La princesa diferente
Érase una vez una linda princesa, bondadosa y muy feliz.
Le gustaba pasear por el jardín del castillo con su
perrito Pepe. Los dos eran inseparables, pues la
princesa era ciega y Pepe era su perro guía. A pesar de
no ver nada, sabía que era bonita y tenía en sus
cabellos el brillo de las estrellas. Desde pequeña, su
madre le conversaba, le hablaba de su rostro delicado,
del brillo que los ángeles habían tomado de las
estrellas y colocado en sus cabellos. Tomaba sus
pequeñas manos y se las pasaba por el rostro para que
conociera sus propias facciones. Pedía que hiciera lo
mismo en el rostro de su mamá y su papá y así se fue
familiarizando con los rasgos de los rostros.
Por medio de palabras cariñosas, la mamá le describía el
mundo, y ella podía así conocer las flores y asociarlas
al perfume, sentir la suavidad y delicadeza de la seda,
o el toque áspero del tronco de los árboles.
En la infancia, la mamá fue los ojos que la guiaban por
el castillo, la orientaban y le daban seguridad. A
medida que crecía sentía la necesidad de tener más
independencia y libertad. El papá, comprendiendo a su
hija, contrató a una profesora para enseñarle a leer en
braille. También pusieron a disposición de la princesa
un perro guía, con el que quedó muy satisfecha.
Como toda princesa, aprendió a danzar y giraba por los
salones del castillo. Muy generosa, acompañaba a su mamá
en las visitas a los necesitados y siempre tenía una
sonrisa y una palabra amiga para todos. Los niños
corrían a su encuentro y eran abrazados cariñosamente,
pues la princesa sentía un cariño muy especial por los
pequeñitos.
Las otras jóvenes del reino desdeñaban la princesa y
hacían comentarios malvados respecto a su deficiencia,
apostando que nunca conseguiría un príncipe o alguien
para amar y ser amada.
- Imagina una princesa ciega – decían unas.
- Detesto a los perros – se escuchaba de algunas
muchachitas.
- ¡Pobre! Siempre acompañada por el perro – decían
otros.
La bella infanta tenía conocimiento de los comentarios
malintencionados y sufría en silencio.
Entonces, preguntó a su mamá:
- ¿Conoceré algún día a mi príncipe?
- Claro que sí, hija. Eres linda, dulce y generosa.
Conocerás a un príncipe con alma noble y su amor será
más grande que el prejuicio – respondió la mamá con
amor.
El tiempo fue pasando y la princesa era cada día más
independiente, tenía los oídos muy desarrollados,
captaba y comprendía los movimientos cotidianos por el
sonido, por el tacto y el olfato.
Un día el bello príncipe llegó al castillo acompañado de
su padre y conoció a la princesa, por quien se apasionó
inmediatamente, pero se quedó triste y asustado al saber
de su deficiencia. El tiempo fue pasando y él se dio
cuenta cuán independiente y esforzada ella era. Vio que
ella aprendió a leer y escribir y, por encima de todo,
era una persona gentil y generosa.
Conversó con su padre sobre el amor que sentía por la
princesa y este lo apoyó completamente. En la cena de
esa noche, el príncipe pidió su mano en matrimonio.
Los dos se casaron en los jardines del castillo decorado
con flores perfumadas.
Cuando el rey anunció a sus súbditos la llegada del
nieto, todos quedaron admirados. Nunca imaginaron que
una persona ciega podría realizar sueños, ayudar a los
niños y a todas las personas del reino.
La princesa había aceptado con resignación su dura
prueba y aprovechó esa oportunidad para su evolución y
crecimiento personal. Ella sabía, ciertamente, que Dios
es infinitamente bueno y justo y conoce nuestras
necesidades.
Texto de autoría de
Lúcia Noll, de Santo Ângelo, RS.
Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com
Material de apoio para evangelizadores:
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Desenho
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Atividade
marcelapradacontato@gmail.com