Fósforos de color
Caminando por la calle, Laurita iba dándole vueltas a
sus pensamientos.
Estaba enojada porque deseaba mucho un vestido nuevo que
había visto en una tienda y no podía comprarlo.
Se lo pidió a su mamá, imploró, pero la respuesta había
sido siempre la misma:
- No, hija mía. No tenemos dinero ahora. ¿Tal vez en
otro momento?
La
niña pataleó,
exigente:
- No. ¡Lo quiero ahora! Después, ese vestido ya no
estará en la tienda. Y es lindo, mamá. ¡Yo quiero,
quiero y quiero!
- Pues no lo tendrás, Laurita. En este momento dispongo
de poco dinero y no puedo gastar lo que tengo para
atender un capricho tuyo.
La niña lloró, hizo berrinche y pataleó, gritando
inconforme:
- ¡Pero yo lo quiero!
Sin embargo, a pesar de toda la presión de Laurita, la
mamá no cedió, continuando firme. Ella habló con su
papá, creyendo que sería más fácil. Se acercó a él
mimosa, como siempre hacía cuando deseaba algo, se sentó
en su regazo y pidió, con voz suplicante:
- Papá, ¿puedo comprar un vestido que vi en la tienda?
¡Es lindo!
Aun así, la respuesta fue la misma: No. Laurita fue a su
cuarto malhumorada, lloró, pero tuvo que conformarse
porque los papás no irían a cambiar de idea.
Algunos días después, Laurita amaneció con fiebre. Doña
Isabel, cuidadosa y preocupada, no permitió que su hija
vaya al colegio, obligándola a permanecer en cama.
Como la fiebre no disminuía, la mamá llevó a Laurita al
médico. Estaba con principios de neumonía.
Por más de una semana, la niña se quedó en cama, tomando
remedios y quejándose por no poder salir de casa e ir al
colegio.
- ¿Voy a estar bien pronto, mamá? – preguntaba ella. –
¡Se acercan las fiestas de junio en el colegio y no
quiero faltar!
- Vamos a ver. Depende de ti,
hija mía.
Si tomas todos los remedios y te quedas en cama en
reposo, ¿quién sabe?
Esa semana se demoró en pasar. Laurita, aunque
inconforme, tuvo que obedecer. Para pasar el tiempo,
jugaba a las damas con los amigos, veía televisión y,
cuando estaba sola, leía, leía mucho.
Ella, que nunca se había interesado mucho por la
lectura, leyó libros que hablaban de cosas que son
realmente importantes en nuestra vida y que debemos
valorar, como la familia, la salud, la educación.
Al mismo tiempo, Laurita no pudo dejar de notar que sus
padres estaban gastando bastante en ella: tenían que
pagar la consulta médica, comprar remedios y hasta una
alimentación mejor que ella necesitaba para recuperarse.
Preocupada, preguntó a su mamá:
- ¡Mamá, dijiste que estabas sin dinero y ahora tienes
que gastar tanto por mí! ¿Dónde conseguiste el dinero?
- Es que la salud, hija mía, es muy importante para
nosotros y para eso siempre encontraremos una manera. Es
diferente a comprar ropa, que no es necesaria y podemos
prescindir de ella.
Una semana después, la niña estaba diferente, más
tranquila, más serena.
Llegó el día de las fiestas de junio del colegio.
Laurita, recuperada, se arregló y fue muy feliz a la
fiesta para encontrarse con los compañeros y amigos.
Allá, paseando entre los puestos iluminados, las carpas
adornadas, las banderitas, miró a su mamá, sonriente y
dijo:
- Sabes, mamá, aprendí mucho en estos días. Aprendí que
existen cosas que son realmente importantes. Como la
salud, por ejemplo. Me quedé enojada por no poder
comprar esa ropa nueva que yo deseaba tanto, ¡pero ahora
ya ni me acuerdo de ella!
Mirando a un compañero que rasguñaba fósforos de color,
le explicó:
- Aprendí que hay cosas en la vida que son como los
fuegos artificiales: después de quemarse, no queda nada.
Son bellos, luminosos, coloridos, pero son solo para un
momento. No duran.
Dejó de hablar, miró a su mamá con la mirada cariñosa y
agradecida, completando:
- Pero el amor, eso dura para siempre.
Tia Célia
Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com