El Espantapájaros
En una huerta, cercado de montones de verduras, vivía un
Espantapájaros.
Pierna de palo, relleno de paja que se escapaban por
aquí y por allí, brazos abiertos, allí se quedaba él con
lluvia o sol, frío o calor.
Vistiendo una vieja chaqueta gastada y toda remendada,
sombrero de paja en la cabeza, asustaba a quien se le
acercara.
Los niños, con miedo, le tiraban piedras; los pequeños
animales huían despavoridos cuando él se balanceaba al
viento; y los pajaritos no osaban llegar cerca,
temerosos también de su presencia.
Y el pobre Espantapájaros se sentía muy infeliz así,
aislado de todos, considerándose rechazado e inútil.
Con sus enormes ojos de botón, veía al hombre con una
azada en la mano cavando la tierra, tirando las semillas
al suelo, colocando estacas en los pies de tomates y de
arvejas, arrancando las malas hierbas, muy cansado y
cubierto de sudor. Tenía un deseo inmenso de ayudar,
pero no podía salir de su lugar, siempre en la misma
posición.
El
tiempo pasó…
Las semillas florecieron, los tomates y arvejas
maduraron; las zanahorias, las coles y las lechugas ya
estaban en su momento de ser cosechadas.
Un día, llegó el dueño de la huerta trayendo a su hijo
de la mano y un bulto debajo del brazo. El hombre habló
con mucho cariño, mostrando la huerta al niño:
- Mira, hijo mío, ¡que bella está nuestra plantación!
Las hortalizas y las legumbres crecieron fuertes y sanas
y, ahora, listas para ser cosechadas y servir de
alimento a mucha gente. Pero todo eso se lo debo a
alguien sin cuya inestimable ayuda no lo habría
conseguido. Alguien que siempre estuvo firme en su
puesto, que nunca abandonó la tarea que le fue confiada.
Alguien que, antes de la aurora, ya estaba trabajando y
que, cuando el sol se ocultaba en el horizonte, todavía
estaba firme en su lugar.
Y, para sorpresa del muñeco, que acompañaba la
conversación muy interesado, él concluyó, señalándolo:
- ¡Mi amigo,
el Espantapájaros!
Y ese pobre muñeco, cuyo corazón estaba hecho de paja,
se quedó emocionado y hasta sintió lágrimas que
humedecían sus ojos de botón.
Acercándose con una sonrisa cariñosa y agradecida, el
hombre dijo:
- Tú, mi querido Espantapájaros, por toda la ayuda que
me prestaste sin exigir nada a cambio, manteniendo lejos
los animales y pájaros que destruyeran las plantitas,
¡vas a recibir un regalo!
Y, desenvolviendo el paquete que había traído, mostró
orgulloso:
- ¡Vas a recibir ropa nueva!
Y quien pasara por ese lugar, de ahí en adelante, vería
un lindo Espantapájaros con un bello traje de chaqueta a
cuadros, un sombrero nuevo en la cabeza, cuidando la
huerta, muy orgulloso de su tarea. Y, cosa curiosa, si
observaras bien, verías que una ligera sonrisa de
satisfacción alegraba el rostro de paja del
Espantapájaros. Porque ahora él sabía que, así como
todas las personas, también era útil. Tenía una tarea
que realizar y, por pequeña que ésta fuera, era muy
importante. ¡Y también porque, ahora, se sentía AMADO!
TIA CÉLIA
Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com