Delante de los diversos acontecimientos “negativos” que
han asolado la humanidad, miles de sujetos se encuentran
sumergidos (cómo guerreros) en las sendas de las
iniquidades que atraviesan el campo social. Tal
situación hace parecer que la pregunta de arriba pasa de
una simple pregunta, o de una simple duda, para volverse
uma afirmación.
Y esa afirmación ha ganado fuerzas en nuestro día a día,
justamente por recibir diversas informaciones basadas en
ideas que nos llevan a pensar: ¡solamente dificultades
están por venir! Y eso nos conduce, obviamente, a
interpretaciones negativas, a los mal entendidos que se
hacen acerca de la vida, tocando, inclusive, en lo que
es (o puede ser) la felicidad. Se puede llegar hasta
pensar que ella realmente no existe en una sociedad que
está con heridas morales tan graves así.
Aún delante de todo ese negativismo, diversas sectas,
religiones y doctrinas, como el propio Espiritismo1,
parecen andar en “contramano” de esa pregunta que se
hace afirmación en el día a día de las personas. Ahora,
en “contramano” por el hecho de que mientras los
acontecimientos insisten en colocar en nuestras mentes
que la felicidad parece ser un estado inalcanzable, los
fundamentos, las posturas intelectuales y morales, el
conjunto de principios de esos campos, que creen en un
ser superior, parecen apuntar para una certeza: ¡sí, la
felicidad existe y ella puede ser alcanzada!
Pero a mi me gustaría llamar la atención para el
Espiritismo, principalmente para dos puntos que, a mi
ver, son fundamentales para sentir/vivir la tan aclamada
felicidad: la responsabilidad que tenemos sobre nosotros
mismos en relación a la vida y la relación del
tener versus ser.
De cuño filosófico-religioso, la Doctrina de los
espíritus nos hace pensar el propósito de esos dos
aspectos, en cuánto ellos son significativos para
comprender la propia existencia humana. Sólo
podemos, pues, sentir/vivir la felicidad al conocernos
(incluso un poco) nosotros mismos, nuestro sentido
existencial.
Comencemos, entonces, por la responsabilización. Con el
Espiritismo vemos cuánto es preciso encarar a nosotros
mismos en relación a la vida y cuánto ese (auto)examen
tiene el poder de transformar nuestro día a día, de
cambiar el guión de nuestra historia. Tal vez sea por
eso que Allan Kardec relata en la obra El espiritismo
en su más simple expresión (2016, p. 26) que:
Con ese conocimiento [sobre el Espiritismo, sobre
nuestra existencia, sobre nosotros mismos que] podemos
saber cuál será nuestra condición de felicidad o de
infelicidad en la vida futura, así como la causa de
nuestros sufrimientos actuales, y la manera de
aliviarlos.
En el recorrido del estudio espírita son realizadas
serias discusiones emprendidas por Allan Kardec,
subsidiadas por los Espíritus que, a lo largo de sus
obras, desvelan, anuncian y denuncian, a la vez, un
nuevo prisma: somos efectos de nuestras propias
elecciones; es decir, somos arquitectos de nuestros
destinos. Por eso que para transformarse es preciso,
ante de todo, conocer (-se).
Luego, no podemos mirar para la vida que estamos de modo
inocente; fuimos nosotros, con nuestras propias manos,
que construimos nuestro presente. Presente que trae, de
manera silenciosa, las sombras y luces de nuestras
actitudes y elecciones realizadas en nuestro pasado. De
tal modo, nuestro pasado se hace vivo en el presente, y
es en nuestro presente, en el ahora, que construimos,
sin duda, nuestro futuro.
Esa idea lanza luces en nuestras vidas, como proyectores
con una intensa claridad que nos lleva a comprender la
razón de nuestros afectos como también de nuestros
desafetos, de nuestros sufrimientos y, así pues, de la
felicidad. Por lo tanto, nada es por casualidad. No
recibimos cosas buenas o cosas malas de la nada.
Luego, si somos efectos de nuestras propias elecciones (im)
pensadas, es un absurdo imaginar que para ser feliz no
tenemos responsabilidad alguna. Sí, nosotro tenemos. Si
asumiéramos para nuestra vida que somos responsables por
aquello que tenemos y por lo que cogemos no sería osadía
ninguna decir que la felicidad es sí un estado
alcanzable, una vez que depende de nosotros.
