Historia de un pan
Érase una vez un rey muy violento y malo. Su
nombre era Barsabás.
Cuando su cuerpo murió, se quedó solo con su cuerpo
espiritual, que su familia y las personas del reino no
veían.
Él intentó mandar, dar órdenes, hacer todo lo que hacía
antes, pero ya no podía.
Su esposa quiso vivir en otro lugar, lejos del palacio
donde ellos habían vivido. También quiso deshacerse de
los objetos caros que ellos tenían, y le traían muchos
recuerdos, y comprar otros.
Barsabás vio, entonces, sus muebles y lámparas de
araña, cuadros y alfombras, perfumes y joyas, reliquias
y adornos preciosos siendo vendidos en una subasta.
Mientras tanto, sus hijos peleaban, disputando la mejor
parte de la herencia. Ninguno se acordaba más de él.
Mucho menos con cariño. Cuando se acordaban, era para
reclamar por alguna maldad que él había hecho.
Eso lo dejó triste y Barsabás decidió buscar a otras
personas, amigos más lejanos, pero pronto se dio cuenta
de que ellos tampoco guardaban buenos recuerdos de él.
Él, siempre con tanto poder y orgullo, no acostumbraba
tratar bien a las personas.
Barsabás se quedó aún más triste y se entregó a las
lágrimas, llorando. Se sentía mal y todo a su alrededor
parecía oscuro. No podía ver bien, ni siquiera pensar
con claridad. Todo parecía sombrío y confuso.
Se quedó así por mucho tiempo, andando perdido.
De vez en cuando escuchaba voces, pero eran violentas y
él se escondía.
Un día, cansado, solo y con miedo, comenzó a llorar.
Necesitaba ayuda. Con humildad, pidió que alguien lo
ayudara, y así, sin siquiera saberlo, hizo una oración.
Con eso, Barsabás logró vislumbrar mejor y vio, delante
de él, un lugar lleno de luces. En la entrada había un
hombre con expresión bondadosa que le sonreía.
Barsabás, conmovido, se acercó y el buen amigo le
explicó:
- Esta es la Casa de las Oraciones. Cada luz que tú ves
es una oración de gratitud que alguien hizo allá en la
Tierra y que subió en forma de luz hasta aquí.
Barsabas comprendió, pero respondió desanimado:
- ¡Qué pena! Nunca
hice el bien. Nadie rezaría por mí.
- En verdad – le dijo el espíritu bienhechor – tenemos
aquí una oración que han hecho para agradecerte.
Y continuando, explicó:
- Hace treinta y dos años atrás, tú le dije un pan a un
niño, que lo agradeció en forma de oración, pidiendo a
Dios por ti.
Llorando de alegría y consultando viejos recuerdos,
Barsabás preguntó:
- ¿Jonakim, el rechazado? ¿Fue él?
- Sí, él mismo – confirmó el instructor. – Sigue la
claridad de esa oración, por un pan que tú diste y
saldrás de una vez de esa oscuridad y sufrimiento en el
que estabas.
Y Barsabás acompañó ese hilo de luz, que venía de lejos,
en la Tierra. Cuando se dio cuenta, estaba en una
carpintería. Allí trabajaba un hombre manejando las
herramientas. Era Jonakim, con cuarenta años de edad.
Barsabás, aun sin poder ser visto, abrazó a Jonakim,
como quien vuelve a casa y encuentra a un amigo.
El tiempo pasó. Después de un año, Jonakim, el
carpintero, cargaba, sonriente, en sus brazos, a un
hijito más.
Con la caridad que Jesús nos enseñó, en forma de un pan,
dado a un niño que pasaba hambre, Barsabás conquistó,
por la Providencia Divina, la oportunidad de renacer
para redimirse.(1)
(1) Una
adaptación del texto del Hermano X, psicografiado por
Chico Xavier.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com