La preocupación de la
mamá de Cayo era poder
educar a su hijo,
volviéndolo alguien de
buenos sentimientos, que
le gustara estudiar y
trabajar. Si lograba
esos objetivos, sería
muy bueno.
Sin embargo, Cayo era un
chico al que le gustaba
la buena vida, sin
responsabilidades ni
deberes. Perezoso,
evitaba todo tipo de
esfuerzo físico y
mental. Le parecía un
fastidio ser obligado a
ir a la escuela y le
gustaba mucho menos
hacer cualquier servicio
que su mamá le pidiera.
Y ella bromeaba
diciendo:
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- ¡Pareces un oso
perezoso!
Pero a Cayo no le
importaba ser llamado
así. Lo que realmente le
gustaba era divertirse
con sus amiguitos.
Un día, estaba jugando y
su mamá lo llamó para
que tomara un baño.
Él fue al baño
refunfuñando:
- ¡Ah, mamá! ¡Yo quiero
jugar! ¿Por qué me
obligas a tomar un baño?
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La mamita respondió con
paciencia:
- ¡Porque es necesario,
hijo mío! ¿Alguna vez
pensaste cómo sería si
no tomaras un baño todos
los días? En poco
tiempo, estarías sucio,
maloliente y nadie
querría acercarse a ti.
- ¡Ah! ¿Y si, aun así,
no quisiera bañarme? -
respondió el niño
rebelde.
- Estarías expuesto a
enfermedades, por los
microorganismos, las
bacterias, que habitan
en la suciedad.
¿Quieres correr el
riesgo?
El niño bajó la cabeza,
fastidiado, revolviendo
el agua con las manos.
Después de observarlo
por unos instantes,
viendo que no estaba
convencido, la mamá le
dijo:
- ¡Cayo, mírate! ¿Alguna
vez pensaste en lo
maravilloso que es tu
cuerpo?
- ¡¿Mi cuerpo?! - El
chico levantó la cabeza,
interesado.
- Sí, hijo mío. ¡Dios te
dio un cuerpo perfecto!
Todo funciona bien. Tú
ves bien, oyes bien...
Haz un esfuerzo: piensa
en todo lo que recibiste
de Dios.
El niño pensó por un
momento y se acordó:
- Mis piernas son
fuertes y me llevan a
donde quiero ir. Mis
brazos también son
perfectos y tengo
bastante fuerza, ¿no?
- Así es, hijo mío.
Disfrutando del juego,
Cayo continuó pensando y
descubriendo:
- Soy inteligente y
aprendo con facilidad,
cuando quiero. Escucho
muy bien. Hablo bien, no
como Heloísa, mi
compañera, que tiene
problemas para hablar.
- Sí, Cayo. El Padre en
el Cielo te dio esas y
muchas otras cosas
buenas que podrás
identificar. Pero,
¿alguna vez pensaste en
la responsabilidad que
tienes por todo lo que
recibiste?
El niño abrió los ojos
asombrado.
- ¿Responsabilidad?
- Sí, hijo mío. Es
cuando tenemos que
responder por los daños
que causamos a algo o a
alguien. Cuando te dan
un regalo, ¿no te
sientes responsable de
cuidarlo? - dijo la
madre.
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- Es verdad. Yo cuido
bien de mis juguetes y
no dejo que ninguno se
rompa o se estropee.
- Así es, hijo mío.
Y el juguete, si se
rompe, podrá ser
reparado y, si no
hubiera solución, se
conseguirá otro. Pero no
sucede lo mismo con el
cuerpo, que fue te dado
por Dios como regalo
para que pudieras usarlo
para toda la vida.
Entonces, ¿cómo crees
que deberías tratar tu
cuerpo?
- No había pensado en
eso, mamá. Debo
cuidarlo, lavarlo,
limpiarlo muy bien para
que no se eche a perder
ni deje de funcionar,
como una máquina rota.
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- Exactamente, Cayo.
Conservando tu cuerpo,
siempre estará bien y tú
podrás usarlo por mucho
tiempo.
El niño pensó un poco y
volvió a preguntar:
- ¡Vaya! ¡Pero no sé
cómo hacer para lavarlo
por dentro!
A la madre le pareció
graciosa la idea del
pequeño y aclaró:
- No te preocupes, Cayo.
Dios hizo todo tan bien
hecho que, en el
interior de nuestro
cuerpo, la limpieza es
automática. Los mismos
órganos se encargan de
limpiar y eliminar lo
que no necesitamos.
- ¡Ya sé! Esto es lo que
sucede con las heces y
la orina.
- Exactamente. Pero no
sólo eso, hijo mío. Si
nuestro cuerpo material,
que es pasajero,
necesita nuestra
dedicación y cuidados,
¿que no necesitará el
Espíritu, que es eterno?
- ¿Tengo que lavar el
Espíritu también? –
preguntó el niño
asombrado.
- Claro que no, hijo
mío. Pero, si deseamos
ser mejores, seguir las
enseñanzas de Jesús,
tenemos que limpiar el
alma.
¿Cómo haremos esto?
- Es difícil, mamá.
- No, no lo es. Basta
con tener buena voluntad
y perseverancia. Tenemos
que limpiar nuestros
pensamientos, eliminando
las cosas negativas.
Corregir los
sentimientos, poniendo
la bondad en nuestras
actitudes. Renovar
nuestros ideales y
aspiraciones, deseando
lo mejor, elevando los
pensamientos para tener
el apoyo de lo Alto.
También debemos estar
dispuestos a trabajar,
aprender y crecer. Nunca
quedarse parados, sin
acción.
¿Sabes por qué?
- No.
- Porque existen
microbios y bacterias
también en el mundo
espiritual, que atacan a
las personas que no se
preocupan por la
limpieza interna.
El niño se calló,
reflexionando sobre todo
lo que había oído.
Después concluyó,
sonriendo:
- Tienes razón, mamá. No
quiero ser un oso
perezoso.
TIA CÉLIA
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