El recién nacido
En una región muy distante, vivía un hombre muy pobre.
Un día, andando por el bosque buscando leña para vender,
al borde del camino encontró una cesta y, dentro de
ésta, vio un niño.
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Oyó el llanto débil del recién nacido, que estaba
cuidadosamente envuelto en una manta y, lleno de
compasión, cogió al pequeñito, acunándolo en su pecho.
De corazón generoso, inmediatamente decidió llevarlo a
su casa. Le preocupaba, sin embargo, la pobreza extrema
en la que él vivía. ¿Cómo cuidar al bebé y proveer sus
necesidades, él, a quien muchas veces le faltaba qué
comer? ¿Quién sabe alguien con más recursos, que pasara
por ese camino, podría quedarse con él y darle una vida
mejor?
Pero, al escuchar los lamentos del niño que lo miraba
con ojitos vivos, comentó en voz alta:
- No puedo abandonarlo aquí expuesto a los peligros.
¡Dios me va a ayudar! Además, siempre quise tener un
hijo. Mejor dividir con este niño mi pobreza que dejarlo
entregado a un destino incierto.
Como si entendiera la decisión que el leñador había
tomado, el recién nacido se calmó y durmió tranquilo.
Llegando a su casa, el hombre abrió la puerta y dijo:
- ¡Mujer, mira lo que traje!
La esposa, curiosa, se acercó y abrió el bulto que el
marido traía en los brazos. El
recién nacido dormía serenamente, y su corazón se
enterneció. Llena
de alegría, exclamó:
- ¡El hijo que siempre quisimos tener! ¡Dios escuchó
nuestras oraciones!
Al mismo tiempo, consciente de la miseria en la que
vivía, preguntó, afligida:
- Pero ¿cómo vamos a cuidar al bebé, Juan? ¡No tenemos
comida ni para nosotros! ¡Y
un niño necesita cuidados especiales!
Confiado, el marido respondió:
- No te aflijas, Ana. Si el Señor nos mandó este bebé,
de seguro nos dará los medios para sostenerlo.
Era un niño y le dieron el nombre de Bienvenido.
A partir de ese día, todo cambió. La casa, antes triste
y sin vida, se volvió alegre y llena de risas. Juan, con
más estímulo para trabajar, ahora no se limitaba a
buscar leña en el bosque para vender. Buscaba
otras fuentes de ingresos.
Sabiendo del niño, un agricultor de las cercanías les
vendió una cabra a un precio accesible que Juan podría
pagar como pudiera. Así estaba garantizada la leche del
bebé.
La vida estaba cambiando. Pero eso no bastaba. ¿Qué
más podría hacer?
Juan, en el zaguán de la puerta de su casa, miraba el
terreno que se extendía frente a él y pensó que podría
cultivarlo. Así, tendrían verduras, legumbres y tal vez
algunas frutas. No lo pensó dos veces. El hombre que les
había vendido la cabra les consiguió también semillas e
injertos diversos, satisfecho por verlo interesado en el
trabajo.
Juan cogió el machete y derrumbó algunos árboles,
limpiando el terreno. Después, hizo canteros y puso las
semillas en el suelo. Plantó los injertos y cuidó de
ellos con mucho amor. Pronto, todo estaba diferente. A
medida que Bienvenido crecía, fuerte y saludable, las
plantas igualmente se desarrollaban en la tierra fértil.
En poco tiempo, en el terreno, antes sin cultivos y
abandonado, las legumbres y las verduras surgían,
encantando la vida y trayendo riquezas. Los árboles
frutales pronto comenzaron a producir: ahora tenían
plátanos, naranjas, manzanas, mangos y limones por
doquier.
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Como la producción era grande, además de tener
alimentos, Juan pasó a vender las frutas, las legumbres
y las verduras excedentes.
Con el corazón alegre por las nuevas funciones como
madre, transformando su casa en un hogar, Ana pasó a
cuidar con más cariño la morada, siguiendo el ejemplo
del marido, plantando un jardín y cultivando flores que
embellecían y perfumaban el ambiente.
Bienvenido crecía aprendiendo a trabajar con el padre.
Era un niño vivaz e inteligente. Todavía pequeño, Juan
le contó cómo lo había encontrado abandonado y la
satisfacción de traerlo a casa, afirmando siempre:
- Tu eres nuestro hijo muy querido. Fue Dios quien te
mandó a nosotros.
El tiempo pasó. Bienvenido comenzó a frecuentar la
escuela en la aldea. Juan y Ana insistían firmemente en
que su hijo no sería un analfabeto como ellos.
Pero, a pesar de que se consideraban ignorantes,
supieron dar al niño nociones realmente importantes para
su vida, como el amor a Dios y el Evangelio de Jesús. Y
él creció sabiendo valorar la honestidad, el trabajo, el
respeto al prójimo, el perdón de las ofensas y, por
encima de todo, el bien.
Ya joven, Bienvenido se fue a vivir a una ciudad grande
para continuar sus estudios. Terminando el curso, con
gran satisfacción de sus padres, regresó a casa y dijo,
emocionado:
- Papá, no sé cómo agradecerles todo lo que hicieron por
mí. Siendo un niño abandonado, podía haber muerto de
hambre y de frío, pero gracias a su bondad vine a esta
casa como el hijo que tanto ha recibido de ambos. Todo
lo que soy hoy se lo debo a ustedes. ¡Muchas
gracias!
Enjugando las lágrimas, Bienvenido miró a su padre, ya
viejito y encorvado, abrazándolo con profundo amor.
Conmovido, Juan cogió al hijo de la mano y lo llevó
fuera de la casa, donde se vislumbraba un lindo
panorama: muy cerca, el jardín lleno de flores coloridas
y perfumadas; un poco más lejos, del lado izquierdo, los
árboles del pomar, cargados de frutos. Del lado derecho,
hasta perder la vista, la huerta, donde las verduras y
las legumbres producían abundantemente.
- ¿Estás viendo todo eso, hijo mío?
- Si, padre mío. Es una imagen que no me canso de
admirar. ¡Qué bonita es nuestra propiedad!
- Pues bien. Nada de esto existía antes de que tú
llegaras acá. Tu madre y yo, viejos y cansados de la
vida, no teníamos disposición para luchar. Hasta
pasamos hambre.
Hizo una pausa, se limpió una lágrima, y prosiguió:
- Cuando tú llegaste, hijo mío, nos llenó de esperanza y
de nuevos ánimos. Necesitábamos alimentarte, vestirte,
cuidarte. Para eso, tuve que trabajar mucho. Pero
el resultado ahí está.
Abrazando a su hijo con inmenso cariño y justo orgullo,
señaló las tierras cultivadas:
- Entonces, ¡te debemos a ti todo esto! Y todavía te
debo más. ¡Te debo a ti, hijo mío, la oportunidad y la
bendición de ser llamado PADRE!
La mamá, que lloraba conmovida, se acercó también y
permanecieron abrazados por largo tiempo.
Tía Célia
Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com