Carlos era un buen niño,
pero perezoso. Se
quejaba de todo lo que
tenía que hacer, ya
fuera una tarea de la
escuela o cualquier
ayuda que su mamá le
pidiese: barrer el
patio, hacer su cama,
guardar su ropa o sus
juguetes…
El muchacho respondía de
inmediato, molesto:
- ¡¿Todo yo, mamá?!...
Estoy cansado. Además,
¡tengo que hacer las
tareas de la escuela!
- Pues entonces, hijo
mío. ¡Si tienes que
hacer tareas de la
escuela, hazlas!
- Ahora no, mamá. Voy a
descansar un poco.
Después las hago, ¿está
bien? – respondía el
muchacho perezoso.
La mamá se callaba,
desanimada, pues conocía
bien a su hijo. Cuando
él no quería hacer algo,
era inútil insistir.
Terminaba llorando,
haciendo un drama, como
si se tratara de un gran
problema por resolver.
Entonces la mamá fue a
hacer las tareas del
hogar que no eran pocas.
Limpió la cocina, lavó
toda la ropa de la
familia, la colgó en el
tendedero y en seguida
planchó las piezas que
estaban secas.
Mientras tanto, Carlitos
dormía en su cuarto.
Más tarde se despertó
descansado y fue a la
cocina. Vio a su mamá
planchando ropa y
preguntó:
- Mamá, ¿cuándo vas a
hacer la merienda?
¡Tengo hambre!...
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Sin detener lo que
estaba haciendo, ella
respondió que cuando
terminara de planchar la
ropa. |
- ¡Pero aún queda mucho!
– reclamó el joven.
- Ya lo sé, hijo mío,
pero tengo que planchar
todo porque mañana
tendré más y ustedes
necesitan la ropa.
Él puso mala cara.
Disgustado, fue a la
sala y se sentó a ver
televisión. La mamá, que
estaba ocupada, pero no
le quitaba los ojos de
encima, lo vio sentarse
en el sofá y prender la
TV, y preguntó:
- Carlitos, ¿ya hiciste
las tareas de la
escuela?
- ¡Claro que no, mamá!
Llegué muy cansado y
dormí hasta ahora.
- ¡Ah!... ¿Y cuándo
pretendes hacerlas?
- Después de la merienda
– respondió el chico,
decidido.
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La mamá se calló y
siguió planchando ropa.
Al terminar, tomó la
pila de ropa planchada y
fue a guardarla. Volvió
a la cocina y estaba
preparando la merienda
cuando se acordó:
- Carlitos, no tenemos
pan. ¿Vas a la panadería
y buscas pan para mamá,
hijo?
- Ahora no puedo. Estoy
viendo una serie
animada.
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La mamá no dijo nada.
Hizo la mesa y fue a
buscar los panes. Cuando
volvió, el joven
preguntó:
- ¿No trajiste ese pan
dulce que me gusta,
mamá?
- No. Solo tenía dinero
para comprar estos que
están aquí.
Con mala cara, él cogió
un vaso de café con
leche y lo tomó, sin
querer pan. La mamá,
callada, se sentó a la
mesa, coloco café en su
taza, cortó un poco de
pan y le puso
mantequilla, y después
comió su merienda.
El muchacho, enojado,
reclamó que no iba a
tomar la merienda porque
no tenía el pan que le
gustaba. A lo que la
mamá respondió:
- Tú sabrás, hijo mío.
Carlitos se levantó de
la mesa, nervioso, y
volvió a la sala. Viendo
eso, la mamá preguntó:
- ¿Cuándo vas a hacer
las tareas de la
escuela, hijo mío?
- ¡Solo voy a hacerlas
si me ayudas, mamá!
¡Hasta ahora has estado
ocupada con todo, menos
conmigo!
La mamá lo miró, sin
creer lo que estaba
escuchando.
- Hijo, cada uno de
nosotros tiene sus
deberes. Yo ya hice los
míos; tú debes hacer los
tuyos.
En ese momento el niño
se puso a llorar,
gritando:
- ¡Yo no sé hacer esas
tareas que la profesora
nos mandó, mamá!
¡Necesito ayuda y no
tengo quien me ayude!...
Ante el drama que su
hijo estaba haciendo,
ella lo dejó llorar,
callada. Al ver que la
mamá no le estaba
prestando atención,
Carlitos reclamó:
- Ya entendí, mamá. Tú
no me quieres. Solo
piensas en las tareas de
la casa y no me das la
menor atención.
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Y volvió a llorar con
fuerza.
La mamá, que conocía
bien a su hijo, no se
incomodó, resuelta a
esperar que él terminara
con el drama.
Viendo que ella no
estaba preocupada por
él, preguntó:
- No me vas a ayudar,
¿no es así mamá?
- No, hijo. Si tú me
hubieras ayudado con los
quehaceres domésticos yo
tendría tempo para
ayudarte con tus tareas.
Sin embargo, tuve que
hacer todo sola, y no
puedo ayudarte porque tú
dormiste toda la tarde
sin preocuparte por tus
debe-
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res. Ahora, voy
a comenzar a
hacer la cena,
pues tu papá no
demora en llegar
– respondió,
serena.
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- ¡Mamá! ¡La profesora
me va a poner cero en
las tareas!
- No es mi problema,
hijo. Yo hice mis
tareas, sin tener quien
me ayudara.
Con los ojos bien
abiertos, miró a su mamá
y fue a su cuarto,
dándose cuenta que ella
tenía razón. Después
volvió, la vio con
expresión cansada, y
estuvo de acuerdo con
ella:
- Mamá, tienes razón.
Realmente, me pediste
ayuda y no te la di.
Trabajaste toda la tarde
y también fuiste a la
panadería. Y no lo
estabas haciéndolo por
ti, sino por nosotros.
¡Discúlpame! Sé que
actué mal. Prometo que
voy a ayudarte siempre
que me lo pidas.
¿Está
bien?
La mamá miró a su hijo y
lo abrazó con inmenso
cariño. ¡Finalmente,
había entendido la
lección!
- Carlitos, ve a buscar
tu cuaderno. ¡Voy a
ayudarte con tu tarea,
hijo mío!
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
28/03/2016.)
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