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Procedimientos para
apartar a los malos espíritus -
Parte 2 e final |
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El lenguaje de los Espíritus es el verdadero critério
por el cual podemos juzgarlos.
Experimentad si
los Espíritus son de Dios. (I
Juan, 4:1)
En la secuencia, dijo San Luís: “Sabéis que la
revelación existió desde los tiempos más remotos, pero
fue siempre apropiada al grado de adelantamiento de
aquellos que la recibían. Hoy, no es si caso de hablaros
por figuras y por parábolas: debéis recibir nuestras
enseñanzas de un modo claro, preciso y sin ambiguedad.
Pero sería muy cómodo no tener sino que preguntar para
ser esclarecido; eso sería, de hecho, salir de las leyes
progresivas que presiden al adelantamiento universal. No
estéis, pues, admirados si, para dejaros el mérito de la
elección y del trabajo, y también para puniros por
infracciones que podeis cometer contra nuestros consejos,
algunas veces es permitido a ciertos Espíritus,
ignorantes más que mal intencionados, de responder en
cualquier caso a vuestras preguntas. Eso, en lugar de
ser para vosotros una causa de debilidad, debe ser un
poderoso estímulo para buscar la verdad con ardor. Sed,
pues, bien engreídos que, siguiendo esa ruta, no podéis
dejar de llegar a resultados felices. Sed unidos de
corazón y de intención; trabajad todos; buscad,
buscad siempre, y encontraréis”.
JEl
lenguaje de los Espíritus serios y buenos tiene un cuño
del cual es imposible equivocarse, por poco que se tenga
tacto, de juicio y del hábito de la observación. Los
malos Espíritus, por cualquier velo hipócrita que ellos
cubren sus torpezas, no pueden jamás sostener su papel
indefinidamente; ellos muestran siempre sus verdaderos
proyectos por alguna faceta, de otro modo, si su
lenguaje fuera sin mácula ellos serían buenos Espíritus.
El lenguaje de los Espíritus es, por lo tanto, el
verdadero critério por el cual podemos juzgarlos; siendo
el lenguaje la expresión del pensamiento, tiene siempre
un reflejo de las cualidades buenas o malas del
individuo. ¿No es siempre por el lenguaje que
nosotros juzgamos a los hombres que no conocemos? ¿Si
recibís veinte cartas de veinte personas que jamás
visteis, es leyéndolas que estaréis impresionados
diversamente? ¿Es que, por la cualidad del estilo,
por la elección de las expresiones, por la
naturaleza de los pensamientos, por ciertos detalles
mismos de forma, no reconocéis, en aquello que os
escribió, a un hombre bien elevado de un hombre grosero,
un sabio de un ignorante, un orgulloso de un hombre
modesto? Ocurre absolutamente lo mismo con los Espíritus:
¡suponed que sean hombres que os escriben, y juzgarlos
de igual manera; juzgarlos severamente! Los buenos
Espíritus no se ofenden de modo alguno con esa
investigación escrupulosa, una vez que son ellos mismos
que nos la recomiendan como medio de control. Sabemos
que podemos ser engañados, por lo tanto, nuestro primer
sentimiento debe ser el de desconfianza; sólo los malos
Espíritus que buscan inducirnos al error pueden temer el
examen, porque estos, lejos de provocarlo, quieren ser
creídos bajo palabra.
De ese principio transcurre muy natural y muy
lógicamente, el medio más eficaz de alejar a los malos
Espíritus, y de prevenirse contra sus vellaquerias. El
hombre que no es escuchado para de hablar; el vellaco
que sabe que se está a la par de que él es, no hace
tentativas inútiles. De igual manera los Espíritus
engañadores abandonan la parte donde ven que nada tienen
que hacer, y donde no encuentran sino personas atentas
que rechazan todo lo que les parezca sospechoso.
Nos resta, para terminar, pasar revista a los
principales caracteres que nos revelan el origen de las
comunicaciones espíritas:
1. Los Espíritus superiores tienen en muchas
circunstancias un lenguaje siempre digno, noble,
elevado, sin mezcla con cualquier trivialidad; ellos
dicen todo con simplicidad y modestia, no se vangloriam
nunca, no exhiben jamás su saber ni su posición entre
los otros. La de los Espíritus inferiores o vulgares
tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas;
toda la expresión que exhala la bajeza, la suficiencia,
la arrogancia, la fanfarronería, la acritud, es un
indicio característico de inferioridad, o de fraude si
el Espíritu se presenta bajo un nombre respetable y
venerado.
2. Los buenos Espíritus no dicen sino lo que saben;
ellos se callan o confiesan su ignorancia sobre lo que
no saben. Los malos hablan de todo con seguridad, sin
importarles la verdad. Toda herejia científica notoria,
todo principio que choca con la razón y el buen sentido,
muestra el fraude si el Espíritu se da por un Espíritu
esclarecido.
3. El lenguaje de los Espíritus elevados es siempre
idéntico, sino por la forma, al menos por el fondo. Los
pensamientos son los mismos, cualesquiera que sean el
tiempo y el lugar; ellos pueden ser más o menos
desarrollados según las circunstancias, las necesidades
y las facilidades de comunicar, pero no serán contradictorios.
Si dos comunicaciones llevando el mismo nombre están en
oposición una con la otra, una de las dos,
evidentemente, es apócrifa, y la verdadera será aquella
donde NADA desmienta el carácter conocido del personaje.
Una comunicación que haya en todos los puntos el
carácter de la sublimidad
y de la elevación, sin ninguna mácula, es que ella emana
de un Espíritu elevado, cualquiera que sea su nombre;
encierra ella una mezcla de bueno y de malo, será de un
Espíritu común, si él se da por aquello que es: de un
canalla adornarse con un nombre que no sepa justificar.
