Editorial |
Vivenciar lo que
aprendemos, he aquí el gran desafío
El
inolvidable escritor y conferenciante Sérgio Lourenço
entendía que deberíamos siempre, antes de invitar a
algún conferenciante para hablar en los eventos
espíritas que promovemos, saber primero lo que él ha
hecho, cuáles son sus obras, que contribución ha dado
para el progreso de su comunidad, y no sólo su talento
en el campo de la oratoria. En síntesis, si el
conferenciante realmente vivencia lo que dice, lo que
enseña, lo que propone en su habla.
Ése es también, dicho en otras palabras, el pensamiento
del cofrade André Luis Chiarini Villar, de Itapira (SP),
en la entrevista que publicamos en la presente edición.
Vivenciar lo que aprendemos en la lecciones del
Evangelio y en la doctrina espírita es, en verdad, para
todos nosotros, un gran desafío.
La vida es repleta de situaciones en que, conforme
sabemos, enfrentamos dificultades que ya nos crearon
problemas en el pasado, ante nuestras propias
imperfecciones.
En el capítulo de las tentaciones es conocida la
explicación dada por Emmanuel en el cap. 88 de su libro
Religión de los Espíritus: “Somos tentados en nuestras
imperfecciones”, frase que confirma lo que Santiago
escribió en su conocida epístola: “… cada uno es tentado
cuando atraído y engañado por su propia concupiscencia”.
(Epístola de Santiago, 1:14)
La aserción de Santiago recibió de Emmanuel el siguiente
comentario:
“Examinemos particularmente ambos los sustantivos
tentación y concupiscencia. El primero exterioriza el
segundo, que constituye el fondo viciado y perverso de
la naturaleza humana primitivista. Ser tentado es oír la
malicia propia, es abrigar los inferiores recuerdos, de
sí mismo, dado que, aunque el mal venga del exterior,
solamente se concreta y persevera si con él encajamos,
en la intimidad del corazón”. (Camino, Verdad y Vida,
cap. CXXIX.) [La negrita es nuestra.]
No fue otro el motivo que llevó Allan Kardec a decir que
la verdadera pureza no está sólo en los actos. Ella está
también en el pensamiento, dado que aquél que tiene puro
el corazón ni siquiera piensa en el mal. Fue lo que
Jesús quiso decir al condenar el pecado mismo en
pensamiento, o sea, aunque no concretado.
No vivenciar lo que leemos, estudiamos o enseñamos
constituye, así, prueba inequívoca de imperfección del
alma, a reclamar esfuerzo especial para que la superemos
y consigamos avanzar en el rumbo de la perfección que
nos aguarda a todos.
Las tendencias que traemos del pasado influencian en
nuestra conducta en los más diferentes aspectos de
nuestra actuación en el mundo, y no sólo en las
cuestiones conectadas a la lascivia o a la sensualidad.
La codicia, la soberbia, la pereza, la ira – términos
que identifican en la visión de la Iglesia algunos de
los llamados siete pecados capitales – son enemigos del
alma, que es necesario enfrentar y vencer, lo que se
torna factible a la medida que avanzamos en la vida
espiritual, esclareciéndonos y despojándonos poco a poco
de nuestras imperfecciones, conforme la mayor o menor
buena voluntad que demostremos en el ejercicio de
nuestro libre albedrío.
Leemos en una de las principales obras espíritas:
“Todo pensamiento malo resulta de la imperfección del
alma; pero, de acuerdo con el deseo que alimenta de
depurarse, mismo ése mal pensamiento se le convierte en
una ocasión de adelantarse, porque ella lo repele con
energía. Es indicio de esfuerzo por borrar una mancha.
No cederá, si presenta oportunidad de satisfacer a un
mal deseo. Después que haya resistido, se sentirá más
fuerte y contento con su victoria.
Aquélla que, al contrario, no tomó buenas resoluciones,
busca ocasión de practicar el mal acto y, caso no lo
lleva a efecto, no es por virtud de su voluntad, pero
por falta de oportunidad. Es, pues, tan culpable cuanto
lo sería si lo cometiese.
En resumidas cuentas, en aquél que ni siquiera concibe
la idea del mal, ya hay progreso realizado; en aquél a
quien esa idea acude, pero que la repele, hay progreso
que está a punto de realizarse; en aquél, finalmente,
que piensa en el mal y en ese pensamiento se satisface,
el mal aún existe en la plenitud de su fuerza. En uno,
el trabajo está listo; en el otro, está por hacerse.
Dios, que es justo, lleva en cuenta todas esas
gradaciones en la responsabilidad de los actos y de los
pensamientos del hombre.” (El Evangelio según el
Espiritismo, cap. VIII, ítem 7.)
Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br
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