El
caballito insatisfecho
A pesar de vivir en una linda caballeriza llena de
comodidades, el caballito estaba siempre insatisfecho.
Tenía un gran campo verde para cabalgar y jugar con sus
amigos, donde no le faltaba hierba tierna y suave para
su alimentación y agua pura y limpia para beber en un
arroyo cercano.
Y cuando la noche llegaba, regresaba a la caballeriza,
donde un montón de paja nueva y seca le servía de lecho,
mientras que por la ventana abierta podía ver las
estrellas brillando en el cielo, allá lejos.
Juan, un servidor amigo, lo bañaba regularmente,
cepillando su pelo con cuidado y dejándolo brillante y
sedoso. Sin embargo, no estaba contento y pasaba el
tiempo quejándose de la vida.
Se quejaba de tener que levantarse temprano, de la
hierba que no estaba tan verde y blanda, del agua que
alguien había enturbiado, del colchón de paja dura.
Cuando el empleado venía a bañarlo, se quejaba de que el
agua estaba muy fría, y que el cepillo, muy duro, lo
lastimaba.
Un día, cuando Juan llegó sonriente a atenderlo, lo
encontró con un humor peor que de otros días. Sin
querer, el empleado se descuidó y el balde de agua cayó
sobre la pata del caballo. Inmediatamente, el animal
reaccionó, irritado, dándole una coz al pobre servidor y
diciendo de mala manera:
- ¡Inútil!
Cayendo de mala forma, el muchacho no pudo levantarse, y
gritó pidiendo ayuda.
Cuando fueron a ayudarlo, viéndolo en el piso,
preguntaron:
- ¿Qué pasó, Juan?
Gustándole realmente el caballito y no deseando que
fuera castigado, respondió:
- No fue nada. Me caí y me lastimé la pierna.
Llevado a un hospital, constataron que Juan se había
fracturado un hueso de una pierna y habría que
enyesarla. Durante un mes tendría que hacer reposo y no
podría trabajar.
Al día siguiente, otro empleado quedó a cargo del
cuidado de los animales, sustituyendo a Juan en sus
funciones.
Siendo muy perezoso, el nuevo empleado no se preocupaba
por nada.
Se olvidó de soltar a los animales para que pasearan por
el campo, no cambiaba el agua de los bebederos, no
sacaba la paja vieja reemplazándola por nueva y no le
gustaba bañarlos, dejándolos sucios y malolientes.
Como el caballito se quejaba del tratamiento que le
estaba dando, pues vivía lleno de moscas, también
recibió algunos latigazos en el lomo, que lo dejaron
herido. Asustado, viendo que nunca había sido lastimado,
el caballito se quedó con miedo y nunca más se quejó de
nada.
Recordaba, sin embargo, con profunda nostalgia al
servidor amigo que los trataba siempre con bondad y
nunca dejaba que nada les faltase. En la noche, solo,
mirando a las estrellas, lloraba de tristeza en su lecho
sucio y maloliente.
Cuando Juan regresó, después de treinta días, fue
recibido con un relincho feliz. El caballito recostó la
cabeza em su pecho, satisfecho por el regreso del amigo.
El empleado se extrañó de la actitud cariñosa del
animal, antes tan malhumorado, y se compadeció de su
aspecto, pues hacía perdido el aire altivo, manteniendo
la cabeza gacha; estaba sucio y su pelo herido sangraba,
mordido por los insectos que se posaban en su cuerpo,
atraídos por la suciedad.
Lleno de compasión, abrazó al caballito, que suspiró
feliz. Enseguida lo lavó, cuidó de las heridas y cepilló
el pelo, que volvió a tener, en parte, el aspecto
brillante y sedoso. Cuando
acabó, miró alanimal,
exclamando:
- Listo. ¡Ahora ya estás con mejor aspecto!
El caballito, que había tenido mucho tiempo para pensar
durante esos treinta días, le habló conmovido,
demostrando humildad:
- Te agradezco tu cuidado y atención. Fue necesario que
yo sufriera para saber valorar tu amistad. Ahora
comprendo que fui rudo y malcriado contigo, y que fuiste
bueno conmigo. Perdóname la coz que te di. Eso no pasará
nunca más.
Hizo una pausa y, mirando su amigo con los ojos húmedos
de emoción, concluyó:
- Aprendí que es necesario saber agradecer todo lo que
tenemos. Dios me dio una buena vida donde nada me
faltaba, pero yo vivía insatisfecho con todo. Fue
necesario que las cosas empeorasen para que yo pudiera
darme cuenta que era feliz. Entendí, también, que es
necesario saber respetar a los otros si deseamos ser
respetados.
Tia Célia
Traducción:
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com