Mientras el papá se
entretenía leyendo el
periódico, Gustavo, de
once años de edad, tomó
un libro del estante y
se puso a pasar las
páginas. De repente se
detuvo y preguntó:
- Papá, ¿qué es el libre
albedrío?
El papá puso el
periódico a un costado y
se quitó los lentes:
- El libre albedrío,
hijo mío, es la
capacidad que tiene el
ser humano de tomar sus
propias decisiones,
hacer sus propias
elecciones.
¿Entendiste?
- No.
Lleno de paciencia, el
papá respondió:
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- Por ejemplo, Gustavo.
Mañana es sábado y
tienes entrenamiento de
fútbol en la tarde. ¿Vas
a ir?
- No sé, papá. También
me han invitado a ir a
una fiesta de
cumpleaños, a la misma
hora.
- Lo sé. El cumpleaños
de Jorgito, tu amigo de
infancia.
¿Y entonces? ¿Qué vas a
decidir? ¿Vas al
entrenamiento o vas al
cumpleaños?
- Me parece que no voy a
ir a la fiesta de
Jorgito, papá. Creo que
voy a ir al
entrenamiento.
- Ah, ¿entonces
ya
decidiste?
El niño pensó un poco y
respondió:
- El fútbol es un
compromiso que asumí a
comienzos del año y no
debo faltar. El equipo
me necesita. Sin
embargo, pensándolo
bien, papá, si no voy al
cumpleaños, Jorgito se
va a molestar conmigo.
- Entonces, ¿vas a ir al
cumpleaños de tu amigo?
Gustavo se rascó la
cabeza, confundido, y
consideró:
- Pensándolo bien,
existe otro problema.
La próxima semana,
nuestro equipo tiene un
partido importante que
forma parte del
campeonato entre
colegios. ¡Ah, Dios mío!
¡No sé qué hacer!
El papá sonrió y
explicó:
- El libre albedrío es
exactamente eso, hijo
mío. De dos o más
opciones, tú tienes que
decidir. En este
momento, vas a tener que
decidirte: el placer o
el deber.
-
Ahora entiendo,
papá. ¡Pero es muy
difícil tomar
decisiones!
El papá estuvo de
acuerdo con su hijo,
recomendándole que
pensara mucho hasta el
día siguiente para no
tomar una decisión
equivocada.
- Hijo mío, el libre
albedrío es un regalo de
Dios, pero también es
una conquista del
Espíritu en el camino
evolutivo que ha
realizado. Entonces,
necesitamos pensar bien
antes de tomar cualquier
decisión. Sea cierta o
equivocada, estaremos
siempre condicionados a
las consecuencias de
nuestros actos, según la
Ley de Acción y Reacción
o Ley de Causa y Efecto.
Como era tarde, se
fueron a dormir.
Al día siguiente,
Gustavo estaba sentado a
la mesa tomando el
desayuno cuando el papá
le preguntó:
- ¿Y entonces, hijo mío?
¿Decidiste?
- Pensé mucho y aún no
me decido. Pero en la
tarde lo resuelvo.
Casi a la hora de salir,
Gustavo apareció en la
sala con la mochila y un
paquete envuelto como
regalo en la mano.
- Veo que te decidiste
por el cumpleaños,
Gustavo. Quiere decir
que ganó el placer –
dijo el padre.
El niño negó con la
cabeza.
- ¿No?
Entonces vas a ir al
entrenamiento.
Decidiste por el deber.
Gustavo volvió a negar
con la cabeza:
- Tampoco, papá.
- ¡No te estoy
entendiendo!
- Es que apareció una
tercera alternativa,
papá.
Me acordé que tendremos
examen de matemáticas el
lunes. Entonces, voy a
estudiar en la casa de
un compañero que
entiende bien el curso.
Pero antes, pasaré por
la casa de Jorgito, lo
felicitaré y le
entregaré el regalo que
compré para él.
Así, el placer y el
deber serán atendidos
igualmente.
El papá estaba
sorprendido y
maravillado. Su hijo
Gustavo, a quien
consideraba un poco
descuidado con sus
tareas, le demostraba
que era juicioso y
responsable, tomando
decisiones con
habilidad.
Se levantó, extendiendo
los brazos hacia el
niño:
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- Felicitaciones, hijo
mío. Supiste decidir
entre el placer y el
deber. Pero, dime, ¿y el
entrenamiento? El equipo
tiene un partido
importante la semana que
viene...
Abrazando a su papá, con
una gran sonrisa en el
rostro, el niño explicó:
- Es verdad, papá. Pero
hoy temprano me enteré
que el juego se ha
pospuesto. Entonces, ya
no tuve dudas. Ahora
estoy tranquilo, seguro
de que hice lo mejor.
Gustavo se despidió de
su papá y su mamá, tomó
la mochila con los
libros, el regalo y,
despidiéndose una última
vez,
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cerró la puerta
detrás de él.
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El papá estaba feliz. Se
sentía realizado por
tener un hijo que había
usado el libre albedrío
de manera tan
responsable.
TIA CÉLIA
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