Ayúdate y el cielo te ayudará
Bastante conocida
de todos, la máxima “Ayúdate y el cielo te ayudará” fue
objeto de extenso comentario hecho por Allan Kardec en
el cap. XXV d’ El
Evangelio según el Espiritismo.
Análoga a la máxima “Buscad y encontraréis”, atribuida
a Jesús, ella constituye, en verdad, el principio de la
ley del trabajo y, por consecuencia, de la ley del
progreso.
Ayúdate –
o buscad – he aquí la parte que nos compite,
señalando que es necesario que nos esforcemos para que
las cosas se ajusten y consigamos concretizar nuestros
proyectos.
El vocablo cielo, presente en la frase, simboliza
la Providencia divina, el conjunto de los bienhechores
de la Humanidad que actúan de forma decisiva para que el
individuo diligente, responsable y consciente de sus
deberes consiga reunir los recursos de que necesita
frente a su programación reencarnatoria.
Muchas personas, sin embargo, no entienden como eso se
da. ¿Será solamente por medio de la inspiración? ¿O
dispone la Providencia divina de otros medios?
Es evidente que la llegada de un niño al escenario
terrestre es precedida de una serie de medidas.
Determinado Espíritu debe reencarnar. ¿Dónde? ¿En qué
familia? ¿Para qué? ¿De qué recursos será dotado?
Se ve que no se averigua ahí sólo un caso de
inspiración, pues realizaciones concretas, tomadas antes
mismo del nacimiento del niño, son viabilizadas.
El niño entonces nace, desarrollase y se torna adulto y,
como tal, tiene muchas veces delante de sí desafíos,
pruebas, vicisitudes que es necesario enfrentar y
superar.
La Providencia divina se vale entonces, en algunos
casos, del recurso de la inspiración, sea aprovechando
los momentos de la oración, en que nos sintonizamos con
el Alto, sea en los minutos de libertad que el sueño
corpóreo nos propicia todas las noches.
La ayuda, no obstante, no se reduce a eso, porque puede
requerir medidas que, en algunos casos, van mucho más
allá que, ignorantes del que pasa en el mundo invisible,
imaginamos. Es así que, accionando los bienhechores
espirituales, la Providencia divina cuida para que se
realicen encuentros, muchos de los cuales atribuimos a
la pura casualidad, y mismo la reprogramación
reencarnatoria, cuyo propósito es que tengamos en el
curso de nuestra existencia corpórea las condiciones
necesarias para que alcancemos la meta trazada.
He aquí un ejemplo sacado de la obra Misionarios de
la Luz, de André Luiz, psicografada por el médium
Chico Xavier.
Raúl, entonces casado con Ester, se suicidó. Se supo
después que su acto ocurrió de un fuerte sentimiento de
culpa que resultó de un crimen por él cometido, agregado
de la acción obsesiva ejercida por su víctima, ahora en
la vida espiritual. La familia de Ester, constituida de
la viuda, tres hijos y una pareja de ancianos, se quedó
de repente en total desamparo y era necesario que la
Providencia divina actuase.
Los bienhechores espirituales, conforme relatado por
André Luiz, fueron incumbidos de ayudarla. Cupo la tarea
a una entidad de nombre Romualda. En primer lugar, era
necesario promover el encuentro de Ester con el marido,
encuentro ese que transmitió a la viuda un sentimiento
de paz y esperanza, fundamental en casos así. Pero se
hacía necesario algo más. Al final, los rendimientos de
la casa habían cesado con la muerte de Raúl.
Romualda diligenció entonces para realizar la segunda
parte de su tarea: la colocación de Ester en un trabajo
digno. Ante la sorpresa de André, ella explicó: “Cuando
los compañeros terrestres se hacen merecedores, podemos
colaborar en beneficio de ellos, con todos los recursos
al nuestro alcance, desde que nuestra cooperación no les
priva de la libertad de conciencia”.
Fue lo que ocurrió en la semana siguiente. André estaba
en casa de Ester cuando Romualda entró acompañando una
distinta dama que venía al encuentro de la viuda para
ofrecerle trabajo honesto en su taller de costura.
¿Cómo Romualda – una entidad desencarnada – llegó hasta
la empresaria? ¿Y de qué modo despertó en ella la idea
de contratar Ester?
Quien es espírita no ignora como tales cosas se dan,
porque los espíritas conocen ciertamente lo que los
instructores espirituales enseñaron a Kardec al respecto
de la acción de los desencarnados sobre nosotros, como
adelante se le:
¿Influyen los Espíritus en nuestros pensamientos y en
nuestros actos?
“Muchos más de lo que imagináis. Influyen a tal punto,
que, de ordinario, son ellos que os dirigen.” (El
Libro de los Espíritus, cuestión 459.)
¿Juntamente con los pensamientos que nos son propios,
otros habrá que nos sean sugeridos? “Vuestro
alma es un Espíritu que piensa. No ignoráis que,
frecuentemente, muchos pensamientos os acoden a un
tiempo sobre el mismo asunto y, no raro, contrarios unos
a los otros. ¡Muy bien! En el conjunto de ellos, están
siempre mezclando los vuestros con los nuestros.
Entonces la incertidumbre en que os veis. Es que tendéis
en vosotros dos ideas a combatirse.” (Ídem,
cuestión 460.)
Traducción:
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br