Tema: Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la
derecha
La ayuda disfrazada
- ¡Señor Pedro! ¡Señor Pedro! ¿Está en casa? – llamaba
Paulito en voz alta, a la puerta de la casa del vecino.
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Desde adentro, venía caminando, con dificultad,
un señor ya anciano, que saludó al niño con una
sonrisa.-
¡Buenos días, señor Pedro! |
Mamá está haciendo el almuerzo y necesita dos cucharas
de sal. Quiere saber si puede prestarle, por favor –
dijo el niño, mostrando una taza.
- ¡Sí puedo, sí puedo! – dijo el hombre, de buena gana.
Andando lento y hablando con voz débil, señor Pedro
llamó a Paulito para que lo acompañara hacia la cocina.
Ahí cogió una cuchara de dentro de un pote y sacó dos
cucharadas muy llenas de sal, que depositó en la taza
del niño.
- ¡Gracias, señor Pedro!
- ¡De nada! Dile a Marcia que no le estoy prestando. ¡Se
lo estoy dando! No necesita devolvérmelo.
El niño agradeció una vez más, fue a su casa y le
entregó la sal a su mamá.
- ¡Listo, mamá! Hice lo que me pediste. ¿Puedo volver a
jugar ahora?
- ¡Sí puedes! Gracias, hijo, me ayudaste bastante.
Marcia terminó de preparar la comida, llamó a la familia
y todos almorzaron satisfechos.
Cuando Paulito fue a llevar su plato al lavadero, vio la
taza que había traído de la casa del vecino. Todavía
estaba llena de sal. Volviéndose hacia su mamá, curioso,
preguntó:
- Mamá, no sabía que necesitabas tan poca sal para hacer
el almuerzo. La taza todavía parece estar con la misma
cantidad de sal que fui a buscar a la casa del señor
Pedro.
La mamá sonrió, notando la astucia del niño, y
respondió:
- ¡No es así, hijo! La sal no es un ingrediente que se
usa en grandes cantidades, sino al menos unas cucharadas
al ras que yo sí usé. Es que no cogí la sal que te mandé
a traer sino de la nuestra.
- ¡¿Qué?! – exclamó el niño, indignado – ¿tuve que dejar
de jugar para ir a la casa del vecino a pedir sal que no
necesitábamos? Te das la vuelta y me llamas para
que vaya a pedir cosas. ¡De ahora en adelante ya no lo
voy a hacer más!
Marcia, percibiendo que su hijo se había enojado,
decidió explicar la situación.
“Paulito, el señor Pedro es un hombre muy bueno y que ya
ayudó a muchas personas, incluso a nosotros, cuando nos
mudamos a esta casa. Ahora él ya está mayor y vive solo
desde que su esposa murió. A él no le gusta dar trabajo
ni incomodar a nadie. Yo fui allá, a la hora de
almuerzo, y lo vi comiendo pan y tomando leche. Pienso
que no siempre tiene disposición para cocinar. Él anda
muy cansado. Entonces, muchas veces hago comida y le
llevo un poco. Pero, para que no se sienta incómodo al
ver que me he dado cuenta de su necesidad, trato de
disimularlo. Pido algo que no me falta y luego le llevo
lo que quiero, como si fuera a retribuir la ayuda que él
me dio.
“Justo el otro día, le pregunté si podía recoger un
limón del limonero del patio trasero. Fue conmigo hasta
allá y él mismo eligió tres limones bien grandes para
darme. Me di cuenta de que estaba contento de poder
ayudarme. Luego freí unos trozos de pescado sazonados
con limón y calentitos se los llevé. Le encantó.
“Hoy, te pedí que fueras a buscar sal porque quiero
darle unos panqueques que hice para el almuerzo. Doña
María, su esposa, contaba que el panqueque con salsa de
tomate era su plato preferido.”
El niño se quedó mirando a su mamá por algunos
instantes. Toda su ira había pasado. En pocos segundos
se acordó de cuando fue a pedir una taza de azúcar,
después llevó un pedazo de pastel y tantas otras cosas.
Paulito comprendió la intención de su mamá, la abrazó y
respondió con cariño:
- ¡Sí ayudo!
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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Atividades
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