Si hay un gran desafío
para el ser humano en
este mundo es,
indudablemente, el
perdón. Perdonar y
también perdonarse es
tarea fundamental para disfrutar de un poco de
equilibrio en este mundo
de pruebas y expiaciones.
Autoperdón
De hecho, he visto mucha
gente que no se perdona
y sufre con eso.
Automutilándose
generándose variadas
complicaciones,
inclusive de orden
orgánico. Es preciso
entender que somos Espíritus en proceso
evolutivo. Erramos y aún
erraremos un poco más.
Interesante reflexionar
después de los tropiezos
para que no “golpeemos” el dedo del pie en las
mismas piedras. Pero,
caso tropezemos en las
mismas piedras, es
preciso levantar y dar la vuelta por encima.
Lamentarse en nada va a
resolver la situación,
hasta porque el acto
practicado o la palabra
dicha son imposibles de
ser modificados, sin
embargo pueden ser
notados.
Por lo tanto, perdónese,
pues, como enseña Lázaro
en el mensaje “El
deber”, publicado en
El Evangelio según el
Espiritismo, el
primero deber que
tenemos en nuestra vida
es para con nosotros
mismos. Entonces, si yo
tengo que perdonar al
otro para que me libere,
debo, naturalmente,
perdonarme.
Perdonar demasiado no es
bueno
Se engaña quién piensa
sea el perdón un favor
al otro. Nada de eso. Es
sólo una actitud
inteligente, que visa
preservar la sanidad
mental, pues nadie
consigue llevar una vida
razonablemente leve
cargando basuras en el
corazón.
Basta una simple mirada
alrededor del mundo que
se verificarán grandes
sinsabores, tristezas y
dificultades de relación
porque el ejercicio del
perdón no fue
practicado.
En el trabajo, un
compañero deja de hablar
a otro porque no perdonó
su mal humor en un día
de verano.
En la família, hermanos
dejan de hablarse porque
uno de ellos comió el
postre del otro.
En el grupo espírita, un
individuo es invitado a
retirarse porque el
grupo no perdona sus
constantes análisis.
Los casos van al
infinito. Sin embargo se
percibe que, al menos en
lo que fue narrado en
este inicio de texto,
nada de muy serio hay
que justifique una
sacudida en las
relaciones.
Un amigo que
recientemente se separó
de la esposa, se
desahogó:
– Sabe, Balbo, yo estaba
cansado de perdonar,
perdoné demasiado y
llegó un momento en que
no aguantaba más,
entonces la criba fue
inevitable.
Comenté con él que el
problema fue haber
perdonado demasiado. Él
se extrañó. Pero es eso
mismo. Las relaciones se
gastan porque las
personas perdonan
demasiado. Viven para
perdonar los deslices
del otro. Viven
exigiendo que el otro se
disculpe por querellas.
No comprenden que el
otro, sea el conyuge,
amigo, compañero de
trabajo, es un Espíritu
en evolución y, una vez
que otra, fallará,
sucumbirá, errará con
nosotros, llegará
atrasado en el
compromiso, hablará un
poco más rudo, no nos
dará la atención que
juzgamos merecer.
¡Imagine pasar la vida
toda perdonando alguien!
Es muy complicado, la
relación queda
estresante, pesada,
densa y produce gente
infeliz, amargada.
El ideal es llevar una
vida más leve, más
tranquila y dejar el
perdón para ocasiones en
que él se haga realmente
necesario.
¿Cuándo debe ser
practicado el perdón?
El perdón debe ser
dejado para los grandes
errores, las enormes
pisadas en el balón. A
los errores más
pequeños, a los
equívocos del día a día,
dejemos a ellos la
comprensión, pues ella
basta para hacer que
entendamos el nivel
evolutivo en que nuestro
par se encuentra.
Y por hablar de perdón,
me acordé de un caso que
narró en el libro
Perlas devueltas,
publicado por la editora
CEAC el año de 2015.
Pregunté a una madre,
cuyo hijo había sido
asesinado, se había
perdonado el asesino, y
ella respondió,
inolvidable:
– Si sin odio en el
corazón ya está difícil
soportar la ausencia de
mi hijo, con odio sería
imposible. No tuve
alternativa, el perdón
en este caso fue una
necesidad para poder
llevar la vida adelante.
He ahí, de forma bien
clara, la ocasión em que
se debe utilizar el
perdón.
¿Cómo perdonar?
Pues bien, creo que aquí
no dije ninguna novedad.
Todos saben lo que deben
hacer: perdonar. Por lo
tanto, la gran cuestión
no es lo que hacer, sino
cómo hacer. En otras
palabras: ¿Como
perdonar?
Entonces vamos allá.
Hay, en la literatura
espírita, más
precisamente en una obra
de André Luiz,
psicografiada de Chico
Xavier, una especie de
paso a paso en lo que
concierne al modo por el
cual debemos practicar
el perdón, hasta porque,
bien lo sabemos, no se
trata de una tarea
simple.
En el año 2012 fui
invitado para proferir
en la ciudad de
Penápolis, junto con
algunos compañeros, un
seminario sobre el libro
Los Mensajeros.
Y, al estudiar el libro,
entré en contacto con la
historia de Ismália,
Alfredo y Paulo.
En el capítulo titulado
“El calumniador” constan
los pasos para aprender
a cómo conceder el
perdón que, destáquese,
no es una tarea de la
noche a la mañana, sino
un trabajo constante,
firme y de profundo
interés para la propia
felicidad.