4. Los buenos Espíritus
nunca mandan; no se imponen: ellos aconsejan, y, si no
son escuchados, se retiran. Los malos son imperiosos:
dan órdenes, y quieren ser obedecidos. Todo
Espíritu que se impone traiciona su origen.
5. Los buenos Espíritus
no lisonjean; ellos aprueban cuando se hace bien, pero
siempre con reserva; los malos dan elogios exagerados,
estimulan el orgullo y la vanidad predicando la humildad,
y buscan
exaltar la importancia personal de aquellos que quieren
captar.
6. Los Espíritus superiores están por encima de las
puerilidades de las formas, en todas las cosas; para
ellos el pensamiento es todo, la forma nada es. Sólo los
Espíritus vulgares pueden unir importancia a ciertos
detalles incompatibles con ideas verdaderamente
elevadas. Toda prescripción meticulosa es una
señal de inferioridad y fraude de parte de un Espíritu
que toma un nombre imponente.
7. Es necesario desconfiar de nombres bizarros y
ridículos que toman ciertos Espíritus que quieren
imponerse a la credulidad; sería soberanamente absurdo
tomar esos nombres en serio.
8. Es necesario igualmente desconfiar de aquellos que se
presentan, muy fácilmente, bajo nombres extremadamente
venerados, y no aceptar sus palabras sino con la mayor
reserva; es ahí sobre- todo que un control severo es
indispensable, porque, frecuentemente se trata de una
máscara que toman para hacer creer en pretendidas
relaciones íntimas con los Espíritus fuera de línea. Por
ese medio ellos agradan la vanidad, y de él se
aprovechan para inducir, frecuentemente, a diligencias
lamentables o ridículas.
9. Los buenos Espíritus son muy escrupulosos sobre los
medios que puedan aconsejar; ellos no tienen jamás, en
todos los casos, sino un objetivo serio y eminentemente
útil. Se debe, pues, mirar con sospechas todos aquellos
que no tengan ese carácter y maduramente reflexionar
antes de ejecutarlos.
10. Los buenos Espíritus no prescriben sino el bien.
Toda máxima, todo consejo que no esté estrictamente
conforme a pura caridad evangélica no puede ser
la obra de buenos Espíritus; ocurre lo mismo con toda
insinuación malévola propensa a excitar el entreter
sentimientos de odio, de celo o de egoísmo.
11. Los buenos Espíritus no aconsejan jamás sino cosas
perfectamente racionales; toda recomendación que se
alejara de la derecha línea del bueno senso y de las
leyes imutáveis de la Naturaleza acusa un Espíritu
limitado y aún bajo la influencia de prejuicios
terrestres, y, así pues, poco digno de confianza.
12. Los Espíritus malos, o simplemente imperfectos, se
traicionarían aún por señales materiales con las cuales
no podría equivocarse. Su acción sobre el médium,
algunas veces, es violenta, y provoca en su escritura
movimientos bruscos e irregulares, una agitación febril
y convulsiva, que contrasta con la tranquila y la
dulzura de los buenos Espíritus.
13. Otra señal de su presencia es la obsesión. Los
buenos Espíritus no obsesan jamás; los malos se imponen
en todos los instantes; por eso es por lo que todo
médium debe desconfiar de la necesidad irresistible de
escribir que se apodera de él en los momentos más
inoportunos. Eso nunca traduce la actitud de un buen
Espíritu, y no debe a eso ceder.
14. Entre los Espíritus imperfectos que se mezclan a las
comunicaciones, están los que se insinúan, por así decir,
furtivamente, como para hacer una travesura, pero que se
retiran tan fácilmente como vinieron, y eso a la primera
intimidación; otros, al contrario, son tenazes, se
obstinan junto a un individuo, y no ceden sino con la
opresión y la persistencia; se apoderan de él,
subyugándole lo fascinan al punto de hacerlo tomar los
más groseros absurdos por cosas admirables, felices
cuando personas de sangre fría consiguen abrirles los
ojos, lo que no es siempre fácil, porque esos Espíritus
tienen el arte de inspirar la desconfianza y el
distanciamiento para quién pueda desenmascararlos; de
donde se sigue que se debe tener por sospechoso de
inferioridad o mala intención todo Espíritu que
prescriba el aislamiento, el distanciamento de quién
pueda dar buenos consejos. El amor propio viene en su
ayuda, porque le cuesta, frecuentemente, confesar que
fue víctima de mistificación, y reconocer a un vellaco
en aquel bajo cuyo patrocinio se glorificaba por
colocarse. Esa acción del Espíritu es independiente de
la facultad de escribir; en la falta de la escritura, el
Espíritu malévolo tiene incontables medios de actuar y
de engañar; la escritura es para él un medio de
persuasión, y no una causa; para el médium, es un medio
de esclarecerse.
Pasando todas las comunicaciones espíritas por el
control de las consideraciones precedentes, se les
reconocerá fácilmente el origen, y se podrá frustrar la
malicia de los Espíritus engañadores que no se dirigen
sino a aquellos que se dejan benevolentemente engañar;
si ven que se arrodilla delante de sus palabras,
de eso aprovechan, como harían simples mortales; está,
pues, en nosotros probarles que pierden su tiempo.
Añadimos que, para eso, la plegaria es un poderoso
recurso, por ella se llama a sí la asistencia de Dios y
de los buenos Espíritus, se aumenta la propia fuerza;
pero se conoce el precepto: ayúdate y el Cielo te
ayudará.
Dios mucho quiere asistirnos, pero con la condición de
que hagamos, de nuestra parte, lo que es necesario”.
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