Padre, que está en los cielos.
Con el advenimiento del Espiritismo, las lecciones
arriba tratadas, en el sentido de la importancia de la
práctica del bien, y no sólo de la abstención del mal,
ganaron un énfasis aún más grande, como el lector puede
averiguar de acuerdo con las cuestiones d’ El Libro
de los Espíritus abajo reproducidas:
-¿Para agradar a Dios y asegurar su posición futura,
bastará que el hombre no practique el mal? “No; le
cumple hacer el bien en el límite de sus fuerzas, una
vez que responderá por todo el mal que haya resultado de
no haber practicado el bien.” (L.E., 642)
-¿Habrá quien, por su posición, no tenga posibilidad de
hacer el bien? “No hay quien no pueda hacer el bien.
Solamente el egoísta nunca encuentra ocasión de
practicarlo. Basta que se esté en relaciones con otros
hombres para que se tenga ocasión de hacer el bien, y no
hay día de la existencia que no ofrezca, a quien no se
encuentre ciego por el egoísmo, oportunidad de
practicarlo. Porque hacer el bien no consiste, para el
hombre, sino en ser caritativo, pero en ser útil, en la
medida del posible, todas las veces que su intervención
venga a ser necesaria.” (L.E., 643)
-¿Tienen, delante de Dios, algún mérito los que se
consagran a la vida contemplativa, una vez que ningún
mal hacen y sólo en Dios piensan? “No, teniendo en
cuenta que, si es cierto que no hacen el mal, también lo
es que no hacen el bien y son inútiles. Además, no hacer
el bien ya es un mal. Dios quiere que el hombre piense
en él, pero no quiere que sólo en él piense, pues él
impuso deberes a cumplir en la Tierra. Quien pasa todo
el tiempo en la meditación y en la contemplación nada
hace de meritorio a los ojos de Dios, porque vive una
vida toda personal e inútil a la Humanidad y Dios le
pedirá cuentas del bien que no hubiera hecho.” (L.E.,
657)
Traducción:
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br