Las señales de Dios
Una vez, dos investigadores, exploradores de la
Naturaleza, planearon descubrir una región aún
inexplorada, en un lugar difícil de ser alcanzado.
Caminaron durante varios días, cargando equipos y
víveres. Atravesaron caminos estrechos, por lo alto de
las montañas, descendieron hasta un valle y pasaron por
una muralla de rocas enormes. Hasta
que finalmente lograron llegar al lugar deseado.
El más viejo era un profesor inteligente, que sabía
muchas cosas.
El más joven, su dedicado alumno.
Entusiasmados con esa aventura que posibilitaría tantos
descubrimientos, prestaban atención a todo, hacían
anotaciones, tomaban fotos, grababan sonidos de
animales...
Trabajaron bastante, por muchas horas y al final del
día, a pesar del entusiasmo, necesitaban parar y
preparar el campamento para comer y descansar.
Encendieron una pequeña fogata, alrededor de la cual
conversaban sobre las observaciones del día:
- ¡Hoy fue un día muy bueno! Ya hemos descubierto muchas
cosas sobre este lugar – decía el profesor. – Podemos
decir que aquí llueve mucho y hace calor.
- Vaya, pero si llegamos hace apenas un día, ¿cómo puede
conocer el clima
de la región? -
preguntó el joven, asombrado.
- ¡Ah, es simple! Es por el tipo de plantas que
encontramos aquí. Son plantas que solo viven en lugares
calientes y húmedos.
Y continuando, explicó:
- También ya sabemos que aquí existen animales grandes y
pequeños.
- ¿Está seguro? Hemos
visto algunosanimalitos
pequeños, pero grandes no – refutó el joven.
- Lo sé, ¿pero te acuerdas de las pisadas que
fotografiamos? ¡Eran grandes! Eso es una señal de que el
animal era grande también – respondió el profesor.
Y completó la explicación enseñando:
- No siempre vemos algo, pero podemos saber de su
existencia por sus señales. ¡Es solo prestar atención!
Cerrada la conversación, se preparaban para dormir,
cuando el joven comenzó a rezar, en voz baja. Como
no estaba acostumbrado a eso, el profesor preguntó:
- ¿Con quién estás hablando?
- Con Dios. Estoy rezando, agradeciendo por este día tan
especial y pidiendo
protección para nosotros esta noche. ¿Quiere acompañarme
en esta oración? – invitó el joven.
- ¡No, gracias! – respondió rápidamente el profesor – No
rezo, porque no creo en Dios. Nunca creí, pues, en toda
mi vida nunca tuve pruebas de que él realmente existe.
- ¡Yo tuve, por eso creo! – dijo el joven.
- ¿Qué pruebas? ¡Cuéntame! – pidió el profesor.
El alumno, entonces, apagó la fogata, miró al inmenso
cielo, lindamente estrellado y habló:
- ¡Ahí está! ¡Todo el universo! Cada estrella, de esas
millones de estrellas, es un sol. Todo el día yo vi
pruebas de la existencia de Dios. En las hojas de las
plantas, en los colores de las flores, en los pájaros
que vuelan, en la puesta del sol, en la alegría que
sentimos hoy...
El joven continuó:
- ¡Todo eso no pudo haber venido de la nada! ¡Dios
existe y esmaravilloso!
¡Crea cosas increíbles! Cuida todo, pues todo ya estaba
aquí listo, antes de que llegáramos. ¡Y como usted dice,
es solo prestar atención!
Se fueron a dormir. Y el joven escuchó al profesor, bien
bajito, haciendo también, su oración a Dios.
Historia inspirada en el texto “Existencia de Dios”, del
libro “Padre Nuestro” de la autora espiritual Meimei.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com