Y al asumir ese paradigma como una verdad, ya no seremos
más “engañados” de que la felicidad nos será simplemente
donada o encontrada en situaciones efímeras, a fin de
cuentas: ¿Quién consigue recibir un salario (grandioso)
antes de mucho trabajo? ¿Qué estudiante pasa en un
examen y un concurso sin diversas horas de dedicación y
estudio? ¿Cuál casa comienza su construcción por el
tejado? ¿Qué corredor alcanza la línea de llegada con
sólo un paso dado?
Somos los responsables por todo lo que conseguimos
cautivar con nuestras actitudes rutinarias. Debemos,
urgentemente, parar de culpar al otro (vecino, jefe,
hermano, esposa, marido...) para asumir nuestra propia
responsabilidad ante las dificultades de la vida. Tanto
es que Allan Kardec, en la obra Que es el espiritismo
(p. 151), respuesta de la pregunta 100, el codificador
nos trae un esclarecimiento al decir que:
[...] Las almas que se manifiestan nos revelan sus
alegrías o sus sufrimientos, según el modo en que
emplearon el tiempo de vida terrena; en esto tenemos la
prueba de las penas y recompensas futuras.
Ahora, esa ejemplificación está conectada con la idea de
responsabilización de sí mismo, pero, con certeza,
también tiene relación con el encarar a sí mismo,
lo que son dos cosas completamente diferentes. Tal vez
esta última pueda ser la cosa más difícil a hacerse.
A esta altura es evidente que la felicidad sólo se
consigue con mucho esfuerzo, con mucho cambio, pues es
una construcción constante de nuestro estado interior. Y
ese cambio no es en el otro, no es en el empleo; no está
en la búsqueda de placeres desenfreados que sólo nos
hielan las tristezas por un instante. Ese cambio
está en nosotros, en elecciones mejores, en
posicionamientos más afirmativos.
Y con esa mejoría en nuestro yo no ocurrirá más la
tendencia de confundir momentos pracenteros - que sólo
hacen justicia aquí en la Tierra – con la felicidad.
Quién sabe si es por esa razón que Allan Kardec afirma
que la felicidad no es de este mundo, como lo hace en el
Evangelio Según el Espiritismo, capítulo V, ítem
20 (2013, p. 92). Ahora, pienso que si los mundos
regenerados representan la aurora de la felicidad
perfecta, y aún estamos en la fase de expiación y
pruebas, obviamente que la felicidad constante aún está
por venir, pero compite a nosotros nos aproximemos cada
día más a ese objetivo o de estacionar (KARDEC, 2013, p.
64).
Estaría yo, aquí, defendiendo la imposibilidad de ser
felices en la Tierra. De manera alguna. Veamos a,
Divaldo Franco, en el Programa Transición, del día 14 de
noviembre de 2010, parte 1-2, nos ayuda a pensar acerca
de ese punto diciendo que
[...] vivimos en un mundo relativo y la felicidad sería
una grandiosidad permanente. Desde que vivimos en lo
relativo, vivimos en lo inestable. La felicidad debe ser
estable. ¿Pero porque, entonces, esa relatividad?
Porque confundimos placer con felicidad.
En esa explicación es posible analizar que la felicidad
plena no es de este mundo, pero se inicia en él; ella no
es sólo una promesa. Ella es real y puede ser alcanzada;
sin embargo, solamente por aquellos que sean, mientras
sean autores de su propia historia, conquistadores de
ese estado.
Además de eso, Divaldo Franco continúa explicando que la
confusión que hacemos entre placer y felicidad puede
estar relacionada con la esclavización de nuestras ideas
a cosas pasajeras. Ejemplo de eso es que, para muchos,
la felicidad aún está relacionada al tener y al no tener:
quiero tener éxito, quiero estar casado, quiero tener
una casa grande, quiero tener un cuerpo bonito...
Aquí se adentra la cuestión del tener
versus ser. Tenemos que alertarnos para
eso a fin de no hacernos esclavos del tener (queremos
tener un buen empleo, tener éxito, tener un amor, tener
salud, tener una casa confortable, un coche, o sea,
tener, tener, tener y tener) para comprender que
necesitamos “ser” antes de tener.
