Un señor rico, dueño de
una gran hacienda,
necesitaba viajar. Pero
para hacerlo, tenía que
dejar a alguien de
confianza a cargo de su
propiedad. Entonces,
pensaba él: ¿Cuál de mis
empleados tiene
condiciones para cuidar
bien de mi hacienda?
Dudoso, analizó cuál de
todos sería el mejor
para la tarea y escogió
a los dos que consideró
mejores para el cargo.
Así, el señor los llamó
y les explicó que
necesitaba viajar.
Después les hizo una
pregunta:
- ¡Tomé y Jaime! ¿Serían
capaces de cuidar bien
de mi hacienda?
Ambos respondieron
afirmativamente.
Entonces, el patrón hizo
otra pregunta:
- Si por casualidad
alguien entrara en la
hacienda y robara los
frutos, ¿qué harían?
El primero en responder
fue Tomé, que era muy
severo:
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- Patrón, si alguien
quisiera robar frutos
del huerto, yo buscaría
tener pruebas del robo.
Después, le daría una
paliza para que aprenda
que no debe tocar lo que
no es suyo. Lo
arrastraría hasta la
puerta y lo echaría a la
calle.
Jaime, escuchando a su
colega, sentía mucho la
actitud de Tomé respecto
al infeliz que entrara
en la hacienda y robara
algunas frutas,
respondiendo en seguida:
- ¡Señor! Reconozco que
Tomé tiene razón al
considerar que el
invasor no debería tocar
nada del huerto. Sin
embargo, como soy un
hombre pobre, tengo
hijos y sé cuan doloroso
es para un padre ver a
su hijo pedir comida y
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no tener nada
para darle, yo
actuaría
diferente.
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- ¿Y cómo actuarías,
Jaime? – preguntó el
patrón, curioso,
deseando saber lo que él
haría.
- Señor, le preguntaría
la razón por la cual
invadió la hacienda.
Según su respuesta, le
diría que no puede
entrar en propiedad
ajena, pero si fuera por
falta de comida para su
familia, yo le
permitiría que se
llevara algunas frutas.
Después, pediría en la
cocina panes fríos, pues
sé que siempre sobra,
para que los lleve a su
casa.
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Con el corazón más
tranquilo, el señor
volvió a preguntar:
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- ¿Qué harían si uno de
los empleados se
enfermara durante mi
ausencia?
Tomé respiró hondo,
enojado, y respondió:
- Pues yo, señor, no
dejaría que un empleado
faltara al trabajo.
Ellos son perezosos y,
si se les permite, se
pierde la autoridad. Por
eso, sería duro con
quien quisiera quedarse
en casa en vez de
trabajar. Yo tomaría un
látigo y daría unos
buenos latigazos al
enfermo, de modo que se
curara pronto. ¡Puede
estar seguro, señor!
- Y tú, Jaime, ¿qué
harías?
Jaime giró su viejo
sombrero en las manos,
con la cabeza agachada.
Después, irguiendo la
frente, respiró
profundo, miró a su
señor y respondió:
- Señor, yo actuaría
diferente. Si alguien
dijera que está enfermo,
sería necesario
verificar lo que está
pasando, pues si fuera
verdad y si estuviera
realmente mal, exigirle
que trabaje puede causar
la pérdida de un
empleado. ¡Sobretodo
porque, si realmente
estuviera enfermo, no
podrá hacer nada en el
campo, y hasta podría
morir!...
El patrón escuchó las
respuestas de Jaime y de
Tomé, sus empleados más
capaces, las analizó y
después respondió:
- ¿Y si alguien de la
calle les pidiera un
vaso con agua para
saciar su sed, y que lo
dejase descansar un poco
a la sombra de los
árboles, por haber
caminado tanto?
¿Qué
harían?
Lleno de determinación,
Tomé respondió como si
estuviera enojado:
- Pues yo le daría un
puntapié en el trasero,
expulsándolo de la
puerta. ¡Porque no hay
lugar para vagabundos
aquí, en esta hacienda,
mi señor, donde todos
trabajan!
En seguida fue el turno
de Jaime para responder:
- ¡Señor! ¡Yo ya caminé
mucho por estas calles
antes de ser recibido
aquí en esta hacienda,
donde usted tuvo piedad
de mí y de mi familia,
me dio empleo, casa y
comida, además de un
salario, por lo cual
quedé muy agradecido con
usted! Entonces, ¿cómo
actuaría expulsando a un
infeliz que tiene sed y
solo quiere descansar un
poco? Si yo lo
recibiese, le daría
también un plato de
comida, además de
descanso. Después, vería
si usted no necesitaría
de un empleado más para
la cosecha.
¡Siempre necesitamos!...
Satisfecho, el dueño de
la haciendo sonrió y
después respondió, dando
su decisión:
- ¡Jaime y Tomé! Les
hice estas preguntas
porque deseaba saber
cómo actuarían ante
estas situaciones.
Necesito viajar con mi
esposa y quería dejar a
alguien de toda
confianza para que cuide
de la hacienda.
Tomé levantó la cabeza,
hinchó el pecho y dio
una sonrisa de
satisfacción, mirando
hacia Jaime, quien
mantenía el sombrero en
la mano y la cabeza
agachada.
El patrón miró a cada
uno de ellos, después
concluyó:
- Ambos son buenos
empleados. Sin embargo,
para ser el capataz de
la hacienda escojo a
Jaime, quien mostró más
generosidad,
preocupación con las
personas y disposición
para ayudar.
Ante la reacción de
Tomé, que se puso rojo
de rabia, el patrón
prosiguió:
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- Voy a contarles una
historia. Hace mucho
tiempo, yo caminaba por
las calles con mi
familia sin tener dónde
recostar la cabeza. Fue
en esta hacienda, cuyo
patrón me acogió con
gentileza, que pude
tener un empleo. Como él
no tenía hijos y su
esposa ya había
fallecido, al verse
enfermo, él me escogió
como heredero de esta
hacienda. Aprendí mucho
con él y siempre actué
de acuerdo con lo que me
enseñó con sus acciones.
De este modo quiero,
como mi capataz, a
alguien que sea generoso
y preocupado por las
necesidades del prójimo.
Tomé bajo la cabeza y
salió derrotado,
mientras
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Jaime,
satisfecho,
dijo:
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- ¡Patrón! Le agradezco
por la confianza que
depositó en mí. Fui
sincero, pero no creí
que confiaría en mí.
¡Muchas gracias, señor!
¡Tenga por seguro que
actuaré de acuerdo con
mis principios de
fraternidad y de amor al
prójimo!
MEIMEI
(Página psicografiada
por Célia X. de Camargo,
el 18/04/2016.)
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