Resumiré la historia y
dejo para el lector la
sugestión de investigar
la referida obra.
Paulo había perjudicado
mucho a la pareja
Ismália y Alfredo y,
atormentado por los
fantasmas que hubo
creado para sí, se
encontraba en delicada
situación en el mundo
espiritual.
Alfredo, incluso siendo
el perjudicado,
auxiliaba al antiguo
desafecto en la vida de
más allá de la tumba.
Entre tanto, Alfredo
siguió algunos pasos
hasta conquistar el
perdón.
Exacto, porque el perdón
es una conquista de la
mente y del corazón
sintonizados con el
ideal de Cristo.
Como dijimos arriba, el
perdón no es un favor al
otro, sino una
liberación para sí
mismo.
Alfredo, para conquistar
el perdón, en primer
lugar comprendió sus
necesidades. Como
narramos, perdonar no es
cuestión de elección,
sino una necesidad.
Después de eso trabajó
para adquirir algún
mérito y, entonces,
intercedió por su
antiguo verdugo.
Según narra André Luiz,
Alfredo deseó, buscó y
alimentó el perdón. O
sea, no fue fácil, pues
Alfredo necesitó
vencerse a sí mismo,
buscar y, sobre todo,
alimentar el deseo de
desprenderse de los
sentimientos mezquinos.
Alfredo se aproximó a
Paulo cómo alguien que
quiere reconciliación,
prosiguió en el auxilio
por sentimiento de
caridad, más adelante,
de tanto alimentar la
voluntad del perdón,
adquirió la comprensión
y comparó situaciones.
Avanzó un poco más y
sintió piedad, después
comenzó a tener simpatía
y, por fin, adquirió por
el antiguo desafecto el
amor fraternal.
Se puede decir, a partir
de la historia de
Alfredo, que el perdón
pasa por etapas.
Primero, la necesidad
que el individuo siente
de reconciliación,
porque la vida sin
armonía es un fardo
demasiado pesado. Nadie
consigue llevar una
existencia tranquila del
punto de vista
conciencial, sea aquí o
en el más allá, con el
corazón repleto de
amarguras.
Allan Kardec informa que
la naturaleza dio al
hombre la necesidad de
amar y ser amado. Amar
viene primero, ser amado
después. Luego, perdonar
viene primero, ser
perdonado después.
Después de eso viene el
sentimiento de caridad.
Enseñó Allan Kardec que
“Fuera de la caridad no
hay salvación”, o sea,
fuera de este principio
máximo, tan conocido por
los espíritas, no hay
como acostar la cabeza
de forma tranquila en la
almohada.
El tercer paso utilizado
por Alfredo fue la
voluntad. Él tuvo
voluntad y alimentó el
ideal del perdón.
Movilizó fuerzas
internas y externas para
eso.
No hay como perdonar sin
voluntad, pues la falta
de voluntad, por razones
obvias, nada produce. Y
con voluntad Alfredo
adquirió la comprensión.
Al adquirir la
comprensión vino el
sentimiento de piedad.
Alfredo comprendió que
el individuo, al
practicar el mal, al
herir la ley divina de
justicia, amor y
caridad, está, en
realidad, perjudicando
más a sí del que a los
otros. Pues nadie escapa
de la ley de causa y
efecto. Se puede huir de
la ley humana, engañar a
la policía, mentir para
el conjuge, pero nadie,
absolutamente nadie,
escapa del paisaje que
diseñó para sí mismo.
Luego, quien practica el
mal es digno de piedad.
Enseguida la simpatía
tomó posesión del
corazón de Alfredo. Y,
después, para sellar con
llave de oro el proceso
de perdón, Alfredo
conquistó el amor
fraternal por Paulo.
Para perdonar es preciso
luchar contra el
hombre viejo
Vale aquí resaltar el
esfuerzo y empeño de
Alfredo para liberarse
de la amargura que
podría tener excitado
muchos años de su
existencia. Se ve, pues,
que nadie conseguirá
perdonar si no vencer a
sí mismo, si no luchar
bravamente contra el
hombre viejo.
Con la conciencia de la
inmortalidad del alma,
se observa una vida más
amplia. No siendo la
muerte el fin del
individuo, por lo tanto,
existiendo un proseguir,
siempre hay como acertar
las aristas y notar un
mal practicado, y el
perdón entra como la
única oportunidad de
liberarse y proseguir de
forma más serena en la
vida.
El notable líder hindú
Mahatma Gandhi decía no
perdonar a sus
detractores porque no se
sentía ofendido.
¿Cuándo será que
alcanzaremos este
estadio de, no obstante
el mal que nos hicieron,
estacionar por encima de
él y entendamos que el
mayor perjuicio a
nosotros mismos será el
de acumular basuras en
nuestro corazón?
Como bien mostró
Alfredo, con trabajo el
perdón es posible. Pero,
sinceramente, mejor
dejar el perdón para las
grandes cosas.
Mientras más ligeros,
mejor para vivir...
Mientras menos
perdonemos, mientras
menos nos ofendamos, más
tranquila será nuestra
existencia y, quien
sabe, un día podremos
hablar alto y con buen
sonido las palabras del
Espíritu más
evolucionado que estuvo
entre nosotros:
- ¡Padre, perdona porque
ellos no saben lo que
hacen!
Ahí estaremos libres,
corazón en fiesta,
conciencia tranquila y
la certeza de que el
único mal que nos
perjudica es aquel que
hacemos.
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