Tentaciones
La tentación es
una variedad de
prueba, pero son
diferentes
porque en la
tentación no hay
inicio convenido
y no hay fin
determinado,
todo depende de
aquél que se
entrega a la
tentación.
La tentación
incide sobre los
deseos. Sólo hay
inmunidad contra
una tentación si
no hubiese sido
el deseo que el
obsesor pretende
fomentar. Por
ejemplo, si una
persona no toma
bebidas
alcohólicas y no
siente ninguna
voluntad de
beber, no hay
persona en el
mundo que pueda
tentarla para
beber.
Dijimos fomentar
porque es eso
que el ser
tentador hace.
Él estimula un
deseo
cualquiera,
especialmente
aquel que deja
la persona
avergonzada, y
del cual se
arrepiente
amargamente
cuando cede a la
tentación,
causando
desequilibrio y
favoreciendo la
subordinación a
la voluntad del
obsesor.
La tentación es
una señal de
progreso. El
hecho de ser
tentado
significa que no
está
entregándose a
los propios
deseos; a ellos
no está
subordinado; si
tiene un cierto
control sobre el
deseo. Entonces
la necesidad de
un impulso
exterior para
fomentar el
deseo. Aquél que
se entrega a sus
deseos no
necesita ser
tentado. Si está
confiado en sí,
la tentación
malogra. Pero
sólo se mantiene
indemne a la
acción obsesiva
aquél que está
vigilante y con
fuerzas
extraídas en la
oración.
“Vigilad y orad
para que no
caigáis en
tentación”,
recomendó Jesús.
(Mateo 26:41.)
“Cada uno es
tentado por el
propio mal deseo
que incita y
seduce.”
(Santiago 1:14.)
Ni siempre la
tentación
necesita de un
agente externo
para ocurrir.
Muchas veces son
nuestros deseos
que quieren
satisfacerse. El
ser tentador
está dentro de
nosotros. Lo que
nos causa dolor,
de ordinario,
son los deseos
inconfesables
que nos
atormentan, y
contra los
cuales no nos
sentimos fuertes
lo bastante para
resistir.
Sólo existe una
manera de vencer
la tentación:
destruir el
deseo que la
causa. Pero como
tal sacrificio
es,
generalmente,
muy difícil de
realizar en una
determinada
encarnación, se
puede renunciar
a la
satisfacción del
deseo. Después
de la
resistencia
reiterada, se
espera que en la
próxima
reencarnación el
deseo sea
deshecho o
plenamente
vencido.
“Son, todavía,
utilísimas al
hombre las
tentaciones,
puesto que sean
molestas y
graves, porque
humillan,
purifican e
instruyen. No
basta la huida
de las
tentaciones para
vencerlas; es
por la paciencia
y verdadera
humildad que nos
tornamos más
fuertes que
todos los
nuestros
enemigos.”
(Imitación de
Cristo,
Libro I, Cap.
13, ítem 2 y
3.)
Debemos ver en
la tentación un
aprendizaje.
Ella nos enseña
lo que realmente
deseamos, lo que
realmente somos.
La tentación es
una de las
maneras más
eficaces para
que conozcamos a
nosotros mismos.
Pero para eso es
necesaria la
vigilancia, a
fin de que
consigamos
oponer nuestras
fuerzas contra
la posibilidad
de realización
del deseo.
Es bueno
acordarnos que
los deseos no
son malos en sí
mismos. El
desear es un
mecanismo
importante en la
economía mental.
Los deseos se
tornan nocivos
cuando algo de
mórbido se
agrega. Esa
morbidez es algo
que va de una
idea obsesiva a
una paranoia
bien
caracterizada.
Paciencia y
humildad, he
aquí la manera
de
enfrentamiento,
pero sin
violencia contra
sí mismo.
Es necesario
comprenderse y
admitir que la
tentación sirve
de agente
pedagógico al
tornarnos más
humildes, porque
nos humilla; más
purificados,
cuando
resistimos; más
instruidos,
porque muestra
quien realmente
somos.
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