Carlos, un niño muy
vivaz e inteligente,
quería siempre realizar
algo por el bien de las
personas. Le gustaba
ayudar y sentía placer
cuando lograba hacer una
buena acción.
Cierto día, vio a un
niño intentando plantar
una semillita en un
pequeño vaso, como la
profesora se lo había
indicado.
Sin embargo, el niño no
lograba hacerlo, y
estaba muy enojado y
desanimado de la tarea.
Como era un trabajo con
nota, José estaba casi
llorando.
Al verlo tan nervioso,
Carlos se acercó y le
preguntó qué estaba
pasando, y José explicó:
- ¡Es que no puedo hacer
la tarea que mi
profesora nos mandó!
Ella quiere que, en las
vacaciones, cada alumno
plante unas semillitas
que ella nos dio y las
haga germinar.
¡Pero no sé cómo hacerlo!...
Carlos sonrió al ver lo
sencillo que era la
tarea y decidió ayudar a
José.
Entonces le explicó:
- José, tienes que coger
un poquito de algodón,
colocarlo en ese vasito,
mojar el algodón y
envolver las semillitas.
Después, solo déjalas
quietas para que broten.
- ¿Solo eso?... Pero la
maestra dijo que también
debo aumentar la
siembra.
- No hay problema. Vas a
ver lo fácil que es.
Así, José hizo lo que
Carlos le había
explicado y dejó las
semillas allí, bien
quietitas, y luego quiso
saber:
- Y ahora, Carlos, ¿qué
hago?
- Por ahora nada, José.
Ahora tienes que esperar
a que las semillas
broten; después te
explicaré qué hacer.
Unos días después, la
primera semilla se abrió
y dejó ver un pequeño
brote verde claro. José
estaba feliz y llevó su
semilla para que su
amigo Carlos viera.
Entonces Carlos le
explicó que debía coger
la semilla que había
brotado y colocarla en
una cajita con un poco
de tierra, teniendo
cuidado de regarla todos
los días.
Pero José no estaba muy
contento. Él pensó que
sería
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solo
dejar
que la
semilla
brotara,
pero
Carlos
le
explicó: |
- Tu profesora quiere
que hagas otros
trasplantes con las
semillas que brotaron,
José.
Pero el chico estaba
molesto. Él quería
resolver la tarea sin
trabajar. Entonces José
empezó a apretar las
semillas que, por la
fuerza, saltaron hacia
afuera, lastimadas.
Carlos explicó
pacientemente a José que
estaba echando a perder
el trabajo que ya había
hecho, y que los brotes
eran delicados y no
resistirían su fuerza.
- ¡¿Qué me importa?!...
¡Quiero que mueran ahora
mismo! Estoy cansado de
tratar con semillas.
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En ese momento, Carlos
miró las plantas que
estaban naciendo y vio
que éstas habían sentido
lo que José había dicho,
poniéndose tristes y con
la cabecita baja.
Carlos, apenado, miró a
José.
- ¿Por qué me miras así,
Carlos?
¡Yo no hice nada!
- Tu cólera lastimó a
las plantitas, José.
¡Mira como están!
Entonces, José miró y se
dio cuenta de que las
plantitas tenían sus
cabecitas inclinadas
hacia abajo, muy tristes
y sin fuerzas. Al
verlas, José se asombró
y abrió los ojos hacia
Carlos, quien le
|
explicó: |
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- José, las plantas son
frágiles y cuando
alguien las envuelve con
sentimientos negativos y
pesados, ellas se ponen
tristes y se sienten
débiles.
- ¿Y ahora, Carlos? ¡Yo
no quería lastimarlas!
- Entonces habla con
ellas y diles lo que
estás sintiendo.
José se acercó a las
plantitas y explicó con
delicadeza:
- Les pido disculpas. No
quería ponerlas triste.
No sabía el mal que
estaba haciéndoles.
Perdónenme. Me agradan,
mis pequeñas amigas, y
quiero queden muy
bonitas y alegres. Nunca
más voy a actuar así con
ustedes, créame. Lo
siento.
¡¿Amigos?!...
Las plantitas levantaron
sus cabecitas, contentas
al ver que José no
querían hacerles daño. E
incluso el color oscuro
de las hojas fue
reemplazado por verdes
más claros y alegres.
Satisfecho con el
resultado, José se
prometió a sí mismo que
nunca más actuaría con
violencia contra nadie,
ya sean plantas,
animales o personas. Si
las plantas reaccionaron
así, los animales y las
personas también se
podrían tristes. ¡Y él
quería vivir bien con
todos los seres de la
Naturaleza!...
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
04/01/2016.)
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