Podemos adquirir todo lo que anhelamos, pero con una
mirada sin educar para la esencia de la vida, si nos
preocupáramos solamente con el tener obviamente
estaremos lejos de generar el mecanismo al cual llamamos
felicidad. Prueba de eso está nuestro día a día. El
número de suicidas, de depresivos, de ansiosos está cada
día más alto. Hay personas que tiene un coche
maravilloso, una casa lindísima, una esposa o un marido
cariñoso, pero que aún así no son felices.
Como un gesto que reeducación íntima, tal vez ese
proceso tarde horas, días, dos años y (re)encarnaciones,
pero eso no importa. No vamos a preocuparnos con la
velocidad, más con la calidad. Tanto es que Allan Kardec
nos ayuda a
recordar en El Libro de los Espíritus (2004, p.
456), en los comentarios de la cuestión 798, que el
progreso lleva tiempo; las cosas nunca van a ser
modificadas de súbito.
La urgencia de una nueva forma de ver las cosas nos toca
a la puerta. Vamos a avanzar, vamos a cambiar posturas,
revaluar gustos, maneras, afectos. Pienso que nuestra
forma de ver la felicidad cambiará también.
Digo más: no existe una receta específica para todo eso,
pero existe un camino, una dirección. Jesús, los
apostoles (y muchos otros que vinieron antes De él, que
prepararon el terreno para su llegada), así como Kardec
y muchos otros que surgieron tras el propio codificador,
hicieron su parte para alertarnos. ¿Y nosotros? ¿Será
que hacemos la nuestra?
Con el conocimiento acerca de la vida, de nuestra
existencia, sumado a nuestra fuerza de voluntad, el
“facilitador” de ideas, el Espiritismo, sirve como una
brújula para apuntar posibles caminos que nos conduzcan
a una manera de generar aperturas, de entrada en nuestra
forma de mirar, después en nuestra conciencia para que,
un día (no muy distante), volvamos realmente a la
práctica de una mejor vivencia para con nosotros y,
consecuentemente, para con el otro, es decir, con
nuestro prójimo.
En suma, vamos alentarnos para esa responsabilidad que
tenemos con nosotros mismos y, por medio de eso,
trabajar para alcanzar nuestra felicidad en las pequeñas
cosas, para nuestra mejoría moral. Cuando uso el pronome
posesivo “nuestra” es justamente en razón de que nadie
sea el responsable por quién somos, pelo que sentimos y
por lo que nos volvemos. Vamos a estudiar para crecer
intelectual y moralmente.
Vamos a parar de sabotearnos, de boicotear nuestras
propias oportunidades. Vamos a ser caritativos para con
nosotros, reconociendo nuestros límites, liberándonos
poco a poco de nuestras imperfecciones. De esa manera,
además de desarrollarnos socialmente, será posible ver
que la lucha por nuestros sueños no es vanamente y que,
ciertamente, cada uno de nosotros puede ser mejor hoy de
lo que fue ayer. Crea, ese sacrificio personal es
intransferible, pero él va a ayudarnos a progresar,
comenzando con la conciencia de que somos los héroes,
pero también los verdugos de nuestra propia trayectoria.
Y al asumir esa postura, sin depender psicológicamente
del otro, la materialización de ese sentimiento divino
que es la felicidad no estará más en las manos de nadie,
en un momento o en un bien material; estará latiendo en
nuestros corazones.
1
Apunto el Espiritismo con letra mayúscula por el hecho
de reconocerlo, por encima de todo, como una ciencia,
especialmente por los contornos, los trayectos de las
investigaciones que fueron lideradas por Allan Kardec (pseudónimo).
Referências:
FRANCO, Divaldo. Felicidade. Disponível em:
https://goo.gl/QFKKGv.
Acesso em: 12 jan. 2018.
KARDEC, Allan. O
Livro dos Espíritos. Disponível em:
https://goo.gl/6RLReB.
Acesso em: 12 jan. 2018.
______. O Evangelho segundo o Espiritismo: com
explicações das máximas morais do Cristo em concordância
com o espiritismo e suas aplicações às diversas
circunstâncias da vida. 3. ed. Trad.: Guillon Ribeiro.
Brasília: FEB, 2013
_______. O que é o Espiritismo. Trad.: Redação de
Reformador. Brasília: FEB, 2013.
_______. O Espiritismo em sua mais simples expressão.
Trad.: Milton Felipeli. São Paulo: Letras e Textos
Editora, 2016.
Willian Diego de Almeida, profesor universitario,
escritor y conferenciante espírita, reside en la ciudad
de Bauru (